Capítulo 97

2.9K 136 20
                                    

(Punto de vista de Mimi)

Había estado antes en París. En un viaje con mi familia, cuando tenía 7 años. Casi no me acordaba de nada; no de la ciudad, al menos. Así que ésta iba a ser un poco como una "primera vez" para mí en la ciudad de la luz. La ciudad del amor...

Y la verdad es que me daban bastante igual todos esos tópicos cambiantes, no iban mucho conmigo... Yo sólo había querido hacer algo especial por Ana y había creído que un par de días lejos de todo, las dos solas, en un lugar tan bonito e inspirador, tan romántico también -por qué no decirlo-, nos iban a venir muy bien. Aunque lo cierto era que estábamos tan felices que yo creía que, en realidad, tampoco nos hacía falta nada de todo eso... Que podríamos haber plantado una tienda de campaña en medio de la nada, con un tiempo horrible y un entorno muy poco acogedor, y haber pasado los dos días más increíbles del mundo por el "sólo" hecho de estar juntas. Eso creía.

Ahora ya no tenía claro nada.

Había organizado este viaje en tiempo récord, con la ayuda de Ricky, y lo único en lo que no había podido dejar de pensar era en la carita de sorpresa de Ana cuando descubriera todo, cuando apareciera en el aeropuerto y me encontrase con nuestras maletas preparadas y a punto de subirnos las dos al avión. A ella, que no le gustaba demasiado eso de improvisar y dejarse llevar, pero que yo estaba convencida de que en el fondo sí formaba parte de su naturaleza, y confiaba a ciegas en que este plan espontáneo le iba a gustar.

Nos había visualizado mil veces caminando de la mano por las calles de París, sin importarnos lo más mínimo quién estuviera alrededor, sin miedo a que nadie nos viera o pudiera hacernos fotos o grabarnos. Sabía que llegaría un momento en el que podríamos hacer eso mismo por Madrid, pero entendía que todavía no era ese momento por muchas razones distintas. Entre ellas, una que nos afectaba a los dos por igual, que era la intención de mantener nuestra relación lo más privada posible; no porque tuviésemos nada que ocultar, sino porque queríamos protegerla cuanto pudiéramos.

Creo que las dos sentíamos lo mismo: que oficializar lo nuestro, de alguna manera, era dar carta blanca a todo el mundo para que hablara, opinara, nos mirara con lupa... E hicieran todo eso creyéndose con el derecho a analizar y juzgar cada paso que diéramos. Y no nos apetecía que eso pasara, ni creíamos que fuera el momento para que los focos se centraran en esa parte de nosotras. En cambio, no confirmar nada, de algún modo, hacía que el resto del mundo, por mucho que especulara, no terminara de poder hablar abiertamente porque en realidad no tenían la certeza de que nada fuera real; y todo lo que pudiéramos hacer por sentirnos del todo dueñas de nuestra relación, lo íbamos a llevar a cabo.

O eso pensaba yo.

Creía que estábamos en la misma página las dos, que nos sentíamos igual y veíamos las cosas de la misma manera. Pero algo se me escapaba... Algo había ocurrido en esos días separadas o algo se me había pasado por alto dentro de Ana, ya antes, que la había llevado a tomar todas esas decisiones inesperadas que habían conducido, irremediablemente, a esta realidad en la que yo me encontraba vagando sola por las calles de la capital francesa en la noche de un sábado de febrero.

Nada de compartir este viaje juntas, nada de todos los clichés que tenía planeados para esta primera noche... Porque aunque yo los odiaba un poco y siempre había sido más de perderme y descubrir los rincones más curiosos y "raros" cuando viajaba, sabía que a Ana le encantaban todas esas cosas... Así que evité el camino que yo, reina de la improvisación, tenía tan bien calculado hasta ese restaurante con vistas a la Torre Eiffel en el que había reservado una mesa para recibir su cumple de la mejor manera. Yo no necesitaba nada de todo eso; podría haber cenado cualquier cosa que hubiéramos comprado en algún puesto callejero con el que hubiésemos topado de pura casualidad, sentadas en cualquier banco o en el mismo bordillo de alguna acera, mientras el ritmo frenético de la ciudad se sucedía a nuestro alrededor... Es que me daba igual. París, Roma o el puto Albarracín -con todo el cariño del mundo- habrían sido los mejores escenarios del mundo si ella estaba a mi lado... Y nada me apetecía más que estar las dos juntas compartiendo un momento tan especial como su cumple, el primero de su "nueva vida". Y sin embargo ahora era yo, de nuevo reina de la improvisación, la que de verdad había tenido que rehacer todos sus planes de un momento a otro y asumir que nada iba a ser como había pensado. Para una vez que se me daba por hacer planes...
       
        
Nada más llegar al hotel, le había mandando un mensaje a Ricky para que se quedase tranquilo y supiese que estaba bien. Le pedí, con toda la confianza que teníamos, que por favor no me agobiara mucho esos días, pero no hizo falta insistirle porque lo entendía a la perfección. Yo necesitaba estar sola, pensar, tratar de despejar esa nube horrible que se había instalado en mi cabeza en los últimos días y se había terminado de volver completamente negra esa mañana de sábado, en esa conversación sin sentido alguno con Ana. Por más vueltas que le daba, no era capaz de quitarme de encima la sensación de que había algo muy extraño, algo más profundo, algo más allá de lo que salía de su boca... No sé. Mi jodida intuición, que normalmente no me fallaba y que, en esta ocasión, también había encendido la lucecita roja.

Lo bueno está por llegar || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora