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Afortunadamente, el mozo no estaba por allí cuando Tom llegó a su vagón. Las literas habían sido recogidas y se sentó al sol, dejándose relajar por el calor de sus rayos. Al otro lado del pasillo, la señora de las pastas resopló con fuerza y destapó con grandes aspavientos la caja de pastas.
-¡Vieja roñosa!- dijo Tom para sí. Se puso a mirar por la ventanilla y vio que el tren se aproximaba a un pequeño grupo de árboles, a cuya sombra pastaba un caballo, que se espantaba las moscas con el rabo. Luego apareció una casita de madera y Tom vio a una chica sentada en los escalones de la entrada, mientras el aire agitaba su cabello. Al pasar el tren, saludó con la mano y Tom estaba seguro de que le había saludado a él. Enseguida desapareció de su vista. Tom se inclinó contra el cristal de la ventanilla intentando verla de nuevo, pero la casita había desaparecido ya. Se sentó de nuevo, preguntándose quién sería la chica, sintiéndose a un tiempo triste y alegre por haber compartido aquel momento juntos. Dietmar venía. Tom le oyó hablar con Catherine Saks en el pasillo, y su voz le pareció poco amistosa. Cerró los ojos, fingiendo estar dormido, y minutos después lo estaba realmente.
Cuando se despertó, se incorporó y cogió un libro y un paquete de chicle. Después de un buen rato de lectura, Dietmar y él tomaron una hamburguesa con queso en el pequeño restaurante que había debajo del mirador: luego subieron a éste y charlaron animadamente mientras contemplaban el paisaje.

EL BAJAR y subir al tren en las estaciones para curiosear, les abrió el apetito y tomaron  una espléndida cena, cuyo plato fuerte fue una gran ración de jamón de Virginia.
Luego se encaminaron al último vagón del tren para jugar al bingo.
El juego tenía lugar en el coche mirador,y parecían estar allí todas las personas que habían conocido en el tren. La primera persona a quien Tom vio fue la señora de las pastas, que sólo hizo un ligero saludo a Dietmar; a su lado se sentaba el hombre bajo y gordo, cuyos hombros estaban llenos de caspa.
A Tom se le cayó el alma a los piesa al ver aquellas dos personas, pero se animó al divisar a la señora anciana, que le indicaba por señas una butaca vacía a su lado. Mientras se dirigía hacia ella por el pasillo que formaban las butacas, colocadas en dos filas frente a frente, divisó al hombre del maletín, cuyos ojos no se apartaban de Tom

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora