Capítulo 32

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EROS.

Tenía que habérselo dicho. Tenía que habérselo dicho cuando tuve la oportunidad. Pero como soy un jodido mierdas que no quería hacerle daño, tuve que callarme.

Ni si quiera puedo creer aún lo que ha pasado. Parecíamos estar tan bien juntos... Jamas había estado de aquella forma con alguien en toda mi vida. Pero como siempre, algo tenía que salir mal. Y cómo no, tenía que ser por mi puta culpa.

-Tío, deja de pensarlo, ya no hay nada que hacer. -dice Diego expulsando el humo.

-Creía que había intentado matarla. ¿Como cojones te sentirías si después de proteger a una persona anteponiendo tu vida va y te dice eso? -Diego me pasa el cigarro, pero no dice nada.- Ese puto anónimo... Se que dije que se acabaron las venganzas, pero la verdad es que me estoy conteniendo demasiado para no ir a reventarle la cara a esos hijos de perra. -digo hablando, lo bueno de que Diego sea un hombre de pocas palabras es que me da pie a desahogarme.

-¿Crees que iras a la cárcel? -pregunta al cabo de un rato.

-Si Bruce se entera, definitivamente si. Además Reese se quedó con el papel, así que tienen pruebas de sobra. -dejo unos segundos de silencio para expulsar el humo.- Y aunque no las tuvieran, iría de todas formas. -suelto una risa por la nariz, aunque la situación no sea una mierda de graciosas.- Vamos, soy la puta leyenda, soy el niño que pasó por prácticamente todas las casas de acogida del condado, y digo prácticamente porque todos sabían los rumores del asesinato, así que ni si quiera me querían en algunas; hasta acabar en el peor puto reformatorio. He salido en las noticias, hermano. Los hijos de puta del juzgado están deseando ver como entro allí con un uniforme naranja.

Diego también suelta una risa por la nariz.

-Eres un cabrón.

Un cabrón el cual está pilladísimo por una chica, remato para mi mismo.

Diego se acaba el cigarro y ambos entramos otra vez al hospital. Subimos hasta la habitación de Simon y cogemos la bolsa en la que están sus únicas pertenencias. Ropa de ambos y el oso de peluche que le regaló Payton a este.

-Ya sabes, si ves indicios de que empeora tan solo un poco, tráelo corriendo. De momento está bien de salud, pero nada es seguro, no sabemos si puede ir a peor de un día para otro. -le repite el médico a Diego. Es aquel que estuvo hablando aquella vez con Reese, parece que se ha encariñado con el niño.

-Si, lo sé. Estaré pendiente. -dice Diego para tranquilizarlo. El médico asiente con la cabeza, agachándose a la altura de Simon.

-Adiós chaval, espero que no tengas que volver más por aquí. -le dice extendiendo la palma de su mano. Simon se la choca, pero parece algo triste.

-No quiero irme. -murmura.

Simon ha vivido toda su vida en el reformatorio, y lo único que ha visto al salir ha sido esta cama, con tele propia y comida gratis, así que es totalmente entendible, y sobretodo, triste, que no quiera marcharse. Me agacho y lo cojo en brazos.

-¿Por qué no? Iremos al parque y al cine, un sitio con pelis gigantes y palomitas. Y también podrás comer helado. -le digo levantando su barbilla. A este se le iluminan los ojos y sonríe, haciéndome sentir afortunado por haberlo provocado yo.

-¿Enserio?

-Sí. -afirmo volviendo a dejarlo en el suelo.- ¿Qué me dices, nos vamos?

-¡Siii! -grita emocionado corriendo fuera de la habitación. Me alegro de que ya no esté triste.

-Cuidaros. -dice el médico antes de que Diego y yo salgamos por la puerta. No le contesto. No me cae mal pero no puedo evitar que no me caiga bien. Estuvo muy cerca de Reese.

Mala influencia®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora