Parte sin título 21

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        Casi al amanecer regresan al barrio, luego de rendir declaraciones. Agotada, Mariana se deja caer sollozando en un camastro. Por precaución decide quedarse en el galpón junto a los muchachos abandonados con los cuales comparte desde hace varios años. Sin sospechar que en algún momento le sobraría el dinero, se dedica a recogerlos de la calle. Cada Bolívar ganado es invertido en alimentarlos y tratar de darles una vida digna. A diario salen juntos a trabajar limpiando casas, jardines, lavando autos, malabareando en los semáforos, vendiendo. Haciendo cualquier cosa para sobrevivir sin caer en el fácil camino de la delincuencia. Enseña a leer y escribir a la mayoría de ellos. Todavía luchan por construir un hogar decente al cual volver tras la dura faena; un sitio donde encontrar amor, comprensión, respeto, sentido de pertenencia. A veces se le hace difícil controlarlos. La mayoría son varones, ameritan mucha disciplina, reglas, normas. Pero al menos ha logrado mantenerlos unidos como familia. Incluso creyó que con la fortuna dejada por el maracucho se resolverían todos sus problemas. Sin embargo, ahora hasta ella debe abandonarlos a su suerte, sin siquiera tener la certeza de recuperar a Samuel.

Tapándose la cara, ahoga su llanto con una almohada para no despertar a los demás. Sin poder pegar un ojo, se queda planificando hasta el amanecer como organizarse para buscar a su hijo. Si sigue en Caracas, ella lo encontrará con la ayuda de su gente.

Es pasado el medio día cuando llegan al último de los escondrijos, decepcionados por no hallar nada en ninguna de las pistas proporcionadas. Queda en la parte más alta de Antímano, donde ni los peores delincuentes, se atreven a subir sin protección. El destartalado rancho, prácticamente lo derribaron a tiros. Los disparos de escopeta lo dejan como un colador de latón perforado.

Sobreponiéndose a su primer impulso que le dicta salir corriendo del lugar, entra en compañía de Jorge, Yuguar y los baqueanos que los condujeran hasta allí. Dentro todo es caos . El olor a pólvora inunda aún el minúsculo recinto. En el suelo yacen tres cadáveres con las armas en las manos. Con horror Mariana reconoce a los hombres que la secuestraran la noche anterior. Enloquecida se tira sobre ellos, sacudiéndolos desesperada, como si así pudiera resucitarlos para que le digan el paradero de su hijo. Sin atinar a pensar los revisa, buscando algún indicio que la lleve hasta él.

En el bolsillo de la camisa del que insistiera en abusarla, hay un papel  doblado, un cheque por 3 millones de dólares, con una firma demasiado conocida, que echa por tierra su última esperanza de equivocarse: Alejandro Murray


El avión llega con dos horas de retraso. Alejandro no espera que vengan a recibirlo. Su relación con Jacky va de mal en peor, desde que le confesara el magnetismo que ejerce Mariana sobre él, tampoco le perdona su alianza con Francisco, para tratar de reconquistarla. Al menos las negociaciones salen según sus planes, los empresarios se interesan en invertir en su proyecto. Es mejor no tratar de ayudar a otros, cuando su propia vida sigue cabeza. Tiene calor, el cambio de clima entre Nueva York y La Guaira es del cielo a la tierra.

Se alegra de ver a Francisco a través del cristal, cada vez más le demuestra, lo sólida de su amistad. Lo que si llama su atención es la presencia de tantos agentes del orden público a esa hora, se fija en reloj de la pared: Las dos y treinta de la madrugada. No lleva más equipaje que un elegante bolso de cuero negro, más su inseparable laptop, gracias a ello, no necesita revisión para salir.

Apenas cruzar el torniquete de seguridad, es abordado por varios policías. – ¿Señor Alejandro Murray? –omiten su título con desdén. –Nos muestra su identificación, por favor.

−Si, claro. –les enseña su pasaporte extrañado. – ¿Hay algún problema, oficial?

−Debe acompañarnos.  –saca los grilletes sin dar ninguna información. –Tiene derecho a permanecer callado, cualquier cosa que diga, puede ser usada en su contra en un tribunal.

−Esperen –se niega a ser esposado en público. –Me parece que ha habido una equivocación.

−Ninguna. –lo forcejean entre dos, colocándole las esposas. –Hay una acusación en su contra, como presunto autor intelectual del secuestro e intento de violación, de la ciudadana Mariana Guzmán.

Su cerebro se niega a procesar lo que acaba de escuchar. Sin poderse contener, Francisco se acerca alarmado, por la inusual situación y el alboroto que se inicia alrededor de su amigo. Como si hubiesen estado al acecho, dos reporteros lo graban justo en el momento de ser aprehendido.

−Esto me parece un abuso. –recoge sus pertenencias que caen ante la violencia del arresto. –Exijo la presencia de un fiscal del Ministerio Público.

−¿Y usted es acaso su abogado? –ironiza uno de los agentes.

−Sí –miente, tratando de salvar a Alejandro –Si no tienen una orden de aprehensión...

-Aquí esta. –se la baten en la cara. – ¿Algo más "doctor"? –usa en el mismo tono amenazador.

−Sí –se arriesga a ser apresado también, al descubrir su engaño, pero teme por la seguridad de Alejandro si se queda solo, con aquellos hombres. – Tengo derecho a acompañar a mi cliente donde lo lleven y a estar presente durante los interrogatorios.

−Como quiera. –casi lo sacan a rastras del aeropuerto para evadir a los curiosos. En la puerta los espera una patrulla donde lo meten a empujones.

−¿Como está Maru? –pregunta preocupado a Francisco que se sienta a su lado, en la parte trasera de la unidad, dejando su vehículo en el estacionamiento.

−No se. –no quiere mortificarlo más –No la veo desde anteayer.

−¿No fue a dormir? –saca cuenta mentalmente, es el día que le toca salir. –¿Cómo pudo denunciarme estando secuestrada? –su cabeza es un laberinto de interrogantes. –¿Y Samuel?

−¡Silencio! –exigen los policías. –Prohibido el parloteo.

−Deberías aprovechar para llamar al abogado del abuelo. –pide tratando de mantener la calma, –Ayúdame a quitarme el reloj, la cadena y la esclava. –es mejor prevenir. –En el bolsillo del sobretodo está el celular, los anteojos y el monedero, quédate también con ellos. –le cuesta disimular su frustración. –No quiero llevar nada que llame la atención –no olvida las recomendaciones de Mariana.

−Se callan o tiramos al abogado por el viaducto.

El resto del camino se comunica por señas. Fran llama al licenciado Bizantino y guarda las pertenencias de Alejandro.

Llegando a la comandancia, a pesar del cansancio y la oscuridad, se fija que Mariana espera afuera, acompañada de un joven agente de baja estatura, blanco y robusto. Viéndolo bajar esposado, se abalanza sobre él, sin darle tiempo de reaccionar, lo cachetea recriminándolo: – ¿Dónde tienes a mi hijo? ¡Desgraciado! –jadea traspasada de dolor. –¡Habla antes que te mate!

−Maru, yo no sé de qué me hablas. –sin lograrlo, trata de esquivar sus golpes que caen como ráfaga sobre él, pues nadie se lo impide.

−Déjalo Maru. –sosteniéndola por el talle, la separa celoso Jorge. No quiere que tengan ningún contacto, ni siquiera ese. –Aquí saben muy bien como hacerlo confesar. – trata de empujarlo para que entre, sin esperar que reaccione por lo grave de su situación, pero Alejandro dejándose llevar por su propia frustración, se impulsa con ambas manos esposadas, tirándolo al suelo.

De Inmediato, lo sujetan varios agentes, sometiéndolo a la fuerza.

−Las evidencias siempre son engañosas, Maru –grita, recordándole sus propias palabras antes de ser arrastrado dentro del recinto carcelario.

MarianaWhere stories live. Discover now