Capítulo 27. MI REFLEJO Y YO

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Al día siguiente el señor Fernando me permitió faltar a clases, pero no fue lo mismo con Gabriel y Rámses

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Al día siguiente el señor Fernando me permitió faltar a clases, pero no fue lo mismo con Gabriel y Rámses. Quedarme sola me hizo bien, lloré gran parte de la mañana, pero no podía estar todo el día encerrada. A pesar de la tranquilidad que la casa me daba por mi cuerpo corría la necesidad de moverme, de pararme, de vestirme, de salir, de caminar... y exactamente eso hice.

Me encontré caminando hacia el centro de la ciudad, disfrutando para mi sorpresa de no estar huyendo, solo... paseando. Caminé sin mirar la hora y sin un destino fijado, por eso cuando llegué frente a la tienda donde Rámses se tatuaba, lo sentí como una llamada del destino, porque ni siquiera sabría llegar aquí de habérmelo propuesto.

Entré y el lugar estaba lleno, muy distinto a cuando acudí con Rámses, aunque por supuesto, aquello fue un día domingo. Me acerqué hasta el mostrador y vi a Germán dando órdenes a la chica de la caja, cuando me vio sonrió y me hizo seña para que esperara, finalmente se acercó hasta donde estaba y me recibió con una amplia sonrisa cuando nos saludamos.

—Sabía que regresarías tarde o temprano. ¿Ya sabes lo que te harás?

Cruzó los brazos y se recostó sobre el mostrador, una sonrisa torcida y de suficiencia adornaba su rostro tatuado, él de verdad estaba seguro de que regresaría. Me molestaba un poco que un extraño me pudiese leer tan fácilmente, incluso más que yo misma. 

— Casi. Quiero un ave fénix, pero no he dado con alguno en particular y lo quiero de muchos colores.

Le pidió a uno de los chicos que le pasase unos libros bastante voluminosos y pesados y me los tendió.

—Dime los que más te gusten y yo te haré un diseño con ellos. Te dije que correría por la casa el diseño y eso haré.

Me senté en un mueble cercano y comencé a hojear todos los modelos que tenían, poniendo especial atención a los detalles. Con ayuda de lápiz y papel que Germán me dio, anoté las cosas que más me gustaban de cada diseño, para que no se me olvidara. Finalmente le expliqué a Germán todo lo que quería en el tatuaje bajo su atenta mirada. Me pidió una hora para armarlo, pero sin tener nada mejor que hacer me quedé en la tienda hojeando el resto de los libros de diseño que habían.

No escuché la campanilla de la puerta anunciar a un nuevo cliente, pero si vi cuando la sombra de una persona parada frente a mí tapaba la poca luz natural que me llegaba. Alcé el rostro y me conseguí con la cara furiosa de Rámses. Llevaba puesta el pantalón del uniforme del instituto, pero tan solo una camiseta deportiva sin mangas, sus tatuajes quedaban a la vista y sus piercings solo le daban una apariencia más siniestra. Sus ojos miel ahora eran dos pozos oscuros, su ceño fruncido, sus labios unidos en una fina línea, su mandíbula tensa, sus manos apretadas con fuerza, su cabello en todas las direcciones. Todo él me dejaba en claro la rabia que estaba conteniéndose.

—¿Tienes idea lo que se siente tener un infarto?—siseó y siguió hablando sin dejarme responder—. Yo te lo contaré, primero el estómago se revuelve, luego agua fría corre por tu espalda, te mareas, te dan náuseas, te duele el pecho, justo aquí en el medio y el terror te invade por completo. ¿Y sabes lo que lo ocasionó?, eso también te lo diré: Llegué a la casa y tú no estabas. No dejaste una nota ni siquiera, nada. No tienes un teléfono donde llamarte, ni tampoco llamaste para avisar que saldrías. Nos estábamos volviendo locos. ¡Maldición Amelia!

No Juzgues La PortadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora