"¡Sin anestesia!"

4.5K 180 4
                                    

El camino fue bastante silencioso a excepción de las constantes y muy ruidosas muestras de afecto de los tortolitos en el asiento trasero.

Dean no pronunció palabra en todo el camino. Parecía molesto. Su ceño estaba fruncido y sus manos apretaban el volante tan fuerte que se le marcaban los nudillos. Cuando llegamos, fue el primero en bajar del auto y se dirigió presuroso al barandal que se encontraba a unos cuantos metros del lugar donde aparcamos.

Siguiente, fui yo quien salió. Quedé maravillada con este lugar.

Estaba rodeado de árboles y flores que, sinceramente, jamás en mi vida había visto. Había un par de faroles alumbrando, pero no iluminaban suficiente así que el lugar mantenía ese ambiente misterioso y frío que sólo los bosques poseen. A unos 10 metros, los árboles se abrían para dar paso a lo que parece ser una pradera.
Caminé en esa dirección y...

wow.

Si, wow. Se podía ver toda la ciudad desde aquí. Resulta ser más grande de lo que pensaba pero igual de bella a como Nathan la describía a mamá y papá.

Mamá y papá. ¡Se te olvidó llamarlos!

Oh, oh...

Supongo que los llamaré mañana, a esta hora deben estar durmiendo.

¿A esta hora? Apenas son las 9:27.

¿En serio? Pensé que era más tarde.

De todos modos, quien sabe que están haciendo, no los quiero interrumpir, mejor mañana que sé que están libres.

De repente, escucho una melodía, mi canción favorita. Muevo la cabeza en todas las direcciones buscando de donde proviene. Tardo unos segundos en darme cuenta que viene de mi bolso. Mi teléfono. Ese es mi tono de llamada.

Tomo el aparato entre mis manos y busco el botón de contestar mientras tarareo la letra de T-shirt de Thomas Rhett, la canción que suena.

—Aló.

—¿Te has olvidado de mi acaso? Ya no me llamas ni me escribes. Si ya no me quieres dilo—dijeron del otro lado de la línea.

—Ay Gaby, dramática como siempre.

Rodé los ojos, sabía que no me podía ver pero también sabía que ella sabía que lo hacía.

Ella sabía que él sabía que algún día pasaría, que él vendría a buscarla con sus flores amarillas.

Eres muy molesta, ¿sabes?

Shi.

—¿cómo estás princesa? ¿cómo va todo?

—Súper bien, hermosa, ¿y tú?—imité su tono de voz.

—Yo no hablo así, estúpida.

—Hmmm. Yo creo que si.

La escuché bufar.

—Si—alargó la i—estoy bien. ¿Y Nathan? ¿cómo está él?

Oh, mierda. Va a poner el grito en el cielo cuando se entere.

Pero tal vez es la única forma que deje su obsesión.

Ding!  Ding! Ding!

—Ni te imaginas lo que pasó—usé mi mejor voz de tragedia.

—¿Qué? Por favor dime que está bien. ¿lo está? —claramente se había preocupado.

—Tranquila, no es nada malo—quise calmarla.

El TatuadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora