Capítulo 6.

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Dereck

Corro por las escaleras. Las subo de cinco en cinco y de un salto llego a varios metros de distancia. Miro a mi alrededor, comprobando que nadie me ha visto.

Es Ian. Lo oigo. Sus latidos se aceleran y sus gritos me alertan.

Al final del pasillo de mi derecha lo encuentro rodeado de otros chicos de su edad. Uno de ellos le propina un puñetazo en la mandíbula y otro estampa su rostro contra el bloque de taquillas.

Cojo impulso y corro, haciendo uso de mi velocidad sobrenatural. No se darán cuenta, no soy su principal objetivo ahora mismo.

Conforme me aproximo los tres individuos me miran, dejando de lado y tirado en el suelo a Ian, el cual lleva una de sus mejillas sonrojadas, llenas de sangre y un rasguño en su labio inferior. Su pecho sube y baja muy rápido, y comienzo a ver sus ojos aclararse y volverse color oro reluciente.

—Vaya, si tenemos aquí el motero malote—dice uno de ellos, el más alto.

—Ian, parece que por fin alguien viene a socorrerte—interviene otro de ellos, mofándose de él, y los tres comienzan a reírse.

A pesar de la furia que llevo por dentro, consigo contenerme. Actúo rápido. Impacto mi puño derecho en la cara del primero que me ha provocado, y este cae al suelo. Su nariz comienza a sangrar, y este agoniza de dolor. A pesar de ello, intenta incorporarse.

Los demás me miran, atemorizados.

—Como volváis a tocarle un pelo, os haré eso mismo a vosotros. Quizá más—mascullo entre dientes, y estos se abalanzan sobre su colega, que aun se limpia la sangre que cae de su nariz.—Ian—susurro, y lo levanto del suelo.

Le miro los ojos. Siento su respiración comenzar a sonar más a lobo furioso que a un adolescente recién salido de una pelea.

Coloco su mano alrededor de mi cintura y lo ayudo a caminar.

—Espera—articula, agitado, cuando estamos a mitad de camino. Su rostro se gira, en busca de alguien más.—Pensé que estábamos juntos en esto—le dice al chico escondido tras la puerta de una clase contigua al lugar de la pelea. Si no me equivoco, es el famoso Lucas.

Este lo mira, compadeciéndose de él, pero no se acerca, es más, cierra la puerta cuando observa que continuamos.

—Ha podido verte los ojos—le aviso, a pesar de que mi mayor preocupación ahora es que se transforme.

—Él nunca me mira a los ojos—jadea, y ambos entramos a los servicios.

Accedemos a uno de los baños, cierro la puerta con pestillo y observo sus heridas. Aún no se curan, es más, las de ayer aún no lo están del todo. Y yo fui el responsable de la mayor parte de ellas.

Su respiración se acelera, al igual que su pulso. Mucho más de lo que antes he notado.

—Esos hijos de puta llevaban molestándome un año tras otro, a todas horas...—le cuesta hablar. Sé que trata de contenerse. Tiene que conseguirlo.

—Calma, ya está. No volverán a molestarte más—. Apoyo una de mis manos en su hombro, intentando tranquilizarlo, pero de poco sirve.

Nunca antes había tenido que cuidar de un beta mordido. Es más, nunca antes había presenciado cómo un alfa intentaba formar una manada entera de mordidos. Y parece que ahora esto ocurre con todas las manadas.

—Quería darles su merecido. Desde que me mordió me encuentro de una forma distinta, soy más fuerte...—susurra, y el amarillo de sus ojos permanece. Además, sus garras comienzan a crecer.

Lo que amansa las bestias (FINALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora