Con la ayuda del mapa y sus recuerdos, llega al campamento en tiempo record a pesar del adolorido cansancio. Todo sigue igual a la última vez que lo viera. Como si el tiempo se hubiese detenido para dar la ilusión que aun podía seguir inventando, diseñando y disfrutando con su abuelo.
Situado bajo una enorme bóveda donde confluyen varios túneles, las paredes de roca caliza de diferentes tonos, dan al lugar un inusual colorido al encender el sistema eléctrico, instalado con la ayuda de Don Adolfo Murray cuando aún estudiaba bachillerato. En una de las carpas halla sin ninguna dificultad la carretilla de cuatro ruedas que construyeran entre los dos para trasladar víveres a los distintos sectores. En aquel entonces no se imaginó lo mucho que le ayudaría años después. Con barandas a ambos lados y ruedas adaptables a todo tipo de terreno, será la camilla perfecta para trasladar a los heridos. Tomando un poco de agua para aliviar la resequedad de su garganta, busca minuciosamente bajo las cubiertas de lona lo que los ayudará a salir de allí. Ora mentalmente para que Don Adolfo no lo hubiese dejado en una de sus salidas clandestinas a La Guaira, del otro lado del laberinto. Casi a punto de dejarse vencer por el cansancio, lo encuentra. Perfectamente disimulado bajo un cerro de cachivaches, esta su trabajo del pregrado: Un pequeño auto eléctrico. Fabricado con una aleación de berilio, policloruro de vinilo y un plastificador alifático, lo había diseñado para ser maniobrado fácilmente en todo tipo de terrenos, especialmente el de los túneles donde solía probar sus experimentos. Una rápida ojeada hace renacer sus esperanzas: Se encuentra en excelentes condiciones, listo para arrancar como si lo usaran de continuo. Le resulta muy extraño, solamente él y su abuelo sabían de la existencia del laberinto, Don Adolfo lleva varios meses muerto... ¿O no? Después lo analizará con más calma, ahora debe volver con Mariana. Ya estará desesperada, pensando lo peor sobre él.
Amarra la camilla al techo del auto, se coloca frente al volante para accionar el encendido que prende con facilidad, como si lo hubiese estacionado ayer. Maneja sin problemas hasta donde el ancho del camino lo permite, bajando la camilla, la rueda hacia la saliente del barranco.
−¡Gracias al cielo! –exclama aliviada al ver la luz acercarse. –Samuel no ha dejado de quejarse,eso me desespera.
−Tranquila. –se agacha a su lado. –Ya los voy a sacar de aquí.
−¿Cómo? –no puede creer lo que escucha.
−Con el favor de Dios. –mete una de sus manos por detrás de las rodillas, para alzarla. –agárrate sin ahorcarme
−Siempre dices lo mismo. –se cuelga a su cuello, feliz de su regreso. Se siente eufórica cada vez que lo toca. El corazón se le acelera y su cabeza deja de razonar, sin importar las terribles circunstancias en las que se hallan.
−Siempre creo que tienes ganas de matarme. –sonríe por primera vez desde que volviera de Nueva York. –Ahorcarme, es tu primera opción. –le entrega la linterna para tener ambas manos libres, la lleva hasta la camilla, sentándola. –Ilumíname desde mientras traigo a Samuel. –indica buscando al niño. –trata de rodarte hacia el centro,dejando espacio.Debo llevarlos juntos. –pide al regresar con él en brazos. – sujétate fuerte, el camino es muy accidentado. –maniobra con cautela por el estrecho pasaje.
−¿Nos vas a llevar así hasta la casa? –ahora que tiene a su hijo con ella, le preocupa el aspecto de Alejandro. A pesar de tratar de disimularlo, parece a punto de desfallecer y la gruta es ascendente. Si bajar tomaba como media hora, subir en esas circunstancias, empujando a dos personas heridas, la misión resulta casi imposible.
−Con las piernas lesionadas no puedes conducir, yo escapé de la cárcel, no puedo dejarme ver .–llegando a una rampa, se detiene para cambiar de posición y evitar volcar.
−Pero Samuel necesita con urgencia, un médico. –insiste en repetir lo que ya Alejandro sabe.
−Tú también. –la secunda –Por eso decidí llevarlos a La Guaira.
−¡Ahora sí enloqueciste! –a pesar de todo, le agrada su sentido del humor. –Te cuesta un mundo empujarnos...
−Por los túneles, el trayecto es más corto del que te imaginas. – convencido, la interrumpe.
−Puede que así sea, pero...
−Irás bastante incómoda con Samuel casi encima. –sin dejarla hablar la carga al finalizar la pendiente. –Sin embargo, en menos de media hora ya estaremos respirando aire, fresco otra vez. –satisfecho enciende las luces del auto con el control remoto, dejando boquiabierta a Mariana sin poder creer lo que ven sus cansados ojos: Un diminuto automóvil en medio del camino.
−¡Revergación, estamos salvados! –su primo es un genio o la desesperación le produce visiones fantásticas. –¿Qué milagro es este?
−¡Mi trabajo de grado en la universidad! –declara orgulloso. –Ahora nos servirá para salir de aquí.
-¡Bendito sea Dios! –emocionada lo estrecha con fuerza, dándole un largo beso en la boca. – ¡Te amo, eres un sol! –vuelve a besarlo.
Abriendo la puerta, también con el control, la sienta al lado del chofer sin pronunciar palabras. –Voy por Samuel. –disimula el mar de sensaciones que es capaz de despertarle, solo con un beso. –Debemos tratar de moverlo lo menos posible. –huye asustado como siempre.
¿Por qué Alejandro insiste en no corresponderle? Sabe que le gusta tanto como él a ella, no ha podido olvidar su apasionada entrega en aquel jacuzzi, bajo la luz de miles estrellas, explotando en su cabeza. Acomodándose en la mullida butaca, sacude rabiosa la cabeza. Solamente a ella se le ocurre estar pensando en un hombre con su hijo herido, sin conocer la gravedad de su estado. El amor enloquece a las personas. ¿Amor? Es mucho más que atracción física lo que siente por su tutor, pero no es el momento más propicio para descifrar sus sentimientos, decide al verlo acercarse con Samue.l
−Sostenlo mientras bajo el asiento. –indica a la vez que lo deposita en su regazo. Busca bajo el mueble una palanca que al mover, los deja casi en posición horizontal. –Así está mejor. –da la vuelta sentándose frente al volante. –Roguemos para que al menos podamos llegar al otro lado. –se coloca el cinturón de seguridad y arranca. –Hace muchos años el abuelo tenía una novia guajira. –comenta para concentrarse en otra cosa, diferente a la quemante sensación dejada por ella en su boca. –Pero su familia no lo quería por ser extranjero. –explica –Los Wayúu son muy regionalistas, sin embargo, ellos siguieron su romance a escondidas.
−¿Eso que tiene que ver con nosotros? –Entiende su rechazo, es lógico: Lo acusó de secuestrador.
−El abuelo le llevaba quince años . Por presiones familiares, él terminó casándose con alguien de su mismo estrato social.
−Harás igual con Jacqueline. –le parece absurdo sentir celos.
−Y yo espero encontrar viva aún a esa guajirita. –cambia hábil de tema. –Porque su casa queda justo al finalizar estos laberintos, si mal no recuerdo.
−¡Se vino a vivir con él! –a pesar de su aparente amargura, le encantan las historias románticas, donde las personas rompen esquemas para estar juntas.
−La abuela Pamela murió muy joven, después de parir a papá. –aclara, mirando la pantalla del vehículo con las condiciones de los túneles. –Sufría una insuficiencia cardiaca que empeoró con el embarazo. –los faros dejan ver de vez en cuando los roedores pasar corriendo y los murciélagos volar por docenas.
−¿Por eso pensaste que era tu prima?
−Sí, tuvieron tres hijos juntos, él pasaba gran parte del tiempo en el Zulia. –recuerda sus viajes infantiles. –Después le hizo una venta ficticia de la finca Arciniegas, desde entonces se la trajo un poco más cerca para tener mayor contacto.
−Ojala no la haya afectado la vaguada en Diciembre del noventa y nueve. –menciona la tragedia donde murieran tantos venezolanos.
−Espero que no, porque es con la única que puedo contar en estos momentos.
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Mariana
RomanceLa desesperación por la supervivencia en Caracas (Venezuela) con su pobreza crítica, marginalidad, violencia y falta de dinero llevan a Mariana al borde. "Hago lo que sea pa' que mi chamo no se acueste sin na en la barriga ". Sólo por su hijo es...