A cada instante lo nota más agotado. Gira la cabeza, moviendo el cuello y los hombros en todas direcciones, tratando de relajarse. Le preocupa, pueda desmayarse antes de salir de las catacumbas. De estar en otra posición le daría un masaje para ayudarlo, pero con Samuel casi encima de ella hasta se le dificulta respirar con normalidad.
Al salir a cielo abierto, la oscuridad los envuelve. Las estrellas ocupan el centro de la cúpula celeste, calcula pasa de la media noche. Ya ni recuerda a qué hora se coló en la casona.
—¿Ahora hacia dónde? —pregunta al sentirlo detenerse en medio de la nada. Semi acostada como se encuentra, no tiene manera de mirar a los lados, solamente hacia arriba.
—Debo guiarme por el GPS del auto. —explica, pensativo. —Lo conectamos a un sistema electrónico, ubicado a lo largo de toda la cueva. Termina justo en esa propiedad. —asegura satisfecho con su creación. —Si hay alguien despierto, ya debe saber de nuestro arribo.
A medida que se acerca distingue con mayor claridad las luces encendidas. El ladrido de los perros, anuncia su llegada. Acaba de frenar frente a la verja de la entrada, cuando salen varias personas alumbradas con sendas lámparas portátiles.
—Sal con las manos arriba y no intentes nada. —lo apunta con una escopeta
—Disculpen, pero traigo a una mujer y a su hijo herido. —obedece temiendo lo peor. —Requieren urgente asistencia médica.
—¡Bendito sea Dios, muchacho! —exclama una dama emocionada al iluminarle la cara. —¿Qué te hicieron?
—¿Lo reconoces, abuela?–baja el arma al verla abrazarlo.
—Es el nieto de Adolfo. —se deshace en caricias y besos. —Perdona la bienvenida, pero no sabíamos si alguien más, había encontrado el auto. —a una señal suya, corre uno de ellos a la casa. — ¿Puedes caminar?
—Creo que sí. —suspira aliviado. —Pero necesito ayuda para bajarlos.
—Despreocúpate. —mira adentro a Maru y a Samuel. —Nosotros nos encargamos. — acostumbra dar órdenes. —Es mejor llevarlos de inmediato al hospital. —señala la camioneta todoterreno que sale de la casa, estacionándose a su lado. —Tú te quedas aquí a descansar, no deben verte.
—Pero...
—No hay excusas. —no le permite hablar. —Soy muy conocida ahí, siempre ayudo en cuanto puedo, en cambio, a ti están buscándote para matarte. — suelta de repente, como si él estuviera al tanto de todo. Sin perder tiempo trasladan a los heridos a la parte trasera del otro vehículo.
—Déjame ir abuela, por favor. —la reconoce enseguida, como si los años no hubieses pasado por ella —No voy a estar tranquilo sin verlos.
—De acuerdo. —le permite subir junto al conductor —Pero no te puedes dejar ver. —aquel muchacho la hace transportarse al pasado, cuando conociera a Adolfo en una pelea callejera. Era temerario. Aunque, sus hermanos ya le habían roto la boca y partido una ceja, seguía repartiendo insultos y golpes. —Eres idéntico a tu abuelo. —acaricia su rapada cabeza. —Tus ojos son los mismos, —dulcifica su usual acento mandón, al dirigirse a él. —Me alegra mucho que hayas podido sobrevivir. —no pasa desapercibido su gesto de extrañeza. —Llevamos varios días esperándote, continua con sus impactantes confesiones. —Cuando pagué para que te sacaran de la comandancia.
−¡¡¡ ¿Tú?!!! —a cada instante se asombra más. —Me dijeron...
—Que fue marucha. —continúa sorprendiéndolo.−Por un lado, estaba mi gente queriéndote rescatar y por otro, la de tu padre, intentando eliminarlos a los tres a la vez.
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Mariana
RomanceLa desesperación por la supervivencia en Caracas (Venezuela) con su pobreza crítica, marginalidad, violencia y falta de dinero llevan a Mariana al borde. "Hago lo que sea pa' que mi chamo no se acueste sin na en la barriga ". Sólo por su hijo es...