26: Mariposas en el estómago

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Nos encontrábamos sentados sobre la arena observando el hermoso ocaso. El paisaje era realmente hermoso. Como si una fotografía irreal hubiera sido plasmada en este lugar.

-Y para todo esto ¿Por qué golpeaste a Daniela? -preguntó sin dejar de mirar el océano.

-Estaba hablando de mí con sus amigas -expresé con amargura.

Recordar lo que dijo hacía que se me revolviera el estómago.

-¿Sobre qué? -giró su cabeza y me miró.

-Dijo que era una puta que aparentaba ser virgen -comenté.

-Esa chica está loca, la puta es ella -gruñó.

-Lo sé ¿Cómo se atreve a hablar así de mí siendo que ella terminó acostándose con Alan? -expliqué furiosa-. Lo único cierto que dijo es que aún soy virgen.

Las últimas palabras salieron de golpe. Me puse la mano en la boca tratando de no decir más cosas que son inecesarias. Ví a Alonso y sus cejas estaban alzadas. Mis mejillas comenzaron a arder cuando las comisuras de sus labios mostraron una sonrisa. Ese dato personal no debió haberlo escuchado.

No es que sea pecado ser virgen a los 18. Pero tampoco es un gran orgullo. Das a entender que eres una solitaria de la cual nadie ha tocado. Es algo vergonzoso.

-Es bueno saberlo -comentó estudiandome de arriba a abajo rápidamente.

Para romper está pequeña situación embarazosa me levanté caminando hasta la orilla. Retiré mis sandalias y coloqué mis pies a la altura en donde el agua llegaba y se iba. La brisa golpeaba suavemente mi cuerpo. El ligero viento provocaba que algunos mechones de mi trenza salieran de su lugar.

Sentí a Alonso a mi lado. Mi mirada estaba perdiéndose en la bella vista que tenía el frente.

-No tiene nada de malo ¿sabes? -dijo mientras escondía sus manos en los bolsillos delanteros de su short.

-¿El qué? -pregunté con nerviosismo.

-Que seas virgen -lo miré y estaba observándome con seriedad.

-Puedes burlarte si quieres -dije volviendo la vista al océano.

-No lo haré -se acercó hasta que su estrecho hombro chocó con el mío.

Luego de habernos quedado en silencio mientras veíamos el atardecer, Alonso se alejó un poco.

-¿Llevas traje de baño? -preguntó señalando mi atuendo.

-Sí, pero no voy a meterme al agua. Está empezando a anochecer -dije abrazándome a mí misma.

No escuché su respuesta. Volví mi cabeza hacia dónde se encontraba. Vi como tomaba la parte en donde terminaba su camiseta y comenzó a deslizarla hacia arriba hasta que la retiró por completo.

Santa María y José. Necesito agua fría AHORA antes de que mi cara arda en llamas. Su abdomen dios santo. Sus formados y contorneados cuadritos. Su torso debería ser ilegal por ser tan perfecto.

Oh dios...esas ligeras líneas que forman un camino hasta su aparato reproductor masculino.

Sin esperarme se adentró al mar. Me sentía una estúpida de pie sin hacer nada. Mi mente estaba procesando lo que estaba viendo.

Luego de unos segundos salió a la superficie. El agua le llegaba a la altura de sus hombros impidiéndome la vista de su pecho desnudo.

-¿Piensas quedarte ahí? -preguntó mientras se pasaba la mano por su cabello mojado.

Tenía dos opciones. Una, quedarme ahí como tonta y dos, quitarme la ropa hasta quedar en bikini y entrar al mar.

Tratando de mantenerme segura de mí misma y sin nervios comencé a quitarme la blusa. Solté mi cabello hasta que cayó libremente por mis hombros. Creyendo que era suficiente caminé hasta el agua azulada.

-Te falta algo -avisó Alonso señalando el short.

Genial. Por un momento pensé que no se daría cuenta. De forma rápida deslizé mi short hacia abajo hasta que estuvo fuera de mis pies. Me sentía desnuda y cohibida por la mirada que Alonso mantenía.

Entré al océano, y me estremecí un poco cuando comencé a mojarme. Hundí la cabeza para completar el proceso. Una vez en el exterior peiné con mis dedos mi cabello húmedo mientras Alonso nadaba ágilmente hacia mi dirección.

Las próximas horas fueron relajantes. Alonso me reto una carrera de natación de un punto a otro. Obviamente yo ganaba. O tal vez él me dejaba ganar. Lo importante es que me divertí como nunca. Nadamos, exploramos el interior del mar, nos aventamos agua el uno al otro sin parar.

Cuando menos pensé que había anochecido. Me encontraba sentada encima de la parte delantera de la suburban con mi toalla cubriendo mi cuerpo. Alonso estaba a mi lado de pie con su toalla rodeando su espalda.

-¿Quieres ir a cenar? -propuso mirándome.

-Si no es mucho pedir -dije sonriendo.

Río volviendo su vista al frente. Suspiré al ver el cielo oscuro adornado con estrellas brillantes. La única luz que nos acompañaba era la de la luna. Este día fue genial a comparación de la de ayer.

Aquí Alonso y yo olvidamos nuestras diferencias. Sólo nos divertimos de una manera sana. Sin alcohol o sustancias extrañas que dan en las fiestas. Momentos como estos son sagrados. No me sentía triste o deprimida por Alan, me sentía libre y cómoda a lado de Alonso.

-Gracias -susurré-. Por todo.

Me miró recorriendo mi rostro.

-No te he dado todo -comentó divertido.

-Sabes a lo que me refiero -protesté mientras me acurrucaba en mi toalla.

-¿Tienes frío? -se puso delante de mí colocando sus manos sobre mis hombros.

-Solo un poco -expresé con una mueca.

Observé como se quitaba su toalla y la colocó a mi alrededor de una manera delicada. Acercándose terminó de rodear la toalla.

Levanté mi vista para encontrarme con su mirada. Sus ojos azules brillaban de una manera hermosa y única. Por unos momentos nos quedamos viendo el uno al otro. Su mirada viajó hasta mis labios y comenzó a acercarse.

Olvidando todo a mi alrededor. Cerré la distancia de nuestros rostros. Nuestras respiraciones se combinaron al momento que su nariz tocó la mía. Su mano sujeto mi barbilla y me besó.

Mis labios se abrieron lentamente para él. El beso fue dulce y tierno. El frío desapareció cuando sentí su cuerpo cerca del mío derrochando un calor exquisito.

Mis manos soltaron la toalla haciendo que está cayera la arena. Mis brazos rodearon su cuello a la vez que lo atraía hacia mí con fuerza. Una de sus manos viajó hasta mi espalda baja haciendo que mis hormonas despertaran por su tacto.

Mis piernas de manera involuntaria se cerraron en su cintura para evitar que se alejara.

Sensaciones cruzaron por mi piel al sentir la textura de sus labios. Succionaba mis labios con un toque de desesperación y deseo.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza cada vez que su mano recorría mi espalda de una manera suave.

Conforme avanzaba el momento, el beso se profundizó. Un gruñido ronco y sexy salía de su garganta cada vez que su lengua se adentraba en mi boca.

Sus labios viajaron hasta mi cuello depositando besos suaves y húmedos. Solté un leve gemido cuando sus labios subieron hasta mi oreja mordiendo el óvulo de esta.

-Me gustas -susurró en mi oído.

El Huésped -Alonso Villalpando-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora