Capítulo 52. LO QUE ME ENSEÑÓ LA FAMILIA O'PHERER

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Conduje en silencio, concentrándome en el camino

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Conduje en silencio, concentrándome en el camino. Stuart parloteaba sin cesar, poniéndome al día, como si me importase, sobre su trabajo, el negocio de mi mamá y por supuesto, mi mamá. Intentaba hacerme reír y participar en la charla, pero yo permanecí inmutable. La sangre me hirvió y aún así no quise reaccionar de ninguna forma cuando me contó como si fuese su mejor gracia, que mi mamá creía que él estaba en un viaje de negocios; y apreté con fuerza mis manos y dientes cuando me contó que la abandonaría para estar conmigo.

Llevaba poco más de una hora y media de recorrido, aturdida por su incesante charla, cuando me sentí confiada de que Rámses y Gabriel se encontraban fuera de peligro, y eso me permitió tensar la cuerda delicada del secuestro que estaba viviendo.

Es que hay que llamar cada cosa por su nombre y lo que está haciendo Stuart conmigo es secuestrarme.

—Necesito ir al baño—anuncié.

—¿Puedes aguantar?—preguntó evidentemente molesto, afirmé con la cabeza pero queriendo lucir contrariada.

Él suspiró profundo y me indicó que me estacionase a un costado de la carretera, entre algunos árboles. Cortó las bridas de mi mano y me dejó bajar. Abrí la puerta del auto para taparme de los ojos sádicos de Stuart y de los ojos curiosos de cualquiera en la carretera, aunque no había visto ni un solo auto en el recorrido. Desahogué mi vejiga, aunque en realidad no estaba ni urgida de hacer, solo necesitaba un tiempo para pensar mi siguiente paso en mi plan; un plan que hasta los momentos solo consistía en no llegar a la noche con Stuart, para así evitar a toda costa que reclamase la parte de su trato, porque Dios sabía que me negaría y que no le permitiría tocarme, por lo que esa noche terminaría mal, muy mal.

Me retrasé todo lo posible, pero llegó el momento de volver a conducir. Ató mis manos una vez más y me reincorporé a la vía.

—¿Qué crees que pasará Stuart?.

—Primero nos desharemos de esta camioneta, es muy llamativa. Esta noche la pasaremos en un motel, uno bastante discreto, ya mañana reemprenderemos el viaje. Nos quedan muchas horas de recorrido.

—¿A dónde iremos?.

—Canadá.

Tragué grueso. Si salíamos del país, las cosas se complicarían mucho más, pero mi primera preocupación era esa noche en el motel y como si él leyese el terror en mi rostro sonrió y posó su mano en mi muslo. Intenté alejarme de su contacto, pero él solo me arrulló y se acercó a mí. Su mano ahora comenzó a subir por mi muslo haciéndome temblar de miedo.

—No estés nerviosa—susurró contra mi oído—. Esta vez seré muy cuidadoso. Nuestra primera vez fui muy torpe, pero ahora te podré hacer el amor con toda la delicadeza que te mereces. Tu segunda vez no será tan mala como la primera

Y fue en ese momento que entendí, que él creía que había sido el único hombre en mi vida. Me debatí entre decirle o no, tratando de analizar los pros y los contras de cada decisión, pero la verdad era que un francés petulante me había contagiado su sinceridad agobiante, un portugués simpático sus instintos suicidas, y una extraordinaria familia me enseñó la maravilla de molestar a otra persona.

No Juzgues La PortadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora