Me llamo Amelia, y hace un año me enamoré perdidamente de Daniel, un chico que me cautivó y me hizo vivir la mejor de las historias de amor, pero también la decepción más grande que una chica puede pasar: una violación. Y hoy, a pesar del tiempo no...
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—No puedo creerlo de verdad. No lo esperaba de ninguno—Fernando manejaba a la casa. Mike iba de copiloto, Gabriel, Hayden, Rámses y yo íbamos apretados en el asiento trasero—. ¿Y si los hubiese descubierto la policía? Ahorita estuviese pagando una fianza por allanamiento a instituciones públicas. ¿Qué mierda estaban haciendo?
Sentí como mi cuerpo entero se tiñó de rubor. Gabriel y Rámses se rieron por lo bajo.
—¿Tú qué crees Fernan?—dijo Mike uniéndose a las risas.
El pobre diplomático al parecer no había considerado esa opción.
—¡Dios! Era una iglesia.
—No era una iglesia, era un campanario, al lado de la iglesia—aclaró Rámses y la mirada que su papá le dedicó a través del espejo retrovisor lo hizo encogerse en su asiento.
—¿Cómo entraron?—preguntó Hayden, tratando de calmar su propia risa.
Yo quería saltar por la puerta del auto, la vergüenza me estaba matando. Rámses se negó a responder, al parecer era secreto incluso para su papá lo que me contó de su mamá.
—Yo sé cómo—dijo Mike al cabo de un rato y entre risas—. Fue Karen la que te enseñó ¿verdad?
Rámses no respondió, pero no fue necesario.
—¡Mierda! Es cierto—Fernando estalló en estruendosas carcajadas que contrarrestaban el mal humor que hasta unos segundos tenía—. ¿Qué más les enseñó?
—Irrumpir era su favorito, por eso aprendió a abrir todo tipo de puertas—Mike se perdía en el recuerdo.
—Pensé que era colarse en fiestas—Hayden se reía con ellos.
—No, era el placer de abrir una puerta cerrada. Así fue como nos conocimos ¿recuerdas? Se metió en las residencias de los hombres, pero no contó con que la seguridad de la universidad pensaría que era un ladrón, y en su afán por escapar, abrió la primera puerta que tenía más cerca y terminó en nuestro cuarto.
—¡Cristo! Esa noche casi me cago encima del susto—Mike estaba ahogado con su risa.
—¿Tú? Yo me desperté cuando cayó encima de mí y me golpeó con su rodilla en mi pene. Me pudo haber dejado sin descendencia.
Era imposible no reírnos con ellos, sobre todo cuando continuaron compartiendo con nosotros anécdotas de su vida universitaria con Karen. Eran momentos que no habían compartido antes con sus hijos, pero ahora que sabían que Karen fue amante de violentar puertas, bien podían saber muchas otras cosas.
—No quiero que exista una próxima vez, pero como sé que lo hará, espero que por lo menos tengan más prudencia de que nadie los vea, ni los escuche—Fernando nos advirtió, pero su mirada ya no era severa, era comprensiva, como sí acabase de recordar lo que era tener nuestra edad y estar enamorados.