Capítulo 19 . PACITA LAS ALABÓ, GABRIEL LAS CRITICÓ, YO LAS AMÉ.

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Entré a mi casa tratando de hacer el menor ruido posible

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Entré a mi casa tratando de hacer el menor ruido posible. La adrenalina había abandonado mi cuerpo y el dolor de la mano me aturdía los sentidos. Me ardían y palpitaban los nudillos, y estaba tan hinchada que me costaba cerrarla. Gabriel insistió tanto en saber quién era Daniel, que Rámses terminó respondiendo de forma cortante que era un ex novio mío que se merecía mucho más que el golpe que le había dado. Gabriel apretó con fuerza el volante y lució tenso desde ese momento hasta que me bajé del auto, a pesar de las insistencias de Rámses que me quedase con él esta noche. Tenía miedo que mi mamá enloqueciera al verme la mano.

Me sentí muy segura de poder manejar la situación en mi casa, pero cuando estuve frente a la puerta sopesé mis posibilidades de entrar por la ventana de mi cuarto y fingir que siempre había estado allí. Lamentablemente mi mano adolorida no me colaboraría en mi escalada.

La sala estaba desierta y con las luces apagadas. No sabía todo el ruido que podía hacer sino hasta que no quise hacer ninguno. Las llaves contra la cerradura de la puerta sonaban como una orquesta sinfónica mal afinada, mi respiración parecía la de un dragón, y estaba muy segura que el martilleo de mi corazón despertaría a toda la cuadra.

Caminé hasta la cocina para buscar el botiquín de primeros auxilios, pero la luz se encendió repentinamente causándome un pequeño infarto.

De inmediato, escondí mi mano agigantada detrás de mí y traté de lucir lo más casual posible ante la mirada acusadora de mi mamá.

—¿Recibiste mis mensajes?—preguntó visiblemente molesta

—Si—me limité a responder cuando Stuart apareció a su lado

—¿Y las llamadas?—cuestionó

—También—me estaba ganando una cachetada por mi altivés, si es que mi mamá fuese de esas mujeres, pero nunca me había golpeado y la verdad, dudaba que empezara ahora a hacerlo.

—Amelia, te pedí que vinieras a la casa. Te avisé que no tenías permiso para quedarte con tu novio. Te dije que teníamos que hablar, y me ignoraste deliberadamente.

Su voz sonaba temblorosa, estaba molesta como nunca la había visto. Camino hasta la mesa de la cocina y haló una silla, ofreciéndomela sin oportunidad de que me negase, para que me sentara. Así que lo hice.

—¿Qué tienes que decir al respecto?

Sopesé mi respuesta. La mirada de Stuart me escrudiñaba con intensidad, pero para su molestia pretendía ni verlo.

—Estaba con mi novio, con su hermano y con Marypaz. Me he quedado con ellos en otras oportunidades y no veo cual es el problema en que me quedara una vez más.

La cara de mi mamá se desdibujó por la rabia que tenía y apretó la mandíbula conteniéndose.

—Pues será la última

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