Me llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...
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Maratón 2/4
Desperté envuelta en los brazos de Rámses. No puedo decir que me haya sorprendido, porque la verdad era que me aferré a su cuerpo toda la noche, aunque en ningún momento él intentó zafarse. Me sentí segura, como nunca y no quería dejar ir ese sentimiento tan fácilmente.
Fue el reloj despertador el que me hizo abrir los ojos para conseguirme un par de ojos intensos y caramelos mirándome con intensidad, un brillo los hacía lucir ligeramente divertidos ante mi agarre posesivo. Giré los ojos en respuesta y lo solté. Después de ir al baño y cambiarme de ropa bajé apenada hasta la cocina donde Rámses y Gabriel me esperaban para desayunar.
Gabriel me trataba como si fuese normal que apareciera en la cocina de su casa a las siete de la mañana, y Rámses actuaba como si aquello fuese a repetirse todos los días. Me enseñó donde estaban los platos, los vasos y los alimentos, bajo mi mirada avergonzada. No quería familiarizarme con esta casa ajena, a pesar de que eso era justo lo que sentía.
—Tenemos tiempo de pasar por Pacita—anunció Gabriel recogiendo la mesa— ¿están listos?.
—Si... ehm...—titubeé haciendo que los hermanos me miraran—. Pacita no está al tanto de los problemas en mi casa y quiero mantenerlo así—mi voz sonó más segura de lo que me sentía—.
—Está bien Beleza. ¿Le dirás que pasaste las noches acá?—preguntó Gabriel disimulando un rostro que no supe descifrar, como si la afirmación de esa pregunta le produjese alguna molestia.
Mi mirada se perdió. Quería contarle a Pacita, pero no sabía que excusa darle. Tampoco estaba acostumbrada a mentirle, porque consideraba que no estar lista para contarle las cosas que habían pasado con Stuart y con Daniel, constituyeran una mentira.
—Dile que fuimos a la fiesta y te quedaste acá, y que como tu mamá y padrastro no estaban, te quedaste la siguiente noche.—ofreció Rámses, como si hubiese pensado con anticipación la mentira. Solo supe agradecerle con una tímida sonrisa.
—¿Y dónde dormiste?— Pacita preguntaba interesada en mi cuento, o la versión que me dijo Rámses que le diera. Su pregunta tan pertinente me hizo ruborizar.
—En el cuarto de Rámses—dije dando un gran mordisco a mi almuerzo, como si eso fuese a impedirle seguir preguntándome.
—¿Y dónde durmió él?— preguntó ceñuda. A veces su inocencia me exasperaba.
—También en su cuarto Pacita— respondí.
Vi el momento exacto cuando comprendió lo que decía. Y cuando su cara comenzó a deformarse me apresuré a aclararle que no había pasado nada más, que solo compartir una cama. Omití la parte de que amanecí abrazada a su pecho, respirando su aroma y sintiendo sus latidos; también dejé solo para mi su cuerpo descubierto, su descarada V que me acaloraba, su piercing en la tetilla... esa imagen la quería solo para mí.