Me llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...
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—A tus cinco...
—Siete.
—Yo le doy un sólido 6—respondió Rámses a su hermano.
—Muy niña, así no puedo jugar—se quejó Mike.
Rámses, Gabriel y Mike jugaban a darles puntación a las chicas lindas que veían.
—La del traje de baño negro. Eso para mi es un 8—Mike me codeó para que prestara atención.
—8 me parece justo—acordé, viendo las curvas de la pelirroja que me indicó Mike.
—7—dijeron al unísono Gabriel y Rámses.
Las playas de Portugal eran mis favoritas, así como las de Karen, su color, su tranquilidad, su belleza.
Amelia caminaba hacia nosotros con un helado bastante inmenso en las manos. Venía comiéndoselo como una niña pequeña con cierta angustia de que se derritiese más rápido de lo que podía comérselo.
Rámses carraspeó y el juego llegó a su fin. Ayudó a Amelia a sentarse en la silla de extensión, guiándola por las caderas.
—¿Y eso?—le preguntó mientras lamía un poco del helado al mismo tiempo que ella.
Amelia quitó su mano para que no pudiera seguir robándola. Gabriel, al otro lado aprovechó también de robarle un poco y molesta, Amelia se levantó alejándose de los dos chicos que ahora se reían de su arrebato infantil.
—Me lo regalaron—respondió concentrada en seguir comiendo.
—Mentirosa—respondió Rámses y los ojos de la pelirrosado brillaron.
—Nop. Fui a ver los collares de aquella señora y aquel chico rubio me lo regaló.
Los cuatro volteamos a mirar el chico rubio que ella indicó. El aludido, que no dejaba de mirar a Amelia, alzó la mano para saludar y Amelia le respondió.
—¿Quién es?—siseó mi hijo mayor, tratando de contener los celos que estaba sintiendo.
—No lo sé. No lo conozco—Amelia arremetía otra vez contra el helado. El calor era intenso y se estaba derritiendo con rapidez.
—Bombón...—cargó su voz con advertencia.
—¿Cómo que no lo conoces?—Gabriel no quiso tener la misma delicadeza que su hermano en ocultar su angustia.
—No lo conozco. Les digo que me quiso regalar un helado.
—¿Y tu aceptaste, así como así?—insistió mi hijo menor.
Mike y yo contemplábamos la escena.
—No tanto así como así, me negué, pero me dijo que yo podía pedirlo. Y así terminé con un quíntuple helado que se está derritiendo—se quejó y reemprendió el ataque contra el helado, su mano ya estaba empapada del líquido dulce derretido.