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Simulando ignorar la mirada de aquel hombre, Tom se sentó y sonrió a la anciana.
El sol de la tarde daba cierto atractivo a su pelo blanco, pero a Tom no le agradó mucho el excesivo maquillaje que se había aplicado.
-¡Hola!- dijo sonriendo-. Me llamo Tom Austen
- Y yo soy la señora Ruggles- dijo la anciana, sonriendo a su vez.
-¿No tiene ninguna chocolatina?- preguntó en broma Tom
-¡Pícaro!- dijo la anciana, moviendo un dedo-. Te va a quitar el apetito.
-Ya he cenado- respondió Tom.
-Entonces te quitará las ganas de desayunar.
Dietmar, que había tomado asiento frente a ellos, movió la cabeza.
-¡Mala suerte!- murmuró.
Ignorando a Dietmar, la señora Ruggles abrió el bolso y sacó una bolsa de papel. Le dio un bombón a Tom y luego le ofreció al hombre del maletín, que estaba sentado a su izquierda.
- Gracias- dijo el hombre, tomando un bombón grande.
La señora Ruggles se incorporó de su asiento y, cojeando, fue ofreciendo bombones a todo el mundo, sonriendo feliz cuando alguien elogiaba su calidad. Al llegar a Dietmar retiró ostensiblemente la bolsa y se sirvió ella misma.
Dietmar se puso rojo. Era la primera vez que Tom veía azarado a Dietmar, y se alegró. Le guiñó un ojo y se volvió a mirar por la ventanilla. Al hacerlo notó que el hombre del maletín seguía mirándole.
Esta vez le devolvió la mirada y el hombre desvió la vista. ¿Qué pasaba? Intrigado, Tom observó en la lejanía la puesta del sol, que dejaba tras sí un cielo bellamente surcado de franjas rojas, naranjas y amarillas.
-¡Tomen sus cartones para el bingo!- dijo una voz.
Tom se volvió y vio a Dermot. Sonriente, el mozo joven y alto repartió los cartones para el juego y luego preparó un bombo de varillas metálicas que contenía unas bolas de ping-pong numeradas. Hizo girar el bombo y sacó una bola.
-Número 9 -anunció Dermot-.¿Nadie ha hecho bingo?
Todos rieron la gracia. Mientras el mozo hacía girar de nuevo el bombo, se oyó un alboroto en el bar, que era un local que había en la parte delantera del vagón.
-Número 79 -dijo Dermot, elevando la voz por encima de ruido proveniente del bar.
Se oyó un grito enfadado y Tom reconoció la voz de Richard Saks.
-¡Fuera de aquí! -gritaba -.¡No quiero verte!
Dermot intentó seguir el juego, cantando animadamente otro número, pero todos miraban hacia el bar. Hubo una pausa y luego vieron a Catherine Saks que iba por el pasillo y salía del vagón.
-Es la rubia esa- dijo la señora de las pastas a su marido-. Ya te dije que era una fresca.
El hombre bajo y gordo la miró con desdén.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora