Me llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...
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Marypaz le contó a Gabriel lo ocurrido y él se encontraba lidiando con su dolor de la forma que podía. Lo vi atragantarse de bizcochos y luego ejercitarse como si el mundo se fuese a acabar. Lo vi de mal humor, taciturno, callado, molesto y nostálgico, en cuestión de minutos. Lo vi tumbarse en silencio en su cama sin querer hablar con nadie y también lo vi no queriendo estar solo. Su papá y Rámses conversaban con él, pero le daban el espacio que el portugués decía necesitar. Pero como siempre Gabriel era una persona en la casa, y otra muy distinta fuera de ella.
Por otro lado, el comportamiento de Marypaz cada vez más desenfrenado me hacía sentir incómoda en algunos momentos, sobre todo cuando hablaba como si estuviese en alguna competencia con alguien para ver quien besaba a más chicos o peor, quien se acostaba con más. Y sospechaba que su competencia era el mismísimo espejo, ese reflejo pasado de ella al que me di cuenta que rehuía e incluso odiaba. Lo único bueno es que comportamiento desenfrenado lo notó Gabriel y de una muy mala manera lo ayudaba a sobreponerse.
—¿Y Marypaz?—preguntó Rámses cuando me vio aparecer sola en la entrada del Instituto.
—Ya tenía quien la llevase a casa—expliqué sin querer darle más detalles sobre como Marcos llevaría a Pacita a su casa, donde ella esperaba darse algunos besos con él, como mínimo.
Rámses me tomó en sus brazos y sin importarle los demás estudiantes me comenzó a besar. Desde que nos reconciliamos los besos abundaban, tanto que en más de una oportunidad nos llamaron la atención en el instituto y nos llegó a ver el señor Fernando cosa que me causaba una inmensa vergüenza por más tonto que pareciera. La situación con Gabriel también se había calmado, el seguía sin decirme lo que había pasado, pero creo que estaba muy cerca de convencerlo, y el portugués y el francés volvían a llevarse bien nuevamente.
Había acudido a Rámses para que me contase lo que pasó aquella noche, pero él no quería ser quien me lo dijese, y después que el arregló las cosas con su hermano consideró que nosotros también debíamos buscar la forma de arreglar nuestra relación, total, al final del día todos éramos familia y vivíamos bajo el mismo techo. Me frustraban estos hermanos contradictorios.
—¿Qué estamos esperando?—susurré tomando un poco de aire.
—Que estemos en un lugar más privado, aunque si quieres...—respondió besando mi cuello.
—No me refiero a eso, digo que ¿qué estamos esperando aquí?—reí mientras golpeaba su hombro.
Él sonrió antes de responder: —A Gabriel que dijo que... allá viene...
Gabriel caminaba hacia nosotros con su uniforme bastante desordenado aunque intentaba componerlo. Llegaba por un costado del instituto, y su rostro era una sonrisa inmensa.