Capítulo 3. CALAMBRE

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—Mia, tenemos que hablar— dijo mi mamá despertándome

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—Mia, tenemos que hablar— dijo mi mamá despertándome. Era domingo y me negaba a levantarme de la cama—. Tenía que hablar con tu papá...— comenzó a explicar

—No. No quiero escucharlo. Él no es mi papá. No entiendo que hacías con él después de todo lo que nos hizo pasar, después de lo que hizo; y no hay nada que puedas decirme que me haga entenderlo. Solo te pido, que la próxima vez me avises, y me evites el susto de no conseguirte y la molestia y la pena de tener que escuchar su voz.

En nuestra relación madre e hija yo siempre he sido la adulta, pero como todo, se había acentuado desde que mi padrastro la traicionó. Incluso, fui yo quien lo echó de la casa, porque mi mamá estaba en el piso llorando, sosteniéndose el corazón como si quisiera mantener las piezas en que se había roto, unidas.

La frialdad de mi voz le quitaron las ganas que tenía de hablar conmigo, lo pude sentir cuando tragó grueso y asintió sin rechistar.

—¿Podemos hablar entonces del chico de tatuajes que está acostado en el sofá?

¡Mierda!

Abrí los ojos con brusquedad y me reincorporé con rapidez. Después de que logré calmarme anoche Rámses insistió en quedarse, de esa misma forma que me dejaba claro que si me negaba tendría que sacarlo a rastras de la casa. Así que cenamos, tocando temas superficiales para mantenerme distraída de mi llantén, y preparé el sofá para que pudiese dormir lo más cómodo posible. Y con las pocas ganas que tenía de enfrentar a mi mamá me olvidé por completo de que un chico desconocido para ella, dormía en el sofá.

—Es un compañero de clases—expliqué con rapidez—. Me acompañó para que no me quedara sola y se hizo muy tarde para que pudieran buscarlo— improvisé, porque la verdad era que en ningún momento vi la más mínima intención de Rámses de marcharse, mucho menos de que llamase para que lo viniesen a buscar.

Me bañé y cambié con rapidez, me cepillé los dientes y anudé mi cabello, antes de bajar. Por suerte seguía dormido, hubiese sido muy incómodo que él hubiese despertado antes que yo. Mi menté divagó por un momento en la posibilidad de que el subiese a mi cuarto a despertarme y me ruboricé con la sola idea. Estaba desparramado en el mueble, como si él fuese muy grande para el pequeño sofá. Una pierna guindaba hasta el piso, tenía la sabana enrollado en su otra pierna, un brazo sobre sus ojos y el otro sobre su pecho. Me acerqué con cautela para despertarlo. Mi mamá se había ofrecido a hacernos desayuno, perdiéndose dentro de la cocina.

—Rámses—susurré varias veces hasta que por fin comenzó a refunfuñar un poco— Despierta—insistí.

Me doblé para quedar más cerca de su rostro y cuando me dispuse a seguir despertándolo, me tomó por el brazo y me haló haciendo que cayese acostada sobre él, con sus manos abrazándome con fuerza. Mi cara quedó a centímetros de la suya. Sus ojos seguían cerrados pero mi corazón martillaba con tanta fuerza que no lograba escuchar su respiración, quizás si la hubiese podido escuchar, me hubiese dado cuenta de que estaba despierto. Sus parpados, a pesar de estar cerrados comenzaron a moverse con rapidez y su boca poco a poco se curvó en una sonrisa, hasta que no pudo contenerla más.

No Juzgues La PortadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora