Capítulo Diez

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—¿Qué es eso?

—No es asunto tuyo.

   A Marinette le había molestado de sobre manera ese comentario mientras podía ver como desdoblaba el origami de mariposa. Terminando de desdoblar el papel, Gabriel observó que formaba una especie de dibujo con líneas y formas de cuadrados.

—Parece un mapa.—Comentó Marinette—Al menos me recuerda a un mapa.

«¿Un mapa?» pensaba Gabriel.

—¿Tiene que ver esto con la nota cierto?

—No—mintió Gabriel—Sólo es otra simple broma.

   Si ella no quería decir nada sobre el diario de su esposa, él tampoco lo haría sobre esa nota ni la mariposa de origami. Sin embargo, viéndolo de otro modo, si parecía un mapa, uno incompleto. 

   Pero antes de que pudiera averiguar algo más, Marinette había tomado el papel y lo había roto en varios pedazos.

—¿Por qué hiciste eso, loca!

—Ahora estamos a mano.

   Marinette salió de la oficina con paso firme, Gabriel al ver esa actitud no pudo más que pensar que en verdad era una inmadura, testaruda y rencorosa; no podía creer que tendría que ser su compañera de trabajo por algún tiempo, hasta que se termine su pasantía y si eso sería por algún tiempo, tendría que soportarla por esos días y meses que duraría trabajando allí. O podría también hacer la segunda opción, la iba a acusar con Adrien de su actitud para que fuera a expulsara, sí, eso haría, después de irse a tomar un café para quitarse el sueño de encima, hablaría con su hijo.

   No lo iba a tolerar más.

   Salió de la oficina y se fue hacia la cafetería para buscar una taza de café. En cuanto fue abajo, se sorprendió un poco al ver el sitio casi vacío. 

   No le dio importancia y pidió su café en un vaso de plástico para poder llevárselo de vuelta a la oficina.

   Camino hacia el ascensor se tropieza con una joven rubia vestida de un traje amarillo el cual termina ensuciado por el café caliente que derramó Gabriel sobre ella por accidente.

—Que horror. ¿Se da cuenta de lo que hizo! Era un vestido exclusivo.—Refunfuñó la joven que al levantar la miraba se queda quieta al mirarlo—¿Gabriel Agreste?

   La joven comenzó a sentir pavor al verlo olvidando por completo el hecho de que su vestido estaba manchado por café caliente.

—¿La conozco?

—N-no, no lo creo. Y-y no debería—contestó la joven que fue rápidamente entrando al ascensor con miedo y oprimiendo varias veces el botón de cerrar.

   Sólo cuando Gabriel Agreste entró, las puertas del ascensor se cerraron.

—No voy a hacerle daño si eso es lo que piensa.—Aclaró Gabriel.

   Aunque todos le hayan mirado de esa misma manera, por primera vez puede defenderse 

—Seguramente porque sabe que su hijo lo mandaría de nuevo a la cárcel si mata a su novia.

   Cuando ella se dio cuenta de lo que dijo se tapó la boca y salió corriendo del ascensor en cuanto vio que se abría, aunque en realidad fue en el piso equivocado. Al siguiente piso le tocó bajarse Gabriel.

—Pobre Mari—comentaba una empleada rubia de cabello corto a otra pelirroja—No ha dejado de llorar.

—Sin ella la empresa no hubiera seguido a flote. Ella tiene buen potencial para el diseño.

—Es por culpa de ése Gabriel Agreste, miserable asesino, dicen que odiaba tanto a su esposa que por eso la asesinó.

   Cuando lo vieron pasar, las palabras de las mujeres cesaron y se fueron alejando de su presencia con temor. Muchos fisgoneaban con disimulo y luego volvían a su trabajo, todos le temían, todos decían mentiras. Mientras más escuchaba, más rabia le daba, él era inocente, no mató a su esposa, la amaba con toda su alma, era el amor de su vida y alguien lo quiso culpar por eso; sería muy complicado averiguar quien había sido el culpable.

   Por otro lado, escuchó en un principio decir a aquellas mujeres haber escuchado llorar a Marinette, pero no sabía en donde.

   Cuando estaba cerca de la oficina de Adrien se detuvo en la puerta. Estaba dispuesto a decirle lo de Marinette hasta que algo lo contuvo, había un vuelco en su estomago que le estaba haciendo sentir mal, probablemente se estaba sintiendo culpable debido a que había escuchado lo del llanto de Marinette.

«Ni siquiera la conozco, no debería importarme, se merece que la saquen de aquí por grosera».

   Claro que, ahora su conciencia le estaba pensando por pensar el hecho de haber contribuido a hacer que Marinette terminara llorando. Le temblaba la mano en el pomo de la puerta, sus fuerzas no le daban para poder abrirla.

    Su pesar era muy grande, tanto para poder detenerse, dar media vuelta y volver a su oficina.


     Cuando llegó la hora del almuerzo, Gabriel había ido a la cafetería a comprarse unos sándwiches fríos de queso con lechuga y tomate más un vaso de jugo de manzana, ya que era todo lo que podía comprarse con el dinero que le había dado su hijo para almorzar. No había visto a Marinette desde entonces, incluso se ponía a pensar, tal vez, sólo tal vez, estaría llorando, probablemente en el baño o en algún cubículo vacío de las oficinas de la empresa.

   La cafetería estaba llena, tanto de empleados de Le Mode Agreste como gente de fuera, era un buen ingreso para la empresa si la ponían abierta para el público en general. Pero para Gabriel, era el peor momento cuando algunas miradas se clavaban en él, como tratando de analizar todos sus movimientos.

«Por favor, no me atormente más».

   Se agarra con fuerza el puente de la nariz tratando de calmarse, quería que esas miradas se fueran, que siguieran pensando que fuera un asesino si quieren, pero ya no quería ser observado como si fuera a cometer otro crimen.

«Respira profundo Gabriel, ignóralos» pensaba comiendo su sándwich. 

—¿Dónde está Marinette?— trató de preguntar a alguno de los empleados pero ellos se alejaban de él.

   Lanzó un suspiro y volvió con su trabajo.

    Al cabo de unas horas, fue de nuevo al sitio donde estaba el vestido de debía de coser junto con Marinette. Lo observaba, cada detalle, cada costura. Recordaba con nostalgia todas las veces en las que tuvo que coser vestidos como ese.

   Tanto tiempo en la cárcel le hicieron olvidar como era hacer esos detalles.

   Toda su vida había cambiado por la muerte de su esposa. Fue en ese punto en que su vida cambió.

   Y ahora que le tocaba hacer, tenía que descubrir quien asesinó a su esposa, pero ahora que veía el vestido también se daba cuenta que debía aceptar que ahora debe trabajar en el puesto que le toca.

«Tengo que organizarme» pensaba. «Entre el trabajo y mi investigación».

   Salió de aquel sitio y regresó a su oficina encontrándose con la sorpresa de que Marinette no estaba allí. No la vio en la cafetería, ni en la oficina, era imposible que se hubiera ido del trabajo sabiendo que podría perderlo fácilmente, no hubiera sido capaz.

—¿Dónde está esa niña? 

[AU] La mariposa negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora