Me llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...
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Marié, Cólton, Franco y Aztor se fueron poco antes de las cinco de la mañana, en un taxi que Gabriel pidió para ellos. Después de mi respuesta, la desaparición de Rámses y mía por más de media hora (según calculé) y nuestra reaparición recién duchados, ocasionaron una retahíla de bromas, pero las recibimos sin molestarnos, dejando que las imaginaciones de Aztor y Cólton volaran todo lo alto que quisieran; total, solo tres personas sabían lo que había ocurrido en ese baño: Rámses y yo, y por supuesto Pacita, quien me acorraló en la primera oportunidad que tuvo para preguntarme como había pasado de subir molesta a esa tórrida escena.
Con el sol rompiendo la oscuridad de la noche, arrastramos los pies agotados hasta las habitaciones. Pacita entró con Gabriel en la suya y le guiñé un ojo a pesar del bostezo que ésta acababa de dar. Me acosté en la cama tal cual como estaba, sin ánimos ni fuerzas para quitarme ni una sola prenda y lo mismo hizo a mi lado Rámses, lanzándose boca abajo y aprisionándome un abrazo. La cama estaba tibia y muy suave, por lo que fue fácil caer en un sueño profundo y placentero. Ni siquiera me dio tiempo de repasar los acontecimientos del día cuando perdí la consciencia.
—Amelia. Amelia— insistía Rámses en un susurro— Tienes que levantarte.
—Tengo mucho sueño—me quejé dándole la espalda.
—Lo sé, pero tienes que levantarte. Mi papá acaba de llegar a casa.
Fue lo único que necesité para que abrir los ojos y sentarme con rapidez. Los ojos de Rámses me miraron angustiados y casi se nos sale el corazón del pecho cuando la puerta de su cuarto se abrió.
Gabriel se coló todo lo silencioso que pudo con Pacita a su lado y renovaron una conversación de la que me había perdido, entre susurros.
—Se fue a cambiar de ropa, calculo que debemos tener máximo diez minutos, si logro distraerlo—explicó Gabriel.
Yo estaba sentada, aun aturdida por el poco sueño. El reloj de mi celular marcaba las 7:30am, apenas había dormido dos horas y media, y no era ni suficiente para que mi cerebro reaccionaba. Rámses se agachó frente a mí y me comenzó a colocar los zapatos.
—Amelia, necesito que te despiertes. Pacita y tú tienen que irse. La casa está hecha un desastre y si mi papá las llega a ver aquí...
No terminó la frase y no hizo falta. No estaba en condiciones de conocer a mi suegro, y a juzgar por las ojeras pronunciadas de Pacita y su cabello enmarañado, ella tampoco.
—Iré a entretenerlo. Ya llamé al taxi y está pre pagado. Elas têm que sair de casa, neste exato momento irmão - Tienen que salir de la casa en este mismo momento hermano— Gabriel le dio un beso a Pacita y salió del cuarto.
No había tiempo para cambiarme de ropa, y con el mismo bolso que había traído, que Rámses puso en mi mano, y adormecida todavía me llevó de la mano por el pasillo. Escuchamos a Gabriel hablando en portugués y una voz gruesa responderle en el mismo idioma. Bajamos las escaleras y salimos por el garaje. Rámses nos acompañó hasta la esquina, donde un taxi nos estaba esperando.