Capítulo 3.

698 57 1
                                    

Blake Sharman

Maggie se marchó a casa hace más de media hora. A pesar de que todo esto me está afectando más de lo que yo creía, todavía sigo teniendo un poco de vida dentro. Nadar me la da, nadar me rejuvenece y me alegra. Y espero que siga siendo así. Nunca había estado antes en un equipo, podría decirse que siempre he sido una "nadadora solitaria".

Para mí, y probablemente para cualquier nadador, lo mejor es tener una calle entera para ti solo y planear tú mismo el entrenamiento de cada día. Pero en esta vida hay que probar cosas nuevas.

Salgo de la biblioteca con la mochila y los brazos cargados. De nuevo los pasillos vacíos, o al menos eso creo. Espero que no haya más hombres serios vestidos de negro esperando que vuelva para ofrecerme un pañuelo en el que limpiar mis lágrimas.

Me paro frente a la taquilla y agarro mi pequeña mochila con todo lo que necesito para el entreno. Miro el reloj.

—Mierda—musito en voz alta. Ya voy tarde, como de costumbre.

Vuelvo a cerrarla, y corro en dirección al pabellón de la piscina. Empujo la puerta con fuerza y camino por el pasillo de losas de barro, mojadas por el trasiego de pies mojados, y entro en los vestuarios femeninos.

Ese delicioso olor a cloro, y el pequeño bochorno que produce el calor que mantiene el agua caliente me alegra por un momento.

Al acceder, todo mi equipo me mira, como si tuviera monos en la cara. Muchas de ellas cuchichean frente al espejo mientras se colocan bien el gorro en el pelo. Roxanne no lo hace. De vez en cuando la pillo mirando, pero me alegra ver que no echa más leña al fuego.

Nerviosa, me apresuro con los preparativos. Entro a uno de los cambiadores y muy rápido me coloco el bañador. No sé ni cómo lo hago, pero parece que el hecho de pertenecer a un equipo me ha dado un poco más de confianza en este campo.

Cuando vuelvo a la sala principal de los vestuarios, compruebo que todavía no ha entrado nadie, y guardo mi mochila en una taquilla, junto a mi ropa y mis zapatillas.

Al acercarme al espejo, el silencio se hace entre el grupo de adolescentes. Algunas son mayores que yo, otras son menores, pero la mayoría tienen dieciséis años, como yo.

Justo cuando termino de colocarme el gorro correctamente, una de las chicas habla para avisar de que ya es la hora. Todas en fila salen en dirección a la gran puerta de cristal que da al pabellón.

Al acceder, el pulso se me acelera de ver la cantidad de gente que ha venido hoy a vernos entrenar desde las gradas. Me asusta la cantidad de ojos que probablemente me verán nadar hoy.

—Muy buenas tardes a todas, campeonas. Espero que vengáis con las pilas cargadas porque este es el primer entrenamiento de la temporada, y quiero que lo deis todo, tanto ahora como en las competiciones. ¿De acuerdo?—dicta.

El entrenador se llama Adam, y todo el mundo habla sobre que es la persona más dura y exigente de todo el edificio.

—¿Cuándo será nuestra primera competición?—pregunta una chica de gorro gris plateado, bastante alta.

—Si todo va bien, este fin de semana—informa, y una pizca de alegría me hace sonreír durante unos segundos.

Mientras lo hago, desvío mi vista a las gradas. Mi mirada era pasajera, sin embargo, se estaciona en la zona más alta, cuando veo un hombre solitario, de rostro neutral.

"No puede ser..."—me digo a mí misma, perpleja, al sentir que mi pequeña sonrisa se disipa instantáneamente. Se trata del hombre de esta mañana. Va completamente solo.

Lo que amansa las bestias (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora