Capítulo Dieciocho

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     Cuando Gabriel había visto que Marinette dejó el paraguas en la oficina, encontró la oportunidad de mostrarle un gesto de amabilidad a la joven azabache; a pesar de que tuvo que soportar las respuestas de pavor de una de las empleadas para saber en dónde podía encontrarla. De ahí, supo que siempre esperaba el autobús en una parada a unas cuadras de la empresa.

«Espero poder obtener su ayuda» pensaba Gabriel mientras terminaba de bañarse con agua caliente para quitarse el frío que le había dejado la lluvia que lo empapó. Se vistió una ropa de dormir y estaba a punto de recostarse en la cama cuando escuchó un golpe en la puerta, seguido de una repentina entrada de parte de su hijo lo interrumpieron en su proceso de descansar con el sueño.

—¿Dónde está, para que lo quieres?— exclamó Adrien con furia.

—¿De qué estás hablando?

—¿Por qué te robaste el papel?

—¿Papel?—empezó a aludir a lo que refería—Ese extraño papel desdoblado, yo...

   Estaba a punto de decirle que se lo había entregado a Marinette, pero se contuvo, reflexionando el que si quería obtener su ayuda, tendría que ganarse su confianza. Y para eso, no podía revelar que le había entregado ese papel junto con otros de la misma forma.    

—Lo tiré a la basura—mintió.    

    Pudo ver como Adrien apretaba los puños con fuerza, era peor que verlo enojado por su llegada, ahora parecía tan enojado como si estuviera en frente de un desconocido que le ha humillado.

—Escucha, Gabriel, jamás vuelvas a entrar a mi habitación y no tomes mis papeles— rabió el joven rubio.

—¿Por qué era tan importante ese papel para ti?—le indagó Gabriel.  Pensando que podría tener mejor conocimiento de lo que él sabía o de lo que podría saber Marinette.

—No era nada importante cuando lo vi, un simple origami—replicó Adrien—Sin embargo, fue irrespetuoso de tu parte tomarlo de mi habitación ¿Qué otra cosa pudiste haberme robado? 

   Cada vez le sorprendía todo cuanto había cambiado su hijo con él, por un crimen que no había cometido.

—Tienes prohibido husmear en las habitaciones de la casa. No puedes entrar a mi habitación, a la del abuelo, ni el antro, ni tu antigua oficina. Si me entero que volviste a meterte en los lugares que nombré, te arrastraré a la calle y no serás bienvenido a la casa otra vez— le amenazó su hijo.

   Y así, se fue de la habitación de su padre, Gabriel había quedado perplejo y se quedó sentándose en la orilla de su cama, tomándose la cabeza por un leve mareo que estaba sintiendo por la tensión causada por su hijo.

—Encontraré quien lo hizo.


     Tikki no dejaba de observar la nota que le habían encontrado.

—Crisálida, crisálida—repetía conforme veía la nota.

—Pareces disco rayado— bromeó Plagg acercándose con una silla a su lado.

   Su compañera le envió una mirada de reproche y esto lo único que hizo fue a hacer a Plagg reírse.

—¡Eso es!—y dio un chasquido con sus dedos—Las dos chicas iban envueltas en tela.

—Ya lo sé, Tikki. Yo también lo vi.

—No es por eso, Plagg. No lo entiendes—y tomó las fotografías que le habían sacado a Aurore y a Mireille—Mira como están envueltas. El asesino las envolvió para que quedaran en forma de crisálidas.

[AU] La mariposa negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora