52*

81 7 0
                                    

Al acercarse a la señora Ruggles, ésta disparó casi sin volverse, y la bala se perdió lejos de la vagoneta. La señora Ruggles se detuvo para apuntar, apretó el gatillo, pero no disparó. Lo intentó de nuevo, y luego lanzó el revólver vacío en dirección a sus perseguidores.

El arma se estrelló contra la parte delantera de la vagoneta y rodó por el suelo del túnel. La señora Ruggles se volvió para echar a correr, pero uno de los hombres había descendido ya de la vagoneta y la sujetó por un brazo. Luchó ella, desesperadamente, pero el hombre le dobló el brazo por detrás de la espalda y la condujo a la vagoneta.

La señora Ruggles miró a Tom y le enseñó una mano ensangrentada.

-Mira lo que me has hecho con una piedra –dijo, casi llorando-. ¿Cómo has podido hacerme esto si decía que yo te caía bien?

Tom no supo qué contestar.

La señora Ruggles fue atada a la vagoneta y ésta se deslizó rápidamente hasta salir del túnel y luego hasta la estación siguiente.

Desde allí, se avisó a la policía y se envió un mensaje por radio al Canadian Express para que se detuviera.

Una vez que Tom prestó declaración ante la policía y vio cómo se llevaban, debidamente custodiada, a la señora Ruggles, los ocupantes de la vagoneta le condujeron hasta el tren, que se encontraba detenido en un apeadero situado frente a un lago rodeado de verdor y de montañas.

Algunos pasajeros habían descendido del tren para estirar las piernas y hacer unas fotos del paisaje. Ya habían comenzado a circular rumores acerca de Tom y de la señora Ruggles, y cuando se detuvo la vagoneta, la rodearon muchos rostros curiosos.

- ¿Qué ha pasado? –preguntó Dietmar, abriéndose paso entre los curiosos y dirigiéndose a Tom.

-Poca cosa –respondió Tom-. Que me caí del tren y estos amigos me han traído de nuevo.

Pero su modestia no era compartida por los ocupantes de la vagoneta, uno de los cuales se puso de pie y se dirigió a la gente.

-Este muchacho y nosotros somos unos héroes –dijo orgullosamente-. ¡Hemos capturado a un asesino!

- ¿Quién? –preguntó alguien, y enseguida surgieron otras preguntas -: ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cuándo?

- ¡Un momento! –era el revisor, abriéndose paso entre los pasajeros-. Que todo el mundo suba para que el tren pueda reemprender la marcha. Vayan ustedes al vagón-restaurante, y allí este joven les podrá contar lo sucedido.

Ya en el tren, el camarero sirvió unos refrescos, y Tom contó su historia a la gente que abarrotaba el vagón-restaurante. Luego, le hicieron preguntas para aclarar los puntos oscuros.

- ¿Tenía usted idea de que la señora Ruggles había asesinado a Catherine Saks? –preguntó un hombre.

-No –admitió Tom-, aunque había algunas pistas que debería haberme hecho adivinar quién era el asesino.

- ¿Cuáles eran?

-Primero, la colilla con la mancha roja de lápiz de labios. Puesto que Catherine Saks fumaba con boquilla, debía haberme imaginado que en el departamento C había estado otra mujer.

Tom hizo una pausa y bebió un sorbo de gaseosa.

-Durante el bingo, la señora Ruggles dijo que Catherine Saks había tenido un papel muy pequeño en una película. ¿Cómo sabía ella de los detalles exactos de la carrera cinematográfica de una desconocida? Esta fue una señal evidente que se me escapó, junto con el hecho, que resultaba extraño, de que la señora Ruggles no tuviera ninguna foto de sus nietos, a los que decía que iba a visitar. La mayoría de los abuelos llevan una docena de fotos de sus nietos.

El señor Faith levantó la mano para hacer una pregunta.

- ¿Había algo que indicara que el asesino era una mujer?

-Sí –dijo Tom-. Durante el desayuno me enteré de que Catherine Saks había trabajado en un banco con una amiga. Más tarde usted me dijo que Richard Saks le había echado la culpa a una cajera de si banco. Yo sospechaba que alguien quería hacer que Richard Saks apareciera culpable del asesinato, por lo que debería haberme imaginado que lo tenía que haber hecho la cajera para vengarse.

Mientras hablaba, el tren redujo la velocidad y entró en un túnel. Aunque sabía que estaba a salvo, Tom se estremeció al mirar la oscuridad de fuera.

-Ta ven –continúo -. Fue una pena que no se quedara en Hollywood, porque es una actriz realmente buena.

-Nos engañó a todos –dijo el señor Faith-. Con tanto labio pintado y tantos polvos en la cara, nunca me hubiera imaginado que fuese una mujer joven.

Alguien estaba tirando de la manga de Tom. Bajó la vista y vio a la mujer de las pastas, sentada ante una mesa, con la caja de pastas abierta.

-Tome una –dijo sonriendo-. Creo que es usted un joven estupendo.

-Gracias –dijo Tom, cogiendo una pasta grande recubierta de chocolate-. Por cierto, ¿Le he dicho que usted era una de las sospechosas?

- ¿Yo? –dijo la mujer, estupefacta.

-Sí –dijo Tom, engulléndose la pasta antes de que la mujer se la quitara de nuevo-. Pensé que usted podía haberle dado a Catherine Saks una pasta envenenada con cianuro. Por supuesto que no se la dio, y, desde luego, yo debería haber recordado que la señora Ruggles ofreció bombones a todo el mundo, bombones que también podían estar envenenados.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora