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No lo entiendo –dijo Tom, que se sentía confuso y avergonzado.

La señora Ruggles se puso de nuevo la peluca, ajustándola cuidadosamente.

-Unas horas más y hubiera estado a salvo, fuera del tren –dijo con una voz que ya no era la de la anciana-. No podía imaginarme que un crío viniera a estropear mis planes.

Mil pensamientos distintos asaltaron a Tom. Sorpresa, estupidez, desesperación, miedo por el revólver que le apuntaba directamente al corazón. Había encontrado al asesino, pero estaba atrapado.

- ¿Por qué, usted? –dijo Tom, con tristeza-. Usted me cae bien.

La señora Ruggles sonrió.

-Y tú a mí. Y he de decirte que has resuelto este caso estupendamente.

- ¿Me va a matar?

-Solo si es necesario.

Tom miró al revólver, preguntándose si debía lanzarse sobre la anciana y tratar de arrebatárselo. Pero no era una anciana y ya había asesinado a una persona.

- ¿Quién es usted? –preguntó.

-Estate callado mientras pienso –dijo la señora Ruggles. Hubo un largo silencio y luego movió afirmativamente la cabeza-. Sí ese es un buen plan.

- ¿Quién es usted? –repitió Tom.

-Soy la cajera del banco.

- ¿Qué? –dijo sorprendido Tom.

-El señor Faith estaba en lo cierto cuando sospechó de Richard Saks me había echado la culpa del robo –la señora Ruggles se inclinó hacia Tom-. Pero no fue culpa de Richard Saks, sino de la asquerosa Catherine, su mujer. Ella le obligó a hacerlo.

- ¿Estuvo usted con ella en Hollywood?

-Sí, fuimos juntas para ser actrices, pero Catherine no valía. Se cansó de intentarlo e insistió en que regresáramos a Winnipeg. Siempre hacía lo que le daba la gana, así que regresamos a casa encontramos trabajo en el banco de Richard. Al poco tiempo las dos estábamos enamoradas de él. - La señora Ruggles sonrió, pero con un gesto amargo en la boca-. ¿Adivinas quién lo atrapó?

Tom recordó la forma en que Catherine Saks había tratado a su marido durante el desayuno.

-Ella no parecía estar enamorada.

-Aquello no duró mucho. - La señora Ruggles bajó la vista con un gesto triste, y durante un segundo el revólver tembló en su mano-. Todo lo que ella quería de Richard era dinero, así que lo obligó a que lo robara del banco. Yo lo sabía, pero no dije nada, porque quería a Richard.

- ¿Le quiere aún?

-Sí, pero quería vengarme de los dos, especialmente de Catherine. Cuando leí en el periódico que iban a realizar este viaje, planeé el asesinato perfecto.

La señora Ruggles parecía haberse olvidado del revólver y, a medida que hablaba, lo bajaba más y más.

-Hace dos semanas le du un susto a Catherine, a la que llamé por teléfono, diciéndole que quería vengarme. Luego, para evitar cualquier sospecha, me fui a Brandon y tomé el tren, ya en mi papel de señora mayor.

La señora Ruggles hizo una pausa, con aire satisfecho.

-Catherine no me reconoció. Anoche, después de su pelea con Richard en el bar, la seguí hasta su departamento y le expresé mi simpatía. Catherine me contó todas sus penas y yo le di un bombón.

-Envenenado con cianuro –dijo Tom, estremeciéndose.

La señora Ruggles asintió.

-Se lo metió en la boca y empezó a chuparlo. Entonces me quité la peluca y le sonreí. Catherine solía decir que yo era una mala actriz, pero seguro que no pensaría eso mientras se estaba muriendo.

Tom miró a la mujer, dándose cuando de que tras el maquillaje y la peluca se escondía una persona perversa.

-Una vez muerta, la apuñalé y me fui a mi departamento. Cuando oí que volvía Richard, pulsé la alarma, pretextando que había escuchado una pelea.

Para entonces, el revólver estaba apuntando casi al suelo. Armándose de valor, Tom hizo otra pregunta par que la señora Ruggles siguiera hablando.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora