"No le digas a nadie"

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Salió del ascensor y caminó hacia su auto.

Una intensa melancolía se apoderaba de él y batalló consigo mismo para no subir hasta el apartamento de su amigo a pedirle perdón de rodillas. Sabía que tenía que disculparse pero también sabía que era mejor darse unos días. Después de todo, el tiempo cura cualquier herida. Eso era lo que Dean pretendía: darle tiempo a su amigo para que lo perdonara.

Entró a su vehículo y dio un largo suspiro.

Encendió el auto y salió de ahí.

En el camino, sus recuerdos con Nathan llegaron a su mente en una ráfaga de nostalgia. Las lágrimas amenazaban con salir.

"¿Por qué voy a llorar?" Se preguntaba el chico sin entender como ésto lo había afectado a tal punto.

Decidió detenerse en una cafetería para calmarse un poco, él sabía que, si no se enfocaba en el camino, algo malo podría sucederle, más aún, si había comenzado a llover.

Dejó el auto frente al local, se colocó la capucha de su abrigo y se bajó.

Caminó lento y sin prisa y entró a la tienda pasando casi completamente desapercibido.

Se sentó en la barra junto al cajero y esperó a que alguien tomara su orden.

Una chica hermosa, de no más de 25 años se acercó a él con una libreta en una mano y un lapicero en la otra.

--¿Qué vas a querer, guapo?-- su voz era melodiosa y dulce. Le hacía justicia a ese bello rostro.

--Una taza de café y tu número, preciosa-- coqueteó un poco con ella.

La chica solo se limitó a sonreír.

--Vuelvo enseguida-- y se marchó a atender a los demás clientes.

Un par de minutos después, la mesera volvió con una taza de café y un pequeño plato con una dona en él

--La casa invita-- le dio una sonrisa ladina y se marchó de nuevo.

Dean tomó la dona y vio algo escrito en la servilleta que la acompañaba.

Le había dado su número de teléfono.

Él sabía que no la llamaría pero aún así, dobló la servilleta, la metió en el bolsillo de su abrigo y procedió a darle un sorbo a su café.

En la mesa de atrás se podía escuchar una voz familiar. Era una chica hablando con alguien desconocido para él.

--Tienes que decirle la verdad-- decía la voz desconocida, también era voz de mujer.

--¡No! ¡No pienso decirle!

--¿Y si él se entera?

--¡No lo hará! Es imposible que se entere. Esto solo lo sabemos tú y yo. ¿Solo tú y yo, cierto? --amenazó. La voz comenzaba a hacerse conocida.

--S... s... sí. No le he dicho ni le diré a nadie sobre esto.

--Más te vale. Nadie puede saber que el hijo que estoy esperando no es de Nathan.

"¡LUCY!"

Dean se levantó de su asiento y caminó hacia la mesa donde la conversación tomaba lugar.

Las dos chicas no se percataron de su presencia así que fingió toser.

Ambas voltearon a verlo.

La embarazada quedó pálida al ver al mejor amigo de su novio ahí, frente a ellas.

La tensión era casi palpable.

--¿Y bien? --preguntó Dean con los brazos cruzados, esperando una respuesta por parte de la chica frente a él.

La única respuesta que obtuvo fue silencio.

Y más silencio.

--¿Algo que decir en tu defensa?--preguntó de nuevo.

--Yo... yo...

--Sigo esperando--el joven estaba perdiendo la paciencia.

--Por favor, no le digas a nadie--le suplicó.

--Eres una mentirosa. ¿Por qué te ayudaría? --dijo con asco.

--Me ayudas o... --miró con complicidad a su acompañante-- o le diré a Nathan que has dormido con su hermanita.

"¿Y ella cómo se ha enterado?"

--Lamento informarte que ya lo sabe, y está bien con eso.

No era cierto, obviamente. Pero no pensaba dejarla ganar. Ella no podía hacerle eso a Nate y amenazarlo de esa forma era muy bajo, incluso para ella.

Dio media vuelta, se detuvo a pagar su café y salió casi corriendo hacia su auto.

No era el mejor momento para decirselo a Nathan, no le creería, pero debía intentarlo. Nate no merecía ser tomado por tonto ¡y menos en algo tan delicado como la paternidad!

Entró a su auto, lo encendió y condujo lo más rápido que pudo hacia el apartamento de Nate.

Desafortunadamente, olvidó colocarse el cinturón de seguridad.


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