Capítulo 28. SERÁ MEJOR QUE ME BESES

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La disco que escogimos estaba repleta de personas, su música retumbaba en cada rincón, contagiándonos con su energía

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La disco que escogimos estaba repleta de personas, su música retumbaba en cada rincón, contagiándonos con su energía. Esta vez fue Gabriel quien saludó al portero y nos consiguió entrar sin hacer la fila y sin pagar. No bien entramos y localizamos una pequeña mesa en el nivel superior, bajó de nuevo las escaleras y se perdió dentro de la multitud. Vi a las personas mirarme y con mi renovada confianza y seguridad me sentí volar. El chico a mi lado, mi novio, no se apartaba de mí ni un segundo, quizás marcaba su territorio en un ataque posesivo, pero no me importaba, porque esta noche si bien era para mí, la quería compartir solo con él.

Animados por el ritmo de las canciones que colocaba el DJ nos adentramos en la pista de baile. No importaba lo que estuviese sonando, Rámses y yo bailábamos pegados el uno al otro. Con mis manos sobre su cuello, las suyas en mi cadera o un poco más abajo, de frente, o de espalda. Yo estaba caliente, debo reconocerlo, tener a ese chico tan atractivo, sudado y contoneándose contra mí, me estaba volviendo loca. Besaba mi cuello, mi boca e incluso mi clavícula, yo mordí su lóbulo, lamí su cuello degustando su sabor salado y hasta me atreví en algún momento apretarle las nalgas.

Quería atribuirle todo eso a mí nuevo cabello o quizás a mi tatuaje, pero la verdad es que yo era todo eso, siempre lo había sido, pero vivía la vida en función de mi cabello opaco que no me gustaba, mi temerosidad y con el peso de mis secretos; pero ya nada de eso existía, así qué podía hacer lo que quise siempre, sobre todo cuando tenía a este hombre a mi lado, que me dejaba ser quien quisiera, sin rechazarme ni juzgarme.

Coloqué mis dedos en las hebillas de su pantalón y lo arrastré detrás de mí en dirección a los baños. Había una larga fila de chicas esperando para entrar al de damas, todas miraron a Rámses, devorandolo con los ojos, pero él era mío. Entré al baño de caballeros, arrastrando a Rámses detrás de mí. Solo un chico estaba orinando y cuando me vio entrar gritó tratando de evitar que viese más de lo que debía. Lo ignoré y escuchando la risa divertida de Rámses a mí lado entramos en el último cubículo. Estaba sucio, pero era soportable, había visto cosas más asquerosas en el baño de mujeres. Me aprisionó contra la pared y comenzó a besarme, dejando fluir todo el desespero que evidenció en su casa y sin cohibirnos como en la pista de baile.

Bajé mi mano hasta su erección y apreté haciendo que gimiera en mi boca una y otra vez. Alentada por su respiración agitada y sintiendo mi propia humedad y deseo comencé a quitar el botón de su pantalón cuando me detuvo

—¿Qué haces?—estaba sorprendido pero una risa se mezclaba dentro de su lujuria.

—¿Tu qué crees?—respondí

—Aquí no—y retiró mis manos, besándolas sin dejar de mirarme—. No así.

Lo atraje hacía mí y le susurré al oído: —Por favor—y él un tanto divertido negó.

—Pídemelo otra vez cuando no estés tomada y no estemos en un baño mugroso, y lo haré

—¿Lo prometes?

No Juzgues La PortadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora