062 | #HERIDAS

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El último movimiento de El Virus ha sido preciso y dañino. Se ha llevado la esperanza de Nick, su profesión y su reputación, lo cual nunca tendré el compadecer de perdonarle.

No importa qué sea lo que hagamos, en cada nivel tiene una manera de hacer que perdamos y corramos peligro. No sólo que para poder detener este juego hay que jugar sino que siempre nos implicará perder y dejar lo más importante de nosotros en el camino.

Ya hemos iniciado nuestros ataques pero los suyos están pensados de tal manera que han ido tejiendo una red de consecuencias que nos perjudicarán durante mucho tiempo.

Quiero acercarme a Nick y decirle que todo va a pasar, que estaremos bien, no obstante una palabra vacía es lo último que necesita. Además, nunca me salió eso de andar consolando con hipocresía.

Él me salvó. Me salvó de quedar en la calle, me salvó de morirme de hambre, me salvó del millón de deudas que terminaría enviándome a juicio o con conflictos legales. Ahora él necesita de mi ayuda y no puedo hacer más que avanzar con pasos inseguros y repensados hasta el hartazgo. Es como caminar sobre arenas movedizas, como tirar un puñado de arena sobre un puente invisible para poder seguir un camino de horror y locura.

—Estoy harta—largo incorporándome de pie al lado de la silla donde el está sentado lo cual me permite captar ligeramente su atención—. ¿Sabes una cosa? Yo también estoy saliendo perjudicada en esto, lo está siendo mi familia y mis amigos, sin embargo tú estás aquí encerrado en tu despacho pensando las consecuencias que podría tener para tu legajo profesional, demonios. ¿Qué tan inflado tienes el ego? Han amenazado de muerte a mi madre, ¿entiendes? He metido a mi mejor amiga y a Serge Marseille en un lío monumental, me estoy jugando la carrera en esto pero no me quedo quieta ni puedo dejar de pensar. Cada paso, cada instante es una idea nueva para tratar de entender de qué manera podría tener a ese enfermo que está obsesionado con tu empresa y en consecuencia, conmigo, por ser quien les está colaborando. Estoy harta. Me tiene cansada que nadie reconozca mi empeño por tratar de sacar todo adelante, me tiene cansada ser la que tiene que soportar las quejas de otros y tener que andar explicando cada movimiento que hago. Me voy, demonios. Me largo de aquí y de tu empresa, Nick. Te devolveré todo el dinero, ahora mismo—rebusco el móvil en mi bolsillo y lo saco—, ahora te devolveré cada céntimo que tengo en la cuenta bancaria y dejaré de estar en deuda con tus socios.

—Nat...

—Al carajo. Al carajo todo.

—Nat, no...

Nick se pone de pie e intenta sacarme el móvil de las manos. Yo me opongo con fuera y lo sostengo mientras las lágrimas me obstaculizan el proceso de entrar a mi Home Banking y vaciar esa jodida cuenta.

—Nat, basta. No hagas eso.

Sigue intentando quitarme el móvil pero lo sostengo con fuerza. Sus manos tratan abrir mis dedos cerrados en el aparato pero me opongo.

—¡Aléjate de mí!—le grito e intento ir hasta la puerta pero él me sujeta por la cintura y cierra sus brazos con fuerza, continuando con sus esfuerzos por quitarme el móvil. La agresividad de la situación me trae recuerdos, me deja pasmada, me raspa la garganta y escarba en todas las heridas que hay grabadas a fuego en mi vida.

Nacemos heridos de muerte, eso nadie lo puede negar. Y cada tanto, esas heridas sangran para mostrarnos que siempre existirá una causa a nuestro sufrimiento.

Sucia.

—¡Nat!

Puta.

—¡Nat, detente por favor!

Trágate todo.

—¡Nat, basta!

Sucia.

Sucia.

Sucia.

—¡Ahhhhh!

El grito sale raspando mi garganta y suelto una bofetada en el rostro de Nick que le provoca retroceder.

Fue con fuerza.

Muchísima fuerza. Mucha más que la que tuve que aplicar para la foto... Lo golpeé.

He golpeado a Nick.

Cuando vuelve el rostro a mí, noto que su mejilla está roja y su labio partido vuelve a mostrar un hilito de sangre.

Lo he lastimado.

—¿Qué...mierda...?

Está herido. También tiene los ojos enrojecidos y las mejillas impregnadas de lágrimas. Pero ahora mismo se muestra en shock, al igual que yo.

Qué acabo de hacer...

Mis manos tiemblan.

Mi mandíbula también.

Los recuerdos atestan mi cabeza.

Mamá llorando. Papá en el hospital. Mi hermana sola. Los cuatro con hambre. Tony recibiendo el dinero. Mi alacena vacía. La tarjeta de crédito mostrando fondos insuficientes. Mi estómago rugiendo con fuerza.

—Nat...

Caigo de rodillas.

De pronto siento frío. Muchísimo frío. Y me siento sola. Herida. Sucia.

—Santo cielo.

Nick corre hasta mí antes de que me siga desvaneciendo en el suelo. Mi respiración es un motor acelerado que sale en una crisis de angustia. Me falta el aire. Mis pulmones no tienen fuerza. Apenas mi corazón es capaz de sostenerme. Nunca tuve un deseo tan enfermizo como ahora.

Mi sensación de desvanecimiento total va cambiando de a poco al sentir los brazos firmes de Nick sosteniéndome y arrodillándose frente a mí.

Acuna mi rostro en su hombro y me acaricia la espalda pero me aparto. Lo miro a los ojos. Sigo temblando.

—Nat, ¿quieres que llame a un médico?

Niego con la cabeza.

—Nick...

—¿Qué sucede? ¿Estás bien?

—Nick... Me violaron.

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