Me llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...
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Nuestro vuelo llevaba más de cinco horas de retraso y no teníamos idea de cuando saldríamos. Tanto tiempo sin nada que hacer solo nos hizo poner creativos con la forma de matar el tiempo. Comenzamos jugando a veinte preguntas, y terminamos de alguna forma aquí: sentados en el frío piso del aeropuerto.
—¿Por qué Rámses y no yo?, porque te juro que cuando te conocí pensé que yo te gustaba, pero después todo era corazones con Rámses. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Empiezo a arrepentirme de todo esto de absoluta sinceridad.
—No puedes arrepentirte sin responder. Además, es la mejor forma para que nos volvamos mejores amigos y me recluyas en esa zona para siempre
—A veces eres demasiado dramático—respondí mientras cambiaba de posición, mi trasero adolorido llevaba demasiado tiempo en el frío piso.— Si, al principio me gustabas, pero también le gustabas muchísimo a Pacita y mostraste más interés por ella, así que le dejé el camino libre.
Él se reincorporó con rapidez.
—¿Cuándo notaste mi interés por ella?.
—Se me hizo más que evidente el día que fueron a mi casa por primera vez a estudiar.
—Qué raro—dijo frunciendo el ceño y quise saber más—, ese viernes estuve buscándote con la excusa de recordarte la visita del sábado, me conseguí a Pacita y como Rámses ya me estaba esperando, no me quedó de otra que darle el recado a ella. Me dijo que estaba bien por supuesto, y que a ti te hacía mucha ilusión porque te gustaba Rámses.
Ahora fue mi turno para reincorporarme, mi cuerpo adolorido me hacía quejarme como viejita de 90 años.
—Seguramente quería asegurarse de que la miraras a ella—no me parecía que hubiese jugado limpio, pero en realidad eso me unió a Rámses así que no podía molestarme, aunque su sinceridad hubiese sido buena.
—Creo que forzó las cosas—dijo al cabo de un rato—¿Quieres un café?—ofreció poniéndose en pie y me negué, llevaba demasiado cafeína en mi organismo.
Gabriel se alejó con su paso fresco y saltarín cuando la vídeo llamada Rámses me sobresaltó.
—¿Todavía en el aeropuerto?—preguntó.
—Todavía. Tú papá está intentando cambiarnos de aerolíneas pero todo está copado, estamos en varias listas de espera pero sin esperanzas. ¿Ya almorzaste?
—Si, los chicos y yo estamos comiendo, te llamo desde el comedor—un coro de besos y holas se escuchó de fondo, de hombres y mujeres.
Una chica de cabello dorado y bata blanca se asomó en la vídeo llamada, con su cara muy cerca de la Rámses me saludó y cuando lo miró para sonreírle pude contar los centímetros que separaban sus bocas. Respiré profundamente tratando de no borrar la sonrisa de mi rostro.