Capítulo 14.

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Maratón 1/2 Mala Influencia®.
EROS.

Mis manos aprietan el volante con fuerza, sin poder evitarlo. Es como si no hubieran pasado las horas, mi corazón sigue chocando contra mi pecho a la puta velocidad de la luz y me siento como un jodido adolescente. Mierda, había besado a Reese. A la mimada e impertinente Reese. Y joder, me había gustado. Mucho. Por qué, sí, Reese Russell es una niña de papá con un mal temperamento que consigue sacarme de mis casillas, pero también es extremadamente inocente y dulce, con esos aires de mujer interesante que se trae y esa frescura que la rodea en todo puto momento. Por no hablar de lo jodidamente caliente y atractiva que me parece. Y eso, me puede.

-Bueno chicos, no me contáis nada, ¿Qué tal habéis estado sin mi? -pregunta Bruce desde el asiento del copiloto. Reese y yo no hemos intercambiado ni una sola palabra desde ayer por la noche, y eso que hemos tenido que pasar todo el viaje de ida al aeropuerto metidos en el mismo coche. Ha sido una situación incómoda de la hostia. Si tan solo Bruce supiera lo que ha pasado...

Miro a Reese por el espejo retrovisor y la observo mirando a través de la ventanilla, pensativa y sin muchos ánimos de contestar. Así que decido hacerlo yo para que Bruce no sospeche demasiado.

-Nos hemos apañado. -hago una pausa. Después bajo un poco el aire acondicionado del coche ya que está a una temperatura adecuada.- ¿Y tú qué tal por Orlando?

Los ojos se le iluminan cuando pregunto, cómo si hubiera estado esperando a que alguien le hiciera esa pregunta para poder contar su viaje.

-Bastante bien. Un amigo me dejó quedarme en su casa así que no he tenido que pagar ningún hotel ni ningún mantenimiento. -dice orgulloso.- El caso está resuelto y todo ha salido a pedir de boca. -hace una pequeña pausa.- Por cierto, mi amigo me ha invitado a su boda, es el próximo fin de semana. Me ha dicho que podemos quedarnos en su casa mientras tanto.

-¿Podemos? -pregunto algo confuso.

-Claro. Vosotros también venís. No quiero que estéis solos más tiempo, no me fío ni un pelo.

Y bien qué haces Bruce.

-¿Te pasa algo, Reese? -le pregunta esta vez a su hija. Esta sacude la cabeza.

-No papá, es solo que estoy algo cansada. -dice con voz inocente. Luego suelta un bostezo falso. Tengo ganas de soltar una risa a través de mis fosas nasales, pero me la guardo. Venga ya, ¿de verdad Bruce se traga eso?

-Está bien cariño, puedes saltarte el entrenamiento de ballet de hoy si no te apetece ir. -Dios mío.

-No hace falta papi, no me lo quiero perder, es el primero que tengo desde que me recuperé del esguince y pronto serán las pruebas para la nueva actuación. Tengo que practicar. -contesta ella orgullosa. Me gustaría repetirle esas mismas palabras con su tono de voz para que vea lo estúpidas que suenan. Qué ganas tengo de bajar ya del coche para no tener que oírla.

-Así me gusta, mi niña. -responde Bruce asintiendo. Después se gira para mirarla igual que cuando la vio bailando en el escenario el día del foco, tiene ese brillo en los ojos que representa admiración, pero que no llega a ser exactamente eso. La mira con amor. Como nunca jamás me ha mirado a mí nadie.

Cuando llegamos a la mansión, aparco y bajo del coche para ayudar a Bruce a bajar el equipaje, luego llegan los sirvientes y lo hacen ellos. Fuera del coche la temperatura es insoportable y hasta el asfalto desprende ondas de calor. Ojalá que se les haya olvidado recoger aunque sea un maldito globo para que Bruce se de cuenta de lo que estaba haciendo su querida hija ayer. Me gustaría ver que cara pondría al descubrirlo.

Mala influencia®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora