Capítulo 29.

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REESE.

Aprovechando que mi padre iba a estar ocupado un par de horas y que yo ya había acabado los exámenes y por fin había llegado el fin de semana, Eros y yo habíamos planeado ir a ver de que se trataba el pequeño papel que habíamos encontrado en el bolso de Ariadna cuando ultrajamos su taquilla y que los escorpiones se habían encargado de investigar.

Eros me había dicho que se trataban de unas coordenadas que indicaban una dirección no muy lejos de aquí, pero que teníamos que ir al bar a recogerlas porque los escorpiones no contaban nada por teléfono. Ellos no se andan con tonterías.

Ambos bajamos del nuevo deportivo blanco que Eros tendrá que pagar con su sueldo y al cual le ha cogido más cariño que a mí y comenzamos a caminar por las callejuelas.

Huele a pis de gato y a basura y se oye a alguien registrando algún cubo de basura a lo lejos. El suelo está mojado y hace que nuestros pasos retumben por las estrechas paredes de ladrillo desgastado. El grito de un gato hace que me sobresalte y me pego más a Eros, agarrando su mano y entrelazando mis dedos con los suyos. Este me sonríe y cuando estoy a punto de apartarme otra vez, este hace presión en mi mano, manteniendo el contacto y haciendo que caminemos cogidos de la mano hasta llegar al bar.

Respiro hondo en cuanto veo las débiles luces de neón y recuerdo cuando todos me apuntaron con sus armas. Al menos esta vez no he tenido que venir en bicicleta. Puedo jurar que no he pedaleado tan rápido como aquella vez en toda mi vida.

-No estes nerviosa, son amigos. -me tranquiliza Eros encogiéndose de hombros.

-Bueno, pues tus amigos la última vez no parecían muy amigables conmigo.

-Russell, la última vez llegaste en bicicleta y entraste como si esto fuera un McDonalds y no un bar de una banda de delincuentes. Que pretendías, ¿que te ofrecieran caramelos?

Ruedo los ojos. Estúpido.

Eros abre la puerta aún conmigo de la mano y casi todos, por no decir todos, se giran a mirarnos. Yo me encojo y doy un paso hacia detrás tragando saliva. Porque es que jope, dan bastante miedo.

Eros permanece firme y grita el nombre de un tal Henrik, como si tuviera todo el control del bar. Nadie contesta. Huele muchísimo a cerveza, a humo y a alcohol, no me imagino a mi misma pasando aquí la tarde, la verdad.

Un señor calvo y con barba arrastra la silla para ponerse de pie, haciendo que todos le desviemos nuestra atención, menos un grupo que juega al póker al fondo del local.

-Está ocupado. -dice con cara de pocos amigos. Una música de rock suena de fondo, pero no alivia nada el ambiente.

-¿Y a ti quien coño te ha preguntado?

Otro chico se levanta de forma más rápida, cargando la pistola y apuntando a Eros. Este es más joven que el otro señor, pero parece más peligroso. Eros ni se inmuta. La mirada del chico de la pistola se cruza un momento con la mía y un escalofrío me recorre la espalda. Douglas parece notarlo porque siento como aprieta mi mano, intentando tranquilizarme. Varios estruendos suenan como si vinieran de otra habitación aparte.

-¿Quien cojones sois vosotros? -pregunta sin dejar de apuntarnos.

-A ti tampoco te he preguntado, imbécil. -le espeta Eros.- ¿Es que sois todos tontos en este puto bar? -pregunta esta vez, más alto. Yo me agarro de su brazo, por si aún hay dudas de que he venido con él. Cada vez que entro en este sitio alguien me apunta con un arma.

-¡Son amigos del rey! ¡No los molestéis o Henrik se enfadará, idiotas! -exclama el viejo señor de la barra mientras le pasa un trapo, como si estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones. Tiene el pelo blanco y parece ser el más sabio de aquí.

Mala influencia®  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora