El comienzo del mes de diciembre llevó a Hogwarts vientos y tormentas de aguanieve. Aunque el castillo siempre resultaba frío en invierno por las abundantes corrientes de aire, me alegraba encontrar las chimeneas encendidas y los gruesos muros cada vez que volvía del lago, donde el viento hacía cabecear el barco de Durmstrang e inflaba las velas negras contra la oscuridad del cielo. Imaginó que el carruaje de Beauxbatons también debía de resultar bastante frío. Note que Hagrid mantenía los caballos de Madame Maxime bien provistos de su bebida preferida: whisky de malta sin rebajar. Los efluvios que emanaban del bebedero, situado en un rincón del potrero, bastaban para que la clase entera de Cuidado de Criaturas Mágicas se mareara. Esto resultaba inconveniente, dado que seguíamos cuidando de los horribles escregutos y necesitábamos tener la cabeza despejada.
—No estoy seguro de si hibernan o no —dijo Hagrid andaba temblando del frio, y mis poderes de fuego, no me ayudaban a estar calientita, en la siguiente clase, en la huerta de las calabazas—. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.
Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer de los escregutos las criaturas más repulsivas que hubiera visto nunca. Desalentada, observe las enormes cajas que Harry acababa de llevar, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.
—Los meteremos dentro —explicó Hagrid—, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.
Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No os asustéis, no os asustéis!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro. Mientras que Harry me había obligado a quedarme, junto con él, Ron y Hermione, nos quedamos fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos conseguimos sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.
—¡No lo espantéis! —nos gritó Hagrid a Harry y a mi, que le lanzabamos chorros de chispas con las varitas. El escreguto avanzaba hacia nosotros con aire amenazador, el aguijón levantado y temblando—. ¡Sólo hay que deslizarle una cuerda por el aguijón para que no les haga daño a los otros!
—¡Por nada del mundo querríamos que sufrieran ningún daño! —exclame con enojo mientras Harry y yo retrocedíamos hacia la cabaña de Hagrid, defendiéndonos del escreguto a base de chispas.
—Bien, bien, bien... esto parece divertido.
Rita Skeeter estaba apoyada en la valía del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto. Aquel día llevaba una gruesa capa de color fucsia con cuello de piel púrpura y, colgado del brazo, el bolso de piel de cocodrilo.
Hagrid se lanzó sobre el escreguto que estaba acorralando a Harry y a mi, y lo aplastó contra el suelo. El animal disparó por la cola un chorro de fuego que estropeó las plantas de calabaza cercanas.
—¿Quién es usted? —le preguntó Hagrid a Rita Skeeter, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.
—Rita Skeeter, reportera de El Profeta —contestó Rita con una sonrisa. Le brillaron los dientes de oro.
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Destiny y El Torneo de Los Tres Magos [DEH#4]
FanfictionDestiny Wright es una chica de catorce años de edad, bastante peculiar y única, ya que supuestamente, pertenece a una raza casi extinta llamada Ruddians; y después de dejar a un lado todos los problemas que le deparaban durante sus primeros tres año...