Capítulo 100

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(Punto de vista de Ana)

No era capaz de apartar la vista de nuestras manos entrelazadas.

Miraba sus dedos mezclados con los míos, su pulgar acariciándome de un modo casi inconsciente y, sin verlos, podía saber que sus ojos también estarían clavados en mí, con esa expresión tan suya de querer infundar confianza y cariño al otro, aun cuando ella no le debe nada a nadie...

Pero es que ésa era Mimi. Así.

Me decidí a mirarla por fin y automáticamente ella sonrió. Una sonrisa dulce, sutil, que sólo buscaba transmitirme seguridad y hacerme ver que, una vez más, ella estaba ahí. Como siempre.

Suspiré.

-Lo he hecho todo fatal, Mimi...

No dijo nada. Sabía muy bien a lo que me refería... Al fatídico día en el que ella entró por la puerta de su casa y, donde creía haber encontrado alivio al verme, sólo obtuvo hostilidad y una respuesta del todo fría e injusta por mi parte. Claro que ella no tenía ni idea de lo que había detrás de todo eso, ni de lo mucho que a mí me había costado hacerlo e irme así.

-Ese día... Yo... -Me costaba ordenar mis pensamientos.- Tienes que saber que las cosas no son lo que parecen, que yo no... No quería...

-Ana... -Me apretó más fuerte la mano.- Estoy aquí, y ya te he dicho que tenemos todo el tiempo del mundo. No me importa nada de lo que pase más allá de esa puerta, sólo me importas tú. Así que, por favor, tranquilízate y tómate el tiempo que necesites para contarme lo que tú quieras. Pero deja de pasarlo mal, por favor, porque no puedo verte así.

-Es que no sé estar bien con todo esto. -Me encogí de hombros.

-Bueno, estás conmigo, ¿no?

-Sí, precisamente por eso.

Creo que pudo leer bastante bien la preocupación en mis ojos, el miedo que tenía a que, aun después de soltar todo lo que llevaba dentro y sincerarme por fin, ella considerara que no era suficiente. Hasta ahora yo me había autoconvencido de que hacía todo esto para protegerla, pero que, realmente, cuando llegara el momento en que pudiera explicárselo todo, ella me entendería. Pero, ¿y si no lo hacía? ¿Y si no bastaba con eso? Al fin y al cabo, el daño ya estaba hecho y por mucha justificación que yo pudiera tener, no todo vale en esta vida...

Es que estoy segura de que cualquiera habría podido percibir lo mucho que me agobiaba toda esta situación y el pánico que tenía a no saber manejarla bien cuando sentía que ésta era mi última oportunidad para arreglar las cosas. Y, como siempre, ella ahí, poniéndomelo fácil y ayudándome a que me abriera del todo.

-¿Todo lo que me dijiste ese día lo sentías de verdad? -Me preguntó.

-Claro que no.

Y fue soltarlo, tan deprisa, tan rápido, tan automático porque así era dentro de mí -claro, evidente, cristalino-, y otra vez no poder contener mis emociones.

Rompí a llorar y me sentí una gilipollas por mostrarme así en un momento en el que yo debía ser la fuerte, la entera, la que tuviera la serenidad necesaria para explicar algo que no era nada fácil hacer entender y que, en cualquier caso, no iba a ser fácil perdonar.

La vi, con sus ojos clavados en mí, y, de repente, se echó hacia atrás en la cama sentándose contra el cabecero y buscando una postura cómoda. Cruzó las piernas, colocó los cojines que tenía tras ella y también a su lado y entonces me miró otra vez.

-Ven aquí. -Y señaló el hueco a su lado.

Me dirigí a la cama y me senté en el borde, con las piernas colgando y un miedo absurdo a acercarme más a ella.

Lo bueno está por llegar || WARMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora