—Dano, despierta. —La voz de Marion le sacó del profundo hueco en el que su mente había caído. En algún momento se había quedado dormido de verdad, quizás eran los nervios, pero no pudo pegar un ojo hasta ese momento.
Como su carácter dictaba, pasó horas enteras acurrucándose junto a Marion. Desde niño, era muy dependiente de las demostraciones de cariño físico. Su madre debía cargarlo todo el tiempo, pero era difícil para ella, pues desde bebé era más grande que la mayoría. Cuatro quilos y trescientos gramos fue su peso al nacer, así que, al año y medio su madre lo llevaba a todos lados de la mano, mientras las otras madres aún cargaban a sus bebés en brazos.
Aun así, se las arreglaba para que Sandra lo abrazara todo el tiempo y le acomodara en sus piernas a la primera oportunidad. Ella lo consentía tanto que lloró toda la semana antes de que la maestra de la guardería pudiera hacerse cargo de él. Una vez introducido a la clase, lo único que hizo falta fue hacer un solo amigo para que no quisiera salir de ahí nunca.
Ese amigo, fue Marion, el otro niño grande del salón, quien a diferencia de Giordano era serio y retraído. Nunca lloraba, sin importar que tan tarde pasara su madre a recogerlo ni cuando esta murió, años después, de manera trágica y repentina.
Sin embargo, a pesar de las maneras tan toscas del chiquillo, Gio siempre tenía tiempo para abrazarlo. Se le acostaba en el hombro, quedándose de ese modo hasta que saciaba su necesidad de contacto, a veces lo abrazaba o le besaba las mejillas. Marion se había acostumbrado a eso, de modo que, no concebía la existencia de Giordano sin su complejo de chicle.
Cuando eran niños, pasaban muchísimo tiempo juntos, Gio conocía a la madre de Marion, aunque en la actualidad, recordaba muy poco de ella. La mujer murió cuando ellos tenían once años, solo vivió lo suficiente para enseñarle a Marion como preparar galletas para navidad. Su padre se había sumido en una depresión terrible y luego Marion enfermó hasta el punto en que perdió un año de escuela. Su padre se levantó a marcha forzada, pero tardó mucho tiempo en verse saludable. Marion ahora era fuerte y sano, pero su padre siempre se preocupaba de manera exagerada por él. Giordano lo entendía.
A veces, cuando veía a Sandra tan feliz al lado de Maximilian, recordaba la risa de aquella mujer y el pecho se le oprimía, sabiendo que si ella no hubiese muerto tal vez la felicidad que tenía su madre ese momento no existiría. La culpa lo atacaba cuando agradecía que las cosas hubiesen sucedido como lo hicieron. El tiempo que había pasado separado de su madre mientras trabajaba le hizo sentirse aún peor. De vez en cuando se sentaba a pensar cuantas lágrimas se habría aguantado Marion sabiendo que no volvería a ver a su mamá. Era triste y de solo pensarlo Gio necesitaba largos abrazos.
Ahora que estaban los dos juntos, buscaba como un loco el calor y la compañía. Había algo sumamente reconfortante en acurrucarse junto a Marion y solo dormir, una sensación de paz que no había alcanzado ni en la cabaña solitaria en la que vivió el último año y medio.
ESTÁS LEYENDO
El camino de Giordano (LCDVR #3)
Teen Fiction(LGBT+) Giordano se ha vuelto un adulto. El viaje en carretera con Romeo y Julian fue su último verano como un niño despreocupado. Después de eso le siguieron dos años enteros de trabajo, escuela y el estrepitoso cambio luego de que su madre volvier...