Los nervios carcomen a Mariana, se acostumbró a tratar con público, aprovecharse de los hombres, sacarles dinero por idiotas... Esto es diferente a lo hecho por ella, hasta los momentos. Los otros eran gente de barrio, sin modales, con claras intenciones, fáciles de adivinar. Los ricachones, en cambio, son más peligrosos porque con poder o dinero logran ocultar bien sus perversiones.
En contra de la opinión de Alejandro, se instala cómoda en la casilla de besos. No entiende la razón de tanta alharaca por unos besos fingidos si él y su amigo Francisco, se encuentran en la otra caseta e incluso a su propia novia le toca alternarse con ella.
—Memoriza esto: Son besos trucados. —repasa sus múltiples recomendaciones —Las manos deben estar sobre el mostrador, no te dejes tocar, no aceptes ninguna cita, jamás te quites la máscara. –explica antes de separarse de ella. —Recuerda, debemos permanecer en el anonimato, hasta después de media noche. —a regañadientes acepta su sugerencia de ahorrarse el pago de los modelos que siempre contratan para tal fin, incluso se ofrece él mismo a estar en el puesto contiguo (vestido de Batman) con el objetivo de mantenerla vigilada.
El disfraz de gatubela realza sus curvas, la interminable cola se mueve con sus felinos movimientos. Poco a poco se percata que sin importar el estrato social, al final todos los hombres son los mismos, chacales insaciables.
—Estás más bonita que la modelo del año pasado. — busca conversación el postor de turno, disfrazado de zorro. — ¿Cómo te llamas?
−Con dinero y si son verdes mejor. —bromea sin prestarle atención. Si los delincuentes son insoportables, los adinerados no se quedan atrás.
—¿Cuánto por pasar un rato conmigo en el jardín? —coloca un billete de 100 dólares sobre el mostrador.
—Te quedas corto. —disimula su disgusto. - Me han hecho otras, mucho mejores. —se esfuerza por mantenerse sonriente. –Si no sabes leer, el anuncio dice: "Besos" con una resplandeciente tarifa a su lado.–sujetándolo por la pechera, regresa el dinero. — Retrasas la cola, decídete de una vez, si te gusta podemos hablar más tarde, cuando me quite la máscara. —se burla un poco de todos, con veladas promesas. Entusiasmado, el joven se conforma por el momento con un rápido beso e introduce el billete en la caja de colaboraciones.
—¿Qué te pasó? —interroga Maru a Alejandro, al notar su labio roto e hinchado, luego de cambiar puesto con Jacky.
—Cien dólares. —alega con displicencia.
—¡Cien dólares! —se niega a creerle —¿Cien dólares por morderte la boca y a mí me ofrecen lo mismo, por un rato en el jardín?
—Las mujeres suelen ser más dadivosas. —se limpia el labio.
—¿O a los hombres les encanta subestimarnos? —¿Hallará algún día la forma de evitar atacarlo o hablar sin discutir?
—Cada quien es el encargado, de darse su justo valor. —comenta, antes de dar la espalda para comenzar a apartarse, cuando se percata que un zorro muy impaciente, casi arrastra a Mariana, hacia el fondo del jardín. Analizando la difícil situación y para evitar crear un escándalo en plena fiesta, Alejandro le permite alejarla de la multitud. Rodeando la estancia con cautela, lo sorprende forcejeando con la muchacha quien no cesa de lanzar insultos y golpes sin llegar a tocarlo, pues el hombre es bastante ágil; por lo que logra inmovilizarla, tapando su boca, al verlo acercarse.
—¡Suéltala! —ordena furioso Alejandro.
—¡Ni lo sueñes! —la sujeta con más fuerza. —Si también te estafó la gata, tendrás que esperar que yo termine con ella para desquitarte. —se estremece al Mariana clavarle el afilado tacón de su bota en el pie. —¡Eres una callejera de lo peor! —de un empujón, la lanza al suelo a la vez que esquiva el primer golpe de su oponente.
—Déjala o llamo a seguridad. —lo evade con facilidad, alejandro.
—¡Ay cuanto miedo! – finge temblor de piernas. — No sabes contra quién te enfrentas, – tira otro puñetazo sin exito. —Pagué demasiado por ella, no pienso irme sin haberle cobrado hasta el último centavo. —a un silbido suyo, salen de entre los árboles varios hombres más, vestidos de harapos con rostros cadavéricos, maquillados a modo zombis. —Ahora si te voy a aplastar como una mosca, rata voladora.
Aprovechando la confusión, Mariana corre despavorida hacia la casa, evitando ser atrapada. Jadeante llega junto a Jackeline casi sin aliento. — ¡Avisa rápido a seguridad!
—¿Qué pasa? —la alarma su aspecto.
—En el jardín. —se desespera. — ¡Lo van a matar!
Sin perder tiempo, Jacky da la señal de alarma a los guardias. Frenando su primer impulso de salir en su ayuda, Mariana espera impaciente el desenvolvimiento de los acontecimientos. Los minutos se le hacen eternos, la desesperación vence a su orgullo al reaparecer todos... Menos Alejandro.
—¿Y tu novio? —cree poder ahogar sus sentimientos, poniendo la barrera del compromiso por delante.
—Apenas llegamos, se fue a su cuarto. —Mariana luce muy angustiada. Jackeline, cada vez duda más de su "aversión" hacia Ale. ¿Se están enamorando, el uno del otro en contra de su voluntad? —Dijo necesitar relajarse antes de la presentación.
—¿Está herido? —necesita saberlo ileso.
—Es muy reservado con sus cosas. —trata de restar importancia a su preocupación. —Pero me encargo específicamente cuidarte. No perderte de vista, por nada.
—No te preocupes por mí. —disimula su inquietud. —Voy a darme un baño, me cambio y recuesto un rato, también.
− A Ale nunca le han gustado tan jovencitas. —comenta Francisco sin apartarse, ni un segundo de su antigua novia, obviando su abierto rechazo. — ¿Qué se trae con Marucha?
—¡Nada! A diferencia de otros, no se acuesta con la primera que se le atraviesa. —aprovecha para recriminarlo como siempre.
—Ojalá, así sea. —no se da por enterado de su ataque. —Porque la carne es débil y Mariana muy hermosa.
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Mariana
RomanceLa desesperación por la supervivencia en Caracas (Venezuela) con su pobreza crítica, marginalidad, violencia y falta de dinero llevan a Mariana al borde. "Hago lo que sea pa' que mi chamo no se acueste sin na en la barriga ". Sólo por su hijo es...