Capítulo 38. El Reencuentro

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Me coloqué unos pantalones cortos de jeans y una blusa holgada que dejaba descubierto mis hombros, sabía que a Rámses adoraba ese atuendo, ¿o debería decir que lo odiaba?. En la salida de pasajeros esperaba su llegada junto con el señor Fernando y Gabriel, muriendo de ansiedad. Sabía que no vendría solo, así que esperaba poder contenerme de no llorar como loca cuando lo viese, pero cuando por fin apareció por entre la gente lo ví más atractivo y sexy que nunca. 

Llevaba puesta una camiseta gris ceñida, con sus brazos y el tatuaje de enredadera al descubierto, su cabello despeinado, sus piercings brillando en su rostro y con un bolso deportivo sobre sus hombros.  A diferencia de nosotros que acudimos formales a nuestra entrevista, él debía ir con la ropa más cómoda que pudiese, de allí que llevase un bolso deportivo por equipaje y no las típicas valijas con rueditas con las que Gabriel y yo viajamos. Al lado de él una joven rubia agitaba su brazo hacía Gabriel y el señor Hayden, un hombre, tan rubio como ella hacía lo mismo. 

Mi mirada se trabó con la de Rámses tratando de contenerme de correr como una loca a su encuentro, pero cuando sonrió, como solo hacía conmigo y bajó su bolso extendió sus brazos hacía mí, y aceleró el paso en mi dirección, corrí. Me estrellé contra su pecho y enredé mis brazos en su cuello cuando lo besé. Él me alzó del piso y entrelacé mis piernas en su cintura mientras Rámses me sujetaba por las piernas. Nuestros labios se mantenían unidos, imantados entre sí, sin que quisiéramos separarlos.  

No existía nadie más en ese inmenso aeropuerto, solo él y yo. Sentía que eran años, los que tenía sin él y lo abracé con más fuerza, como si temiese que lo estuviese soñando.  

—Irmão Eu tive que fazer uma reserva no hotel do aeroporto? - Hermano ¿Te hago una reservación en el hotel del aeropuerto?—preguntó Gabriel palmeando la espalda de su hermano y envolviéndonos a ambos en un abrazo de bienvenida que debía ser solo para su hermano. 

Nuestro beso se rompió y escondí mi rostro lloroso en su cuello.  

—¿Qué haces?—preguntó el francés confundido, con su típica cara seria e inescrutable. 

—Me intento bajar de encima de ti—expliqué lo obvio, pero el reafirmó su agarre en mis piernas. 

—No. 

—No puedo conocer al señor Hayden y a Susana pegada a ti como una garrapata. Lloraría de vergüenza. 

—Entonces comienza a llorar porque no pienso soltarte. 

Y comenzó a caminar conmigo encima suyo hasta donde se encontraba el resto esperándonos. Gabriel se encargó de su bolso. 

—Ella es mi Amelia—me presentó con posesión y mi corazón se derritió. Tuve que girar mi cuerpo para poder saludar con mis mejillas encendidas en escarlata al rubio con la sonrisa en el rostro y a la rubia con una sonrisa falsa en el suyo. El señor O'Pherer abrazó a su hijo y a mí al mismo tiempo, no tenía de otra, Rámses no pensaba soltarme en verdad. 

No Juzgues La PortadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora