Capítulo Veintisiete

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     Cuando Gabriel despertó en su habitación, se sintió mareado al levantarse tan rápido de la cama. Quería poder olvidar lo que había pasado anoche mientras iba con cuidado hacia su baño y se daba una ducha, pero ni toda el agua fría que se echaba en la cabeza le hicieron olvidar el como había visto a Marinette, hasta incluso se daba cachetadas en la cara para auto obligarse a olvidar aquella imagen.

—Despierta ya, Gabriel, ella estaba ebria, no le hiciste nada, así que no puede acusarte.

   Tampoco podía olvidar el contacto con sus labios que anoche tenían un sabor dulce y embriagante por el vino, se frotaba los labios recordando el momento, no había besado a una mujer en muchos años y el sentir los de Marinette le hicieron sentir una sensación reconfortante.

«¡Basta ya! Como si en verdad eso fuera a ocurrir, jamás podría estar ella con alguien tan viejo como yo».

   Se terminó de darse la ducha y se fue a terminarse de arreglar para salir a trabajar. 

   En cuanto estuvo por salir de la mansión, para sorpresa suya, Adrien lo detuvo. Le pareció muy extraño para él ya que asumía que debería de estar en la empresa antes que él, debido a que al observar la hora supuso que para él sería tarde para trabajar.

—¿Marinette estaba bien?— le cuestionó Adrien tratando de no sonar preocupado.

—Lo estaba, sólo estaba ebria y...Espera ¿Tu abuelo te contó que yo la llevé a su casa?

—Me sorprendió ver como tú te la llevabas afuera— confirmó Adrien— Los vi anoche, y quiero saber si le hiciste algo.

—¡No le hice nada! ¡No pasó nada!— gritó Gabriel— La llevé a su casa y la dejé.

   Y salió de la mansión antes de que su hijo siguiera cuestionándole antes que acabara por soltar que ella lo besó incluso la había visto casi desnuda. De nuevo aquella imagen de Marinette mientras dormía se le vino a la cabeza, tenía que olvidarlo de alguna manera, ya hasta comenzaba a sentir sus mejillas enrojecer ante el recuerdo.

«Me siento como un pervertido».


     Despertó, su cabeza le daba vueltas, observó toda la habitación.

   ¿En dónde estaba? Se preguntaba la joven morena sin dejar de mirar la habitación que estaba totalmente en blanco, la luz estaba encendida, la única ventana estaba sellada y el sistema de ventilación estaba a una gran altura. Todo a su alrededor era blanco.

   Trató de levantarse, descubriendo que estaba atada de manos y pies sobre la cama de blanco en la que estaba, y cuando jaló con fuerza sus manos le comenzaron a arder.

—¿Qué quieres?—gritó Alya— ¿Dónde está mi madre? ¿Dónde me trajiste?

   Desesperada, gritaba con todas sus fuerzas, esperando a ver a alguien, pero nadie llegaba.

   Al momento dejó de luchar y empezó a llorar, pensando en lo terrible que se sentiría su padre y sus hermanas cuando fueran a enterarse de lo que le ocurrió. En las palabras de Marinette cuando le dijo sobre lo incorrecto que hubiera sido llevarse su diario, en ese momento pensó en que todo fue culpa de ella, por no dejarla llevarse el diario para recuperar a su madre.

   Tal vez ya estaba muerta en estos momentos y ahora ella iba a morir, tal vez si se hubiera llevado el diario su madre estaría a salvo.

—¡Esto es tu culpa, Marinette! ¡Te odio!


     Gabriel agradecía a los cielos que Marinette no había llegado todavía al trabajo, temía que le fuera a invadir con preguntas como el por qué ella amaneció semi desnuda en su cama, lo que más quería era evitar cualquier cosa que le recordara los acontecimientos de anoche. Por lo tanto, trató de concentrarse en hacer unos nuevos diseños en su escritorio.

[AU] La mariposa negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora