Tenía mucho que aprender antes de llegar a ser un profesional como Frank y Joe Hardy.
-¡Número treinta y ocho!
Tom jugó algunas partidas más, sin ganar, y pronto empezaron a pesarle los párpados.
El mirar a través de la ventanilla le hacía sentirse solo.
Bostezando, se levantó. Le dio las gracias a Dermot y cruzó el vagón, echando al pasar un vistazo al bar, para ver si Richard Saks continuaba allí.
El hombre estaba sentado junto a una mesa pequeña, con el rostro abotargado y los ojos rojos. Vio a Tom y agitó una mano temblorosa.
-¡Hola amigo!-dijo con voz pastosa.
-¡Hola!- dijo Tom-. ¿Cómo está usted?
-No muy despejado. ¿Y usted?
-Muy bien. He perdido al bingo.
-¡Otro perdedor!-dijo Richard Saks, moviendo la cabeza. Levantó el vaso y bebió un trago, pero aquello pareció entristecerle aún más-. Acepte mi consejo, amigo, y no se case nunca con una mujer hermosa.
-Sí, señor- dijo Tom-. ¡Bueno, buenas noches!
-No lo serán para mí- dijo con voz triste Richard Saks, mirando al vaso.
Tom siguió su camino por el tren. El encuentro con Richard Saks había ahondado su sentimiento de soledad, y se alegró al llegar a su departamento. Al meterse entre las blancas y limpias sábanas de su cama se sintió un poco mejor; la locomotora lanzó un silbido en la noche oscura y Tom se sumió en un sueño agitado
Le despertó un grito.
Tom se incorporó en la cama, asustado.
Lo oyó de nuevo; era un grito terrible de angustia. Se puso los pantalones y descorrió las cortinas de su litera. En el pasillo todo estaba tranquilo y por un momento dudó si no había sido una pesadilla. Pero entonces apareció, entre la cortinas de su litera, la cara de la señora de las pastas
-¿Qué ha sido ese grito tan horrible?-preguntó con la cara lívida.
-No lo sé- respondió Tom-. Voy a averiguarlo.
Se oyó otro grito, seguido de unos sollozos profundos, y Tom salió corriendo hacia el lugar de donde provenían. Al doblar la esquina del pasillo que conducía a los departamentos, se detuvo horrorizado. Frente a él estaba Richard Saks, sosteniendo en las manos un cuchillo manchado de sangre.
Richard Saks estaba llorando.
-¡Mi princesa!- sollozaba-. ¡Mi princesa esta muerta!
Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, Richard Saks no apartaba la vista del cuchillo ensangretado y, por un momento, Tom creyó que iba a suicidarse. Pero soltó el cuchillo, que cayó al suelo, y se apoyó llorando contra la pared del pasillo
Tom se acercó, con el corazón a punto de estallar, y vio que la puerta del departamento de la señora Ruggles estaba abierta. Entró y la vio, apoyada en su bastón, con la cara lívida por la impresión.
-Señora Ruggles- dijo Tom-. ¿Está usted bien?
La señora Ruggles se estremeció.
-Gracias a Dios que has venido- murmuró-. He estado gritando pidiendo ayuda.
Por favor, auxilien a esa pobre mujer.
Tom asintió. En ese momento se oyeron unas pisadas rápidas por el pasillo y unos gritos confusos. Tom se volvió y vio al mozo viejo que sujetaba a Richatd Saks y le hacía caer al suelo. Luego, el hombre bajo y gordo se acercó a Richard Saks y le gritó a la cara.
-¡Esta usted loco!- gritó-. ¿Qué ha hecho?
El marido de la señora de las pastas, que llevaba puesto un batín, se dirigió hacia la puerta del departamento C y miró dentro.
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Asesinato En El Canadian Express
Teen FictionTom usten, un muchacho canadiense que acaba de terminar el curso escolar, viaja en este ferrocaril, el de mayor recorrido del mundo sale diariamente de montreal y emplea tres dias en llegar a su destino, vancuver