24*

328 11 0
                                    

Tenía mucho que aprender antes de llegar a ser un profesional como Frank y Joe Hardy.
-¡Número treinta y ocho!
Tom jugó algunas partidas más, sin ganar, y pronto empezaron a pesarle los párpados.
El mirar a través de la ventanilla le hacía sentirse solo.
Bostezando, se levantó. Le dio las gracias a Dermot y cruzó el vagón, echando al pasar un vistazo al bar, para ver si Richard Saks continuaba allí.
El hombre estaba sentado junto a una mesa pequeña, con el rostro abotargado y los ojos rojos. Vio a Tom y agitó una mano temblorosa.
-¡Hola amigo!-dijo con voz pastosa.
-¡Hola!- dijo Tom-. ¿Cómo está usted?
-No muy despejado. ¿Y usted?
-Muy bien. He perdido al bingo.
-¡Otro perdedor!-dijo Richard Saks, moviendo la cabeza. Levantó el vaso y bebió un trago, pero aquello pareció entristecerle aún más-. Acepte mi consejo, amigo, y no se case nunca con una mujer hermosa.
-Sí, señor- dijo Tom-. ¡Bueno, buenas noches!
-No lo serán para mí- dijo con voz triste Richard Saks, mirando al vaso.
Tom siguió su camino por el tren. El encuentro con Richard Saks había ahondado su sentimiento de soledad, y se alegró al llegar a su departamento. Al meterse entre las blancas y limpias sábanas de su cama se sintió un poco mejor; la locomotora lanzó un silbido en la noche oscura y Tom se sumió en un sueño agitado
Le despertó un grito.
Tom se incorporó en la cama, asustado.
Lo oyó de nuevo; era un grito terrible de angustia. Se puso los pantalones y descorrió las cortinas de su litera. En el pasillo todo estaba tranquilo y por un momento dudó si no había sido una pesadilla. Pero entonces apareció, entre la cortinas de su litera, la cara de la señora de las pastas
-¿Qué ha sido ese grito tan horrible?-preguntó con la cara lívida.
-No lo sé- respondió Tom-. Voy a averiguarlo.
Se oyó otro grito, seguido de unos sollozos profundos, y Tom salió corriendo hacia el lugar de donde provenían. Al doblar la esquina del pasillo que conducía a los departamentos, se detuvo horrorizado. Frente a él estaba Richard Saks, sosteniendo en las manos un cuchillo manchado de sangre.
Richard Saks estaba llorando.
-¡Mi princesa!- sollozaba-. ¡Mi princesa esta muerta!
Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, Richard Saks no apartaba la vista del cuchillo ensangretado y, por un momento, Tom creyó que iba a suicidarse. Pero soltó el cuchillo, que cayó al suelo, y se apoyó llorando contra la pared del pasillo
Tom se acercó, con el corazón a punto de estallar, y vio que la puerta del departamento de la señora Ruggles estaba abierta. Entró y la vio, apoyada en su bastón, con la cara lívida por la impresión.
-Señora Ruggles- dijo Tom-. ¿Está usted bien?
La señora Ruggles se estremeció.
-Gracias a Dios que has venido- murmuró-. He estado gritando pidiendo ayuda.
Por favor, auxilien a esa pobre mujer.
Tom asintió. En ese momento se oyeron unas pisadas rápidas por el pasillo y unos gritos confusos. Tom se volvió y vio al mozo viejo que sujetaba a Richatd Saks y le hacía caer al suelo. Luego, el hombre bajo y gordo se acercó a Richard Saks y le gritó a la cara.
-¡Esta usted loco!- gritó-. ¿Qué ha hecho?
El marido de la señora de las pastas, que llevaba puesto un batín, se dirigió hacia la puerta del departamento C y miró dentro.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora