Capítulo 43. LOS HERMANOS PONY

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Cuando nos quedamos a solas crucé mis brazos sobre mi pecho

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Cuando nos quedamos a solas crucé mis brazos sobre mi pecho. Me sentía expuesta ante él, como nunca antes, como si lo que sea que pudiese decir ahora, tuviese la capacidad de destruirme y herirme.

—¿Por qué huiste de mí?—preguntó y quise volver a golpearlo— Prometiste que nunca huirías de mí.

—Y tú prometiste nunca herirme y sin embargo lo hiciste—quería gritárselo, pero en una casa llena de gente me conformé con siseárselo.

Caminé hasta la puerta y la dejé abierta para que me siguiera. Cuando estuvo al lado mío emprendí una marcha con él siguiéndome el paso.

—¿Por qué?—pregunté—Y no me vengas con un "no lo sé" porque es inaceptable. Quiero, exijo y merezco respuestas. ¿Te gusta Susana?

—No—respondió con tanta rapidez que casi interrumpe mi pregunta—. Conozco a Susana de toda la vida, nuestros padres bromeaban con que terminaríamos juntos aunque nunca me sentí así por ella. Cuando nos encontramos de adolescentes, hace unos años y la descubrí con novio sentí celos, por eso la besé. En aquel entonces pensé que me gustaba.

Su confesión me hería en lo profundo.

—¿Y hoy en día?—pregunté con mi vista clavada en el piso por donde andaba

—No me gusta, pero...

—¿Pero?—pregunté asombrada, no era el mejor momento para escucharlo

—Pero es una persona que conozco desde pequeños, se me hace cómodo estar junto a ella, y quedé envuelto en esa comodidad... no tengo excusa, lo lamento, puedo decirte todo lo que estaba pensando en ese momento y te juro Amelia que no era nada sexual, ni siquiera remotamente... yo solo... ¡Mierda!, estaba pensando idioteces, de anécdotas de pequeños, de como habíamos crecido, de que amo a Hayden pero no me gustaba vivir tan cerca de Susana, de qué había sido de su vida en España. Amelia, no somos tan cercanos como crees, ni siquiera nos escribimos en todo este tiempo. Estaba pensando en tantas idioteces, como en automático, perdido en lo mis pensamientos que no reaccioné sino hasta que te tuve enfrente.

—Eso lo sé, me quedó claro que fue cuando te diste cuenta que yo te estaba viendo cómo te recostaba el trasero de tu entrepierna—la dureza de mis palabras hizo que arrugara el ceño.

—No, lo que quiero decir es que estaba tan ensimismado que solo reaccioné cuando te vi y fue cuando entendí lo que estaba haciendo. Te digo, no es una excusa, no era que lo estaba disfrutando, ella ni siquiera tiene trasero y a mi me gusta el tuyo redondito... Perdóname.

Bueno, como siempre Rámses sabe exactamente que decir, pero no se saldría tan fácil de esta. Sus palabras aunque eran sinceras, no terminaban de convencerme.

—Me cuesta hacerlo Rámses. ¿Quieres saber por qué? Porque ella te hizo ver débil ante mis ojos. Ustedes estudiarán en Columbia, compartirán la misma carrera, los mismos compañeros, la misma rutina. Yo probablemente esté mil kilómetros de distancia, y tendré que confiar que no serás débil con la "comodidad" que ella representa en ti. Y me volveré loca, casi lo hago esta noche. ¡Dios, besé a Gabriel! Así de molesta estaba. Pensaré que un día tomado terminarás besándola y acostándote con ella... quizás un día que también estás distraído en tus pensamientos. ¿Cómo puedo perdonarte si lo recordaré cada vez que la menciones e incluso sin hacerlo?

No Juzgues La PortadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora