Prólogo

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—Persíguela. No debes quitarle el ojo de encima. Si hace falta, acósala—ordenó. Su tono de voz taladraba mis oídos.

Los tapé con picardía, observando cómo el bosque engullía poco a poco unos metros más de oscuridad para, finalmente, dejarnos sin otra luz más que la de la luna, totalmente llena, resplandeciente y majestuosa.

—Prefieres arriesgar la vida de uno de tu único beta para conseguir otro cualquiera—objeté.

—Precisamente por eso debes hacerlo tú. No me arriesgaré hurgando en las entrañas de una sociedad adolescente, pero tú sí que lo harás—impone. Su actitud y sus palabras siempre suenan egoístas, y no había peor persona que él para obtener el cargo de alfa.

Sin embargo, él es el más fuerte, y todo depende de ello.

—Una adolescente de diecisiete años no es lo suficientemente imprescindible para nuestra manada. Dijiste que veníamos aquí en busca de varones mayores de dieciocho para formar una dinastía fuerte—le recordé, y puso los ojos en blanco, dejando escapar fuertes ráfagas de aire por su nariz.

Entonces supe que, una objeción más y tendría que enfrentarme a él, y no precisamente de forma verbal. Sus ojos se aclararon, tomando un tono rojizo resplandeciente.

—Huele. Es suya. En seguida sabrás quién es. Tiene un olor muy particular.—indicó.

Sus manos, grandes y firmes, sostuvieron una pequeña camiseta blanca diminuta de tirantes.

—Solo lo haré si me dices el por qué de tanto interés en ella—propuse, dando un paso atrás, y la camisa voló hasta mi pecho, desde donde resbaló acabando sobre mi mano derecha.

La estrujé con todas mis fuerzas, furioso, pensando en cómo poco a poco íbamos descubriendo nuestro secreto al resto de la civilización. Mis uñas comenzaron a convertirse en garras sin que yo me percatara de ello, y abrí los ojos al darme cuenta de que ahora la camisa tenía cinco arañazos que rompían la suave tela.

—Como siempre, uno de mis lobos más difíciles—sonrió, prepotente, y sus ojos se apagaron de nuevo. Suspiré.—Pensé que sería una buena compañera para ti. Últimamente andas casi tan solitario que comienzas a recordarme a un omega—comentó y se marchó a paso lento hacia el interior del bosque.

Supe que mentía, le encanta hacerlo aun sabiendo que todos podemos notarlo al instante.

El ruido de sus botas color azabache resonó en mis oídos hasta que su figura desapareció por completo en la espesura, dejando tras él su característico aroma a alfa.

Hace poco convirtió a otro adolescente, de unos dieciocho años. La luna llena está a punto de llegar y, cuando su aullido suene, todos los betas estaremos ojo avizor.

Es la noche de los lobos.

Lo que amansa las bestias (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora