Parte sin título 3

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−No lo mires así, –acaricia su mano con ternura. –Te apoyaré en cuanto pueda. –promete sincero.
−Busquemos entonces a Samuel de una vez. –suaviza el tono. –Por fa...
−Ya te dije ...
−Si vas conmigo te respetaran. –se ufana orgullosa. –Ninguno quiere broncas con la Marucha.
−¿Y el carro? –duda aún.
−Lo dejamos con los tombos. –hace un insinuante gesto con las caderas. –Me deben algunos "favores".
−De acuerdo. –se resigna, abriendo la portezuela.
−Déjame manejá. –pide de súbito. –Así ninguno se meterá contigo.
−Debo estar loco. – entrega las llaves, rodando al otro asiento.
−Tranquilo, ando en esto desde los ocho años. –aclara jactanciosa –Papá me enseñó y después de su muerte... – guarda silencio, concentrándose en el tráfico al salir del parque.
−¿Después de su muerte qué?
−Es una sedita. –evade el tema. –¡Está carteluisimo! –pisa el acelerador. –Casi vuela. –se desplaza a toda velocidad por la autopista, hasta llegar a una bifurcación. Entrando a Petare comenta: –Manejá me ha servío pa' sobreviví, robá y huí.
−¿Eres ladrona? –necesita saber la clase de persona con quien se va a enredar.
−Ladrona no, oportunista. –determina sin despegar la vista de la carretera. –Cuando la chamba no da o las cosas se ponen muy pelu'as. –baja la voz hasta casi un susurro. – Hago lo que sea pa' que mi chamo no se acueste sin na en la barriga. –las calles se tornan cada vez más angostas, hasta convertirse casi en callejones. –Ya llegamos. –anuncia, frenando frente a un módulo policial. – ¿Te quedas escondido o subes conmigo?
−Quizá puedo ayudar en algo. –decididamente aquel es el día de cometer estupideces, piensa.
−Entonces es mejor dejá esto aquí. –coge la billetera, reloj, anillo, esclava, cadena, celular; todo cuanto cree pueda llamar la atención, ocultándolo bajo el asiento. –Ahora sí tamos listos, espera aquí. –entra al módulo para salir al poco rato moviéndose provocativa, guiña un ojo a los agentes del orden. Lleva puesto un pantalón de mezclilla negro a las caderas, la blusa atada a la altura de los senos, deja al descubierto el ombligo (con un pircing colgante) el plano vientre y el largo talle. Con una buena alimentación hasta despampanante puede llegar a verse. Piensa Alejandro –Sígueme, sin despegate de mí, ni quedate atrás. – indica al comenzar a ascender las interminables escaleras, arrancando múltiples piropos muy subidos de tono a su paso.
−¡Ahora si coronaste bello Maru! –comenta una joven, mirando descaradamente a su acompañante de arriba a bajo. –Esto sí es calidá. –intenta palparlo, pero un manotazo de Mariana, lo impide.
─Mira sin tocá. –se guinda posesiva a su brazo. –Si me cantas la zona, te lo paso cuando acabe con él.
─¡Si va! –entusiasta, sale disparada escaleras arriba; dejando escuchar al poco rato un sonoro silbido.
─Ven, apúrate. –lo hala, subiendo a toda prisa. –No hay moros en la costa. ¡Aprovechemos! –entran furtivamente a una chabola construida como todas las demás con restos de cinc, cartón y tablas. El piso es de cemento rústico, el ambiente se divide por paredes de latón o trozos de tela haciendo las veces de puertas.
A pesar de la pobreza visible en cada rincón, Alejandro nota también limpieza y orden hasta donde es posible, dadas las críticas condiciones del lugar.
−¡Samuel! –llama alegre. –Ven a ve que te traje.
−¿Comida? –aparece saltando tras una desgastada cortina, frenando en el acto al descubrir a Alejandro. –¿Y este? – mira receloso, señalándolo despectivo con un gesto de su boca.
−Tranquilo, es mi primo. –muestra el churrasco, antes de obligarlo a sentarse en la humilde mesa. –Nos invitó a su casota que'sta carteluísima.
−Comida y casa. –murmura huraño. Come sin quitar la vista de encima a Alejandro. – ¿Qué quieres con mi madrina? –más que preguntar parece amenazarlo.
−Tenemos unos intereses comunes. –se fija detenidamente en él: Tendrá entre seis u ocho años, delgado de piel muy blanca y pecosa a diferencia de la tez morena de Mariana. El cabello rojizo, sin brillo, demuestra como en Mariana su pobre alimentación. "Una visita al pediatra es prioritaria", piensa mientras ella, se pierde por donde saliera el niño. Al menos sabe utilizar los cubiertos mejor que su protectora. Se percata mientras Samuel, no deja de escrutarlo con una mirada demasiado penetrante para un crio.
Rato después reaparece, entrega un par de desvencijados morrales a Alejandro, antes de sentarse al lado del pequeño. Con dulzura pasa su mano por la infantil cabeza. – ¿Te gustó?
−¡Claro! –cambia de inmediato la austera expresión de su cara. –Nunca comemos así. –termina el último bocado.
−A partir de hoy no volveremos a pasá hambre. –anuncia fingiendo alegría. –Nos vamos a viví con él
−Pero Maru... –se queja. No le gusta para nada el fulano aquel. En realidad, desconfía de todas las personas.
−¡Nos sacamos el gordo de la lotería! Pero pa' cobralo debemos pasa un tiempo en su casa.
−¡No quiero madrina! –la aferra a punto de llorar. –Prometiste nunca acostarte con nadien por dinero.
−¡Eso jamás! –asegura mirándolo fijamente a los ojos, entre oliva y ámbar. –No me rajo, pero es una ayuda y...
−La única oportunidad de subir su nivel de vida. –interviene Alejandro en la conversación. –Mariana heredó una fortuna, pero primero es necesario cumplir ciertos requisitos para recibirla.
−¡No te creo! –muestra claramente su rechazo. –Todos los hombres buscan lo mismo.
Habla con demasiado resentimiento para su corta edad. No pensó, sería tan difícil convencer a un niño.
− Vamos antes que me hagas arrepentí. –sacándolo del rancho, lo arrastra escaleras abajo. Al llegar , se mete con él en la parte trasera intentando consolarlo. –Más adelante me lo agradecerás, –ya hasta habla como su difunto padre. –Confía en mí. –mira a través de la ventanilla por última vez, el lugar donde tanto sufrieran.
Mientras su padre vivió fue una niña completamente feliz, tanto que nunca sintió la ausencia de su madre. No la recuerda, falleció siendo ella muy pequeña. Todo el tiempo estaban juntos, compartiendo cada minuto de su existencia. Recuerda con nostalgia sus clases de cocina, manejo, natación, supervivencia, defensa personal, equitación... Además de padre, fue amigo, profesor , apoyo incondicional, eje y centro de su vida. A pesar de no ser adinerado, se esforzó por darle la mejor educación sin escatimar gastos para tratar de convertirla en "su princesa" como siempre la llamó. Convivía muchas veces con sus amigos, en el restaurant donde trabajaba. Incluso soñaba con ser Chef de fama internacional, viajar, conocer otros países...
Su cuento de hadas, comenzó a desmoronarse cuando a él se le ocurrió contraer nuevas nupcias. Su segunda esposa (mucho más joven que Don Ernesto) era una farsante. La soportaba en su presencia, pero a sus espaldas, la maltrataba amenazándola con matarlo, de llegar a contar sobre sus frecuentes salidas. El poco tiempo que pasaba en casa, apenas hablaban. Cada día lo notaba más pálido, perdió mucho peso. De rozagante entusiasta, se convirtió en una sombra gris y callada que sólo se desvivía por complacer el más mínimo antojo de Irene.
Tan abandonada se sentía que se aferró con todas sus ansias de adolescente frustrada, al niño dejado por su amiga antes de morir. Únicamente esa vez, su padre osó enfrentar a su esposa. Ella se negaba a aceptarlo en su casa y Mariana amenazó con irse, si Samuel no se quedaba. Apenas tenía trece años, pero estaba dispuesta a jugárselo todo por el bienestar de su ahijado, incluso su propia seguridad.
A partir de allí las cosas empeoraron para ella. Irene traicionaba a su padre en sus propias narices. Alardeaba con pedirle a su amante matar al niño, si a ella se le ocurría abrir la boca. Un día mientras comía, Don Ernesto se apagó como una vela. En menos de un año le cayeron encima todas las pestes conocidas. Tenía apenas 43 y aparentaba ochenta. Nunca conoció más familia que él. Resignada a vivir en la calle, salió corriendo a su habitación para recoger sus pertenencias y alejarse de aquella maldita mujer para siempre.
−¿Dónde crees que vas? –la siguió sospechando sus intenciones. –Por muchas ínfulas de princesa que tengas, eres solamente una huérfana abandonada, si me causas problemas te vendo como carne barata y al odioso de tu recogido, lo negocio con los traficantes de órganos para matar dos pájaros de un solo tiro. –sonreía cínicamente, clavando las largas uñas en la delicada piel de su brazo. –Todo te lo dio el pobre viejo en vida... –la miraba con desprecio – ¿Vas a tener el descaro de no asistir siquiera a su funeral?
Con uñas y dientes aprendió a defenderse. Toda una vida cultivándose como "una princesa"; no la prepararon para enfrentar la cruel realidad: Era una más del montón. Su padre murió arruinado por complacer los caprichos de su esposa e incluso la casa donde habitaban estaba hipotecada. Cada vez cayeron más bajo; de la urbanización se mudaron a un humilde barrio en las afueras de la ciudad, de allí a un rancho miserable en La Bombilla de Petare. Lo poco que les quedó ella lo gastaba con sus jóvenes "amigos" o en las apuestas. Abandonó sus estudios, trabajando en cualquier cosa para sobrevivir y dar de comer a Samuel.
Las relaciones con su madrastra nunca fueron buenas, pero tocaron fondo cuando apuñaló a su "novio" de turno al intentar violarla. Tenía apenas catorce años. Acostumbraba dormir con un cuchillo bajo las sábanas, al sentirse amenazada no dudo en atacarlo. Después de eso Rebeca le dio la paliza de su vida, acusándola de resbalosa. Aunque el aberrado no logró su cometido, ella cambió desde entonces. La princesa desapareció asustada, dando origen a Marucha, la perdición de cuantos se cruzaran en su camino.
El resto del viaje, al no escuchar el más mínimo comentario entre sus pasajeros, Alejandro se concentra en pensar. No imagina ni por un instante como afectara su perfecta organización, el convivir con semejantes personas. Acostumbra no ser interrumpido en sus planes, horarios, ni vida personal por nada.
−¿Tendré que calarme a todos los estirados de la otra vez? –pregunta Mariana mucho rato después, tratando de borrar sus tristes recuerdos.
−No. –deja sus cavilaciones por un instante. –Sólo mis padres, mi hermana y...
−Tu esposa. –termina por él.
−No soy casado.
−¿Y ese anillo? –señala su dedo a través del retrovisor.
−Es de compromiso. –aclara presuroso, tratando de mantenerla a distancia. –Apenas termine mis asuntos contigo, me caso. –su confesión agrada mucho a Samuel, mientras menos tenga que ver ese hombre con su madrina, mejor.
−¿Cuántos años tiene tu hermana? –cambia repentinamente de tema.
−Seis.–contesta extrañado por su pregunta.
−¿Le monto los cuernos el viejo a tu mamá y después le trajo la chama?
−Es adoptada. –la imaginación de "su protegida" es de fábula, piensa sonriente.

Maru desea comentar algo más, pero la imponente mansión que ve a lo lejos, la deja muda.−¿Esa es tu casa?− abre los ojos sorprendida ante tanto derroche de ostentación.−Mientras este soltero. –el autentico asombro dibujado en su juvenil rostro, lo conmueve.−¡Con razón no te has casado! –comenta impresionada. –No cambiaría una casa así por nada ¡Parece un castillo!

Construida toda de piedra con enormes ventanales, dos formidables torres y jardines perfectamente cuidados a las faldas del Cerro El Ávila, el palacete es el orgullo de Los Murray.

MarianaWhere stories live. Discover now