Capítulo 31.

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REESE.

Queda muy poco tiempo. Mis manos sudan buscando una salida, pero no la encuentro.

No entiendo por qué demonios alguien querría hacer algo así, pero tampoco lo pienso mucho, pues ambos estamos a punto de morir.

Lágrimas comienzan a caer de mis ojos mientras que golpeo el cristal con todas mis fuerzas, pero este no se rompe. Eros también trata de hacer lo mismo, pero diciéndome palabras tranquilizadoras que no logro entender bien, a causa de los nervios. Ni si quiera he podido despedirme de mi padre...

-¡Hay que salir ya de aquí! -grita golpeando las puertas.

El coche comienza a llenarse de un humo negro y denso y a hacer ruidos extraños. Mi corazón late a cien por hora y comienzo a hiperventilar. No hay escapatoria.

-Te quiero. -murmuro mirándole a los ojos antes de sentir un calor infernal y que el coche salga volando en miles de pedazos...

Me incorporo casi de un salto sobre la cama, inhalando una bocanada de aire.

-Dios mío. -murmuro tocando mis brazos, asegurando que estoy viva. Todo ha sido un sueño. Un maldito sueño.

Me toco la cara. Estoy llorando y ni si quiera me había dado cuenta.

Respiro hondo otra vez. Esta es la tercera pesadilla que tengo desde la explosión del coche. Pero me atrevería a decir, que ha sido la peor de todas. Estoy sudando y no consigo dejar de llorar. Ha sido horrible.

Me levanto de la cama, dejando mi peluche jirafa a un lado y apartando las sábanas de encima de mi, y siento el tacto agradable de mis pies al tocar la madera fría del suelo. Me dirijo al baño y me mojo la cara con agua del grifo. Al levantar la cabeza no puedo evitar mirarme en el espejo. Tengo el pelo revuelto y unas ojeras que me llegan hasta el suelo. Y no se si es por lo fea que estoy o porque estoy demasiado sensible con todo esto que vuelvo a llorar otra vez.

-Que patética. -me digo a mi misma antes de salir del baño. Y después me doy cuenta de que hablar conmigo misma ha sido más patético aún. Pero bueno, podría culpar al susto que me ha dado la pesadilla.

Salgo de mi habitación y cruzo el pasillo con pasos sigilosos. No querría despertar a mi padre. Llego a la habitación de Eros y abro la puerta sin hacer mucho ruido, cerrándola detrás de mi.

Este está dormido boca abajo, dejando a la vista su espalda trabajada y un poco de sus bóxers. Oigo su respiración tranquila y suspiro. Nunca antes había dicho que le quería. Jamás. Ni si quiera en sueños. A pesar de que sabía que lo nuestro iba más allá de ser una simple atracción,  y después de todo lo que hemos pasado juntos, no es nada raro.

Pero ahora sé que es verdad, porque cuando cuentas una mentira en los sueños siempre sabes que estás mintiendo, y esta vez no lo hacía. Estaba diciendo toda la verdad. Y joder, esas habían sido mis últimas palabras antes de morir, cosa que significa que tienen mucha importancia para mi.

No me había dado cuenta de que parezco una psícopata observándolo de esta manera. Debería volver a mi cuarto antes de que se despierte. Ni si quiera sé que estoy haciendo aquí.

Me doy la vuelta, y al pisar el suelo, la madera suelta un crujido que más bien suena como si acabaran de lanzar un maldito misil encima del tejado.

-¿Russell? -oigo su voz ronca llamarme desde la cama. Oh mierda, eso ha sido muy sexy.

-Lo siento, no quería despertarte. Ya sabes lo torpe que soy... -me disculpo. Luego intento darme la vuelta para que no vea que he estado llorando.- Ya me iba.

Mala influencia®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora