Capítulo 32.

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Dereck

Aquel día me sentí orgulloso de ella, a pesar de que me había estado desafiando durante todos los entrenamientos anteriores. Le dije que no fuera hasta que no consiguiera autocontrol y, efectivamente, lo único que consiguió hasta ayer mismo fue poner en peligro nuestro secreto.

Sin embargo, me alegro de que esta vez lo haya conseguido. Lucas vino en mi busca horas antes, diciendo que Blake lo había hecho. No estaba muy seguro de si se refería a lo que yo creía, ya que aún no me había esforzado lo suficiente con ella en averiguarlo.

Hoy, tras su flamante victoria, decido dejar de ser profesor de entrenamiento, un duro alfa que rastrea día y noche el bosque para seguir los pasos de Russell, para visitar a Blake. Creo que el resto de la manada está lo suficientemente preparada como para merecerse un día libre.

Me aproximo a su ventana, respiro hondo, y en seguida sé que está a la espera.

—Huele a ti a kilómetros de distancia—sonríe, apoyada en la baranda de su balcón.

—Eres la única que puede captarlo, me conformo con eso—bromeo, cojo carrerilla y escalo el muro hasta, de un salto, acabar junto a ella.

Me abraza, vuelve a sonreír y me mira a los ojos desde su corta altura.

—Se te ve feliz—comento, tras ver que en semanas jamás la había visto así.

—Lo estoy—afirma.—¿Viste ayer...?

—Sí, vi toda la carrera—le interrumpo, sacándola de dudas.

—¿Sabes? Jamás pensé que tendría la respuesta tan cerca—comenta.

—¿La respuesta?—pregunto, un tanto perdido.

—Así es. Lo que amansa mi bestia interior—recuerda.

—¿Vas a decirme lo que es o tendré que sacar las garras?—vuelvo a bromear.

—Intenté mantener una conversación con Lucas. Me salté las clases para verlo y esconder el hacha de guerra pero... Bueno, hubo un problema y volví a perder el control. Pero, entonces, cuando creía que no podría escuchar nada más allá de mis rugidos y mi instinto animal diciéndome que le cortara el cuello, comencé a sentir que no estaba sola—explica.

—¿Había alguien más?—pregunto, mientras arqueo una ceja.

—Así es. Eres tú, Dereck. Tú eres el que estaba dentro de mi mente, intentando que me calmara. Era tu voz recordándome aquel amuleto que tu usabas de pequeño—cuenta, y sus ojos se iluminan, llenos de esperanza.

—Debí suponer que a vosotros os serviría con una persona—opino, sonrojado de escuchar que gracias a mí consigue controlarse.

Sus mejillas también se vuelven de un color rojo suave.

De repente, sus pies se inclinan hasta ponerse de puntillas para besar mis labios.

Quedan unidos por un leve contacto hasta que vuelven a separarse, todo a cámara muy lenta, demasiado.

Entonces, cojo sus piernas y la elevo hasta que su cabeza queda a la altura de la mía. Me mira y vuelve a besarme.

Giro sobre mis pies, sin apenas ver por dónde voy, y empujo con su espalda el cristal de la larga ventana que da acceso a su habitación. Esta se abre y me deja paso al dormitorio.

La suelto sobre su cama, permaneciendo junto a ella y besando sus labios constantemente.

Me quito mi chaqueta de cuero negra y ella se deshace de su camisa color azul celeste, tirándola al suelo.

Lo que amansa las bestias (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora