Parte 26

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Will

El atardecer había sido increíble de observar desde lo alto. Como no había ningún edificio cerca, se podía ver la puesta del sol a la perfección. En nuestra residencia los arboles tapaban todo, así que no estaba acostumbrado al espectáculo. Mientras disfrutaba de los últimos rayos de sol, el cielo paso de ser naranja a azul oscuro, hasta convertirse puramente en el negro como lo es la noche.

Y ahora ahí me encontraba yo, mirando como un estúpido a través de una ventana el cielo poco estrellado, negro y aburrido de Manhattan. Las oía a las chicas parloteando, pero no las escuchaba de verdad. No me interesaba lo que decían. Eso fue hasta que Lexie me trajo una taza con líquido negro y olor a café.

— Toma, parece que lo necesitas. 

Le asentí en modo de agradecimiento y ella volvió a la cocina con Brooke. Suspiré.

¿Donde carajo estaba Kat?

Como si el universo me había escuchado, la puerta principal se abrió. Una castaña cruzo el umbral y tiró su cartera al costado. Kat parecía cansada y una extraña mueca se le cruzaba por la cara, como si estuviera asustada. Vestía una blusa blanca con unos simples pantalones negros pero que le quedaban como un guante.

Al vernos a los tres mirándola, ella se asustó y pegó un pequeño salto hacia atrás.

— Hola. — dijo extrañada y se colocó el pelo detrás de la oreja.

— Hola Kat —le dijeron al unisonó Brooke y Lexie.

— ¿Dónde estabas?— fue lo primero que salió de mi boca. — Quedamos después de clase y nunca viniste.

Aunque casi toda la habitación estaba entre nosotros, dado que yo estaba junto a la ventana y ella en el otro extremo, pude ver en su cara que se había olvidado. Sentí como Lexie y Brooke intercambiaban miradas, pero no les di importancia.

—Lo siento, estuve ocupada. — se acercó y las saludó brevemente a las chicas antes de irse a su habitación.

— ¿Haciendo qué?— le dije detrás de ella. Cerré la puerta de su cuarto y quedamos a solas.

— ¿Es esto un interrogatorio?—exclamó echando un suspiro mientras que se tiraba en la cama. Se quitó los zapatos con los pies y cerró los ojos. — Estaba estudiando en la biblioteca, no me di cuenta de lo tarde que se había hecho.

Se frotó las sienes con los dedos. 

— Claro — dije irónicamente sin creerle. 

De todo el tiempo que nos conocíamos no la había visto ir a la biblioteca ni una sola vez. Además pude ver barro en sus botas, un claro indicio que había estado fuera. Seguramente había ido a caminar como me había contado que le gustaba hacer algunas veces, pero no entendía porque me mentía. Era agotante como no me dejaba entrar a su vida y siempre me echaba para afuera con mentiras o excusas.

Rendido, me dirigí hacia la puerta.

— ¿Te vas?— su suave voz hizo que mi mano se detuviera en el picaporte.

Me di vuelta y la vi sobre la cama, toda pequeña, medio recostada medio sentada, apoyada sobre sus antebrazos, mirándome. Abrió su boca.

— Quédate.

No hacía falta que me lo pidiera dos veces. Me eché en la cama junto a ella y nos quedamos mirándonos unos minutos, ella boca arriba y yo boca abajo. Tenía un perfil tan bonito y delicado como una muñeca de porcelana. Pero, al contrario, ella era dura, resistente. Se le notaba en la mirada, en la manera en la que se defendía con las palabras cuando algo no le gustaba, en la manera en la que caminaba. Eso era una de las primeras cosas que me habían atraído hacia ella.

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