Kat
Agotada.
Esa era la palabra que me describía estos últimos días. Agotada de todos, agotada del estudio, agotada del sueño, mas que nada del sueño.
Saqué la traba de la cerradura. El espejo que estaba sobre la pared de enfrente me recordó lo agotada que no solo me sentía, sino que también parecía. Me lavé las manos y me eché agua en la cara en un vano intento de despejarme. Dejé correr el agua y cerré los ojos tratando de relajarme. Me sequé la cara y me pasé las manos por el pelo, tratando de emprolijarlo, y de mi cartera saqué un pequeño corrector que siempre llevaba encima y me lo apliqué debajo de los ojos.
Ya no recordaba cuando había sido la última vez que había dormido bien, seguido y sin pesadillas. Desde que habíamos vuelto de nuestro pequeño viaje que las noches las pasaba casi siempre en vela, ósea que no había podido dormir bien en toda una semana, y no tenía ni idea de por qué. Bueno, a decir verdad, si lo sabía. Cada vez que trataba de dormir mis pensamientos volvían a la noche del asalto.
Lo sé, no había sido para tanto, era extraño lo que me había afectado. Pienso en las chicas que son secuestradas o abusadas y sé que lo que me paso no es nada. Pero aun así lograba quitarme el sueño.
Salí del baño del local y bajé las escaleras minúsculas hasta llegar a la parte del fondo. Pasé la barra, y busqué con la mirada mi asiento. El lugar era bastante normal, ni pequeño ni grande. Había butacas negras junto a la barra y mesas con manteles rojos en el resto del lugar. Había poca gente, solo había un grupo de chicas, probablemente de mi edad, sentadas en una mesa detrás de mí.
Me senté en mi lugar, donde ya me estaba esperando mi salvación del día, un café, junto a una medialuna que tenía un mordisco en una de las puntas. Miré a la persona que tenía en frente, que antes no estaba ahí. Tragó mi pedazo de medialuna justo cuando yo levanté la mirada y me sonrió complacido. Puse mis ojos en blanco y lo ignoré, mientras que le daba un sorbo a mi café, pero no pude evitar observar lo guapo que estaba en ese momento, con una diversión notable en sus ojos y claramente de buen humor.
—Es de mala educación no esperar al resto—me dijo el muy descarado.
—No es mi culpa que sean tan impuntuales—miré el reloj. Eran pasadas las cinco, y no veía la hora de que llegara el resto del grupo.
— ¿Qué? —Sonrió—¿Te pone nerviosa estar sola con migo? ¿O perder tus bragas devuelta es lo que te preocupa?
Volví a poner mis ojos en blanco. A estas alturas me quedaría ciega.
—Mira William, el hecho de que tengas un autoestima tan bajo como para siempre tener que recordar esa noche de nuestras vidas no es mi culpa, ¿de acuerdo? —le di un mordisco a mi medialuna.
—Cuidado que muerde—me burló.
Habíamos quedado con todo el grupo de juntarnos a tomar el té, ya que era viernes. La idea había sido de Lexie, pero yo había ido separada de todos con mi auto porque mi última clase se había suspendido. Y, como el mundo me quería tanto, Will había llegado puntual también.
—En serio, ¿dónde están? Ya deberían de haber llegado.
Will alzó sus hombros indicando que no tenía idea. Hoy estaba demasiado bien, más de lo normal. No sabía si era el sweater azul que llevaba puesto que le quedaba increíble con su pelo platinado o si era que el cansancio me hacía ver a todos del sexo masculino más atractivos.
Saqué mi celular de la cartera y miré si tenía algún mensaje de las chicas, pero no había nada.
— ¿Estás bien? —me preguntó mientras que se acercaba a la mesa y apoyaba sus codos sobre esta.
ESTÁS LEYENDO
Profundo
RomanceTan solo hace falta un momento, un minuto, un segundo. En ese instante tu vida puede cambiar. Todo lo que crees que conoces de pronto cambia y tu vida da un giro de 180 grados. En un intento de escapar de los demonios que me perseguían durante las...