Con el papá de los chicos en casa, la rutina que teníamos establecida había cambiado. Su papá siguió buscándome para ir al instituto; la primera vez me sorprendí cuando abrí la puerta del auto y lo vi sentado detrás del volante. En las tardes Rámses llevaba a Pacita y dejaba a Gabriel con ella, mientras me llevaba a mi casa y pasaba de regreso por él. Me tuve que conformar con escribirnos y llamarnos en las noches.
La situación en mi casa no mejoró, pero tampoco empeoró. Seguía sin hablarle a Stuart, y no solo eso, sino que lo ignoraba por completo. A mi mamá solo le hablaba lo justo y necesario, me costaba muchísimo perdonarla, y mientras más pensaba las cosas más me convencía que ella de verdad estaba loca para haber vuelto con Stuart, cuya actitud era cada vez mas descarada, como si quisiera exhibir al mundo que estaba enamorada de otra mujer, distinta a mi madre, y estaba orgulloso de ello. Incluso hacía comentarios delante de mi mamá sin ningún tipo de respeto o tacto, sin importarle las muecas de dolor que mi mamá ponía.
Lo odiaba por eso, lo odiaba por respirar el mismo aire que nosotras, por su mera existencia. El sentimiento de rabia era tan potente, que cada vez que llegaba al mismo pensamiento debía despejarme de inmediato la cabeza, porque si no terminaba llena de un odio tan grande e incontenible, que me asustaba.
Pero mi mamá a pesar de todo eso, seguía actuando como si nada estuviese pasando. Lo seguía saludando con cariño, le seguía sonriendo, lo abrazaba. Y yo los ignoraba a ambos, tratando de mantenerme enfocada en mí, en mi cordura.
Llegó una vez más el fin de semana, pero para perpetuar mi tormento no podría quedarme con Rámses ahora que su papá estaba allí, y mi mamá estaría en casa, así que no me atrevía a colarlo dentro de mi habitación. Sabía que Stuart no entraría y me daría mi espacio como le había exigido, pero mi mamá era otra cosa, ella, en el mundo perfecto que ella vivía, yo era la que estaba sacando las cosas de proporciones.
Gabriel siguió espiando a Pacita sin poder obtener pruebas suficientes que solo casualidades y coincidencias, pero no desistía en su empeño. Estaba realmente convencido que algo iba mal con Marypaz, tanto como yo. Ella siguió esquivando con gran destreza nuestros ofrecimientos a comer, pero no pudo escaparse cuando, el sábado, Gabriel la invitó a un restaurante especialista en ensaladas.
—Ya estamos aquí—me escribió Gabriel. Había pedido la comida para llevar. Si Pacita pedía el baño en el restaurante él no podría seguirla, en cambio en su casa, sí.
Me levanté del sofá de Rámses donde habíamos estado acurrucados viendo el televisor, para abrir la puerta. Su papá se nos uniría un poco más tarde.
Gabriel venía cargando con varias bolsas, las que tenían las ensaladas de sus cenas y las que tenían las hamburguesas de la nuestra. Comimos mientras Gabriel meneaba su tenedor con molestia entre lechugas de varios colores y suspiraba cada vez que Rámses exclamaba lo exquisita que estaba la hamburguesa con cada mordisco, solo para molestarlo. Pacita se reía pero le daba ánimos a Gabriel con frases que de seguro sacó de mi antigua página de auto-ayuda, motivándolo a llevar una vida sana.
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No Juzgues La Portada
Dla nastolatkówMe llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...