- ¿Un caso? ¿Qué quieres decir?
Sin pensarlo, lo soltó todo. Uno se siente mejor si encuentra una persona agradable y simpática con quien hablar, así que Tom contó toda la historia del cianuro y del señor Faith y de cómo estuvo a punto de perder el tren y quedarse abandonado en aquel pueblecito de la montaña.
-Y por eso es por lo que no me pude sentar con usted a la hora del almuerzo –terminó Tom, contento de poder explicar el motivo de su desaire.
Durante el relato, la señora Ruggles había escuchado atentamente, asintiendo con la cabeza y haciendo de vez en cuando alguna pregunta. Cuando terminó Tom, encendió otro cigarrillo y le miró atentamente.
-Muy inteligente, sí señor –dijo --. Eres un verdadero detective.
Tom sonrió feliz, incapaz de ocultar su alegría.
-Quizá pueda usted ayudarme –dijo-. Vayamos en busca del señor Faith y usted le hace unas preguntas acerca del maletín. A lo mejor le pillamos desprevenido
-Me parece muy bien –dijo la señora Ruggles. Le dio otro bombón a Tom, se puso de pie y se dirigió al servicio-. Discúlpame un minuto. Si vamos a estar un público, necesito pasarme el lápiz de labios.
Se cerró la puerta del servicio y Tom siguió con el bombón. Durante su charla con la señora Ruggles había consultado su cuaderno de notas y ahora se supo a ojear las páginas, recordando algunos detalles. Se dio cuando de que había olvidado anotas algo sobre la colilla, por lo que sacó el sobre del bolsillo y anotó en el cuaderno los datos del sobre.
- ¿Qué es eso? –preguntó la señora Ruggles, que salía del servicio.
-Bueno, pensé que podría ser una prueba –contestó Tom, abriendo y sacando la colilla-. La encontré en el departamento C.
- ¿Una pista?
-Bueno, el asesino podría haberla dejado sin darse cuenta. –Sonriendo, Tom señaló la marca roja de la colilla-. Sin embargo, no creo que el señor Faith use lápiz de labios.
La señora Ruggles se rio.
-Espero que no.
-He tratado de averiguar la marca del cigarrillo, pero el lápiz de labios la tapa casi por completo. En cualquier caso, es evidente que Catherine Saks la dejó en el cenicero.
Tom recordó a la hermosa mujer sentada a la mesa del desayuno, tan elegante con la boquilla entre sus dedos. De pronto, como si recibiera un golpe, recordó algo.
- ¡Eh! –dijo, mirando la colilla.
- ¿Qué ocurre? –preguntó la señora Ruggles.
- ¡Claro! ¡Catherine Saks usaba boquilla. Lo que significa que sus cigarrillos no tocaban sus labios, por lo que esta mancha de lápiz de labios no puede ser suya!
-Eso no tiene sentido, Tom –dijo la señora Ruggles, sentándose de nuevo en el asiento y cogiendo el bolso del suelo.
- ¡Claro que lo tiene! –dijo Tom, excitado-. Aquella noche hubo otra mujer fumando en su departamento.
La señora Ruggles se rio.
-Realmente, eso es algo traído por los pelos, Tom. Si quieres que te ayude en este caso tienes que presentarme mejores pruebas.
-Usted no me entiende –dijo Tom, impaciente porque la mente de la anciana funcionara tan lentamente. Trataba de encontrar otra forma de explicarle lo de la mancha de lápiz de labios, cuando sus ojos se fijaron en una de las colillas, que aún humeaba en el cenicero-. Será mejor que apaque eso –dijo –
-Sí, claro.
La señora Ruggles cogió la colilla y la aplastó con fuerza contra el cenicero. Mientras lo hacía, Tom vio que tenía una mancha roja de lápiz de labios. Le invadió una sensación de frío y malestar y levantó la vista para mirar a la señora Ruggles.
Sonriendo, la anciana se llevó una mano a la cabeza y se quitó la peluca, dejando al descubierto una espesa cabellera negra que brillaba con la luz que entraba por la ventana. Al mismo tiempo, sacó un pequeño revólver de su bolso y encañonó a Tom.
-Enhorabuena –le dijo. Acabas de descubrir al asesino.
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Asesinato En El Canadian Express
Novela JuvenilTom usten, un muchacho canadiense que acaba de terminar el curso escolar, viaja en este ferrocaril, el de mayor recorrido del mundo sale diariamente de montreal y emplea tres dias en llegar a su destino, vancuver