092 | #MALCOLM

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No sé qué hora es, pero llevo un largo rato dando vueltas, cerrando los ojos, abriéndolos, dando vueltas, intentando soñar despierta, pienso en Sophia, pienso en mamá, doy otra vuelta, pienso en mi hermana, pienso en Nick y me detengo mirando el techo.

—¿Qué hora es?—le pregunto a Malcolm.

Su rostro es apenas iluminado por la luz de un cielo nocturno despejado.

—Tengo el móvil apagado—señala.

—Mientras no digas cosas que te pongan en riesgo, te sugiero que lo tengas prendido.

—Okay.

Se mete una mano al bolsillo y cierta idea se cruza por mi cabeza.

—Aguarda—le pido.

Él se detiene y me mira.

—¿Qué sucede?

—Antes... ¿podemos conversar?

Su gesto cambia, aunque no alcanzo a distinguir si es a enojo o confusión. Guarda el móvil nuevamente.

—Bien—accede—. La escucho.

—No, creo que no entendiste. Dime algo. Lo que sea. Pero dime algo que me pueda distraer de todo este lío donde estamos metidos.

—¿Algo como qué?

—No lo sé... Háblame sobre tus hijos. O tú esposa. ¿Es rubia? ¿Pelirroja? ¿Morena? ¿Te prepara la comida que más te gusta en los días malos? ¿Sabe que trabajas para Nickolas Jefferson?

—Lo hacía—señala, acentuando el tiempo pasado de la oración—.Y no... No lo sabía...

—Oh—me quedo helada—.Yo... Lo... Lo siento. No tenía idea de que fueres...viudo.

—Descuida—contesta—. Viudo no. Divorciado. Al parecer, no toleraba demasiado mis viajes y mi pasaje por la guerra.

—Me lo imagino. Mucho tiempo sin verse...distanciados...

—El problema no era eso, precisamente. Regresé un día de una batalla en Oriente Medio donde casi pierdo un ojo y me enviaron antes de lo previsto para recuperarme. Entonces, la descubrí preparándole el desayuno a un hombre que estaba acostado en...nuestra cama.

—Mierda.

—Ese momento fue peor que cualquier guerra de mi vida. Y eso que las he tenido...

—Yo... No sabía que te habían hecho semejante cosa. Aún así, no puedo creer que lo haya metido en la misma cama. ¿Qué hay de los niños?

—Esa noche habían ido de campamento con unos amiguitos de la escuela. Nunca se imaginó que llegaría dos semanas antes de lo previsto.

—¿Y qué...hiciste...?

—Saqué el celular y lo grabé al tipo saliendo de la cama. Luego a mi esposa en ropa interior. Terminé de colectar mi prueba y luego, busqué un revólver. Eché al tipo desnudo a la calle con la pistola en su cabeza y luego, fui a hacer la valija. Y la de los chicos. Ella intentó detenerme, pero no pudo. Decía que no podía llevarme a los niños, que iba contra las reglas.

—¿Y qué...sucedió?

—Una hora más tarde enseñé el vídeo en el jugado y al día siguiente, tenía la responsabilidad parental total de los niños, ella con una demanda por adulterio y un acuerdo como régimen de visitas.

—Santo cielo...

—Varias ocasiones quiso explicarme que fue una aventura personal. Acudió a la casa suplicándome que volviéramos, que fue un error, que no volvería a suceder. Me lo pensé muchas veces, quería creerle pero era imposible. Y si no cedí, fue por el bien de los niños.

—¿Por qué lo dices? ¿Sospechas de que fue más de una aventura?

—Cuando cosas así suceden, te sientes un poco hiperalerta. En mi caso, lo presentía ya que hacía dos viajes que ella no quería tener ninguna clase de acercamiento sexual. Hasta ese día, llevábamos seis meses sin hacer absolutamente nada. Lo extraño, es que ella estaba cada vez más linda y evidentemente, no era para mí.

—Santo cielo... Lo siento tanto.

—Descuida.

—¿Y qué hay de los niños? ¿Qué edad tienen?

—Siete. Son gemelos. Dos varones. Gabriel y Mateo.

—Vaya. Nombres tan poco...ingleses.

—Vengo de familia religiosa. Mis padres son del tipo conservador, además que mi madre tiene raíces latinas. Por eso queríamos nombres que tuviesen connotaciones a la lengua castellana.

—Oh, claro, ¿y dónde están ellos ahora?

—Los fines de semana están con la madre. Mañana los busco y los llevo conmigo a casa. Para entonces, tendrás que pasar más horas solas si es que aún no he podido liberarte.

—Descuida. Mientras mi madre esté bien, podré tomarme unas pequeñas vacaciones en este sitio. Además, tengo una restricción de volver al hospital a trabajar hasta que se haya solucionado todo el lío con el departamento de Asuntos Internos.

—Bien.

Suspiro.

A continuación me acomodo a un costado de la cama.

—Ven—le digo—, duerme. No me escaparé a ninguna parte. Debes estar descansado para cuando tengas que volver a trabajar.

—No dormiré contigo—dice, con una firmeza me hace sentir despreciada.

—No tengo ninguna peste, eh.

—No dormiré simplemente.

—¿Por qué? Yo no puedo conciliar el sueño con un par de ojos encima observando cada cosa que hago.

—Lo siento, señorita Hale, pero aún no ha ganado mi confianza.

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