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Tom miró dentro del cuartucho, cerró la puerta de golpe y se dirigió al cocinero.

- ¿Adónde se ha ido? –preguntó desesperadamente.

El hombre no pareció escucharle. Quitó el tapón del fregadero y se quedó mirando cómo se vaciaba lentamente del agua sucia.

- ¡Por favor! –dijo Tom-. ¿Adónde sea ido el hombre que estaba aquí?

El cocinero cogió una toalla que estaba colgada y comenzó a secarse cuidadosamente las manos. Al mismo tiempo hizo un gesto con la cabeza.

- ¡Por favor! –repitió Tom-. ¡Ayúdeme!

El hombre repitió el gesto y, esta vez, Tom se dio cuenta de que le estaba señalando hacia una puerta medio oculta en un rincón. Corrió hacia ella, mientras oía el ruido final que hacía al salir el agua del fregadero, y abrió la puerta.

La luz del sol le dio de lleno en el rostro. Cegado, dio un traspiés, comenzó a distinguir las paredes, un coche, unos árboles, y en ese momento oyó el silbido del tren.

Echo a correr. Se oyó otro silbido, como un aviso para que se apresurase. Los ojos de Tom se fueron acostumbrando a la luz del sol, pero aún le escocían mientras corría por la sucia calle que llevaba a la estación.

Dos mujeres hablaban, riéndose, a la puerta de una casa, sin sospechar el apuro del muchacho que pasó corriendo junto a ella. ¡Había sido engañado no sólo para que perdiera el tren, sino para que no siguiese investigando sobre el asesinato! Incapaz de creer lo que había sucedido, cruzó corriendo el aparcamiento de la estación, al mismo tiempo que se oía el pitido final del tren.

El mozo viejo estaba en la portezuela del coche cama, haciéndole señas con la mano.

- ¡Vamos, hombre! –gritó -. ¡Mueva esos pies!

Con la respiración entrecortada, Tom irrumpió en el andén, tropezando, y llegó al coche cama. Vio que el mozo hacía una seña hacia la locomotora, y luego le ayudó a subir. El tren se puso en marcha.

-Ya era hora –dijo el mozo-. He tenido que retrasar un poco la salida del tren.

-Gracias –jadeó Tom, agarrándose con fuerza al pasamanos, mientras aspiraba aire en sus pulmones.

- ¿Qué le ha pasado? –le preguntó el mozo-. El señor Faith me dijo que estaba usted tomando un café, o algo así.

- ¿Está él en el tren?

-Claro que sí. Menos mal que ha llegado usted a tiempo. Si llega a perder el tren, me hubiera perdido una buena propina.

Tom sonrió al mozo, sintiéndose feliz de saber que había una persona en el tren en la que podía confiar. ¿Dónde estaría ahora el señor Faith? Tenía que buscarle y pedirle una explicación por haberle engañado.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora