Parte sin título 43

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Poco a poco las cosas se normalizan. Con las terapias de Brizna, Alejandro se recupera. Aprovecha las salidas de Mariana, para bajar con Samuel y Magdalena a nadar. Ya ni se hablan, menos aún, osa preguntarle dónde va o a qué. Después de los eventos del puerto, sus relaciones pasan de escabrosas a nulas. Se evitan y disimulan su incomodidad frente a los niños. Dado el enorme disgusto sufrido por su madre al intentar convencerlo, le deja a Magdalena. —a quien llevara para convencerlo de ayudar a su padre. —Eso le encanta a Samuel, quien se divierte de lo lindo con ella.

Al mes de haberlos rescatado, le quitan el yeso a Mariana, y dejan libres las manos del niño para comenzar la rehabilitación. Alejandro, por su parte, aumenta de peso, sin necesitar más el vendaje torácico. El plan de hoy, es comenzar las clases de buceo. Estar con los chicos, le sirve como un bálsamo sanador.

—Lo primero que debemos aprender, es relajarnos debajo del agua. —comienza con las explicaciones.

Cansada, Maru regresa más temprano de lo acostumbrado del barrio. Tienen razón los muchachos: Los ricachones la han cambiado. Los meses vividos con ellos, la vuelven más exigente y detallista. Ya no se conforma con mediocridades, quiere lograr excelentes resultados, eso la deja agotada. Su antiguo plan de convertir el galpón en un taller artesanal, le parece poco. Desea que sus chicos sigan estudios formales, se gradúen, obtengan una profesión, convirtiéndose en agentes multiplicadores. Necesita hacerlos entender que hay cosas mejores, más allá del barrio, eso le trae incontables enfrentamientos con Eikar.

Le extraña, no hallar a Samuel esperándola, como siempre. Le urge compartir con él para relajarse un poco. Magdalena tampoco está, supone, andan juntos correteando por allí. No los encuentra por ninguna parte, por lo que se atreve a interrumpir a Luna, quien vigila el horizonte, muy entusiasmada a través de un sofisticado telescopio.

—Observa y aprende. —la insta a imitarla. Mariana se niega a creer lo visto por sus ojos: Samuel utilizando a Alejandro como trampolín, se lanza a la playa y... ¡Nada alegremente!

—¡Pero, si Sammy le tiene terror al agua!

—A mí no me parece. — niega complacida. —Al contrario, los tres se ven muy satisfechos.

—¿Cómo llego allí? —necesita comprobar de cerca, lo que se niega a admitir a esa distancia.

—Por este sendero, bajas hasta la playa. —adivina sus intenciones. —Pero por este otro. —señala a su izquierda. –subes por una roca, desde donde puedes ver y oír a escondidas. —guiña un ojo con picardía.

—¡Gracias Luna! –toma el segundo camino con cautela, es más escarpado que el otro. Como siempre, la anciana tiene razón: los observa, sin interrumpir.

—Ya debemos regresar. –escucha sugerir, a Alejandro. —Maru debe haber regresado, no quiero más líos con ella.

—No papi. —la sorprende Samuel. Jamás lo escuchó darle ese apelativo con tanto significado para él, a nadie. Siempre dijo que el papá había que ganárselo, y el papi salía directamente del corazón, para el hombre más querido y especial del mundo. Se tapa la boca pasmada. ¿Tendrá Alejandro, la más mínima idea de cuánto significa para su hijo? —Todavía es temprano. —la hace volver a la realidad, su alegre voz. —Vamos a quedarnos otro ratito más. ¿Si? —chapotea a su alrededor.

—De acuerdo. — accede Alejandro, complaciente. —Pero al volver le contarás...

—¿Nuestro secreto? – lo interrumpe, viendo en todas direcciones. Maru baja más la cabeza para seguir oculta en su mirador, —¿Y si se pone brava? —se preocupa. —A ella no le gusta que le oculte nada. —reflexiona con rapidez. —Mejor, se lo dices tú.

—¿Yo? —agradece, la confianza demostrada por el pequeño. —Es tu mamá. —recomienda, conciliador. Quizá con eso, Maru baje un poco la guardia o vuelva a darle un voto de confianza. —Se alegrará mucho, al saber que superaste tu miedo al agua.

—Déjame pensarlo. —evade responder,  zambulléndose.

—Tengan mucho cuidado. —los mira competir, alegres. —Sigan a lo largo de la orilla, nunca hacia las boyas. —sale del agua, para recostarse en la arena. Cerrando los ojos un instante, suspira complacido.

—Debería matarte, por embaucar a Samuel. —aprieta su cuello, obligándolo a abrir los ojos, alarmado.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —sujeta sus manos con fuerza y evita ser asfixiado. —No lo engaño. —asegura ofendido. —¿Por qué desconfías tanto?

—Sé que todo lo haces por un interés monetario.

—¿Ah, si? —logra girar, situándose sobre ella. —Es una pena que lo creas, porque lo que nos unió, llegará a separarnos. —acaricia la enardecida mejilla, con el dorso de su mano. —Aunque, sin importar tu opinión, te aseguro que mi relación con Samuel es verdadera. Lo amo, como al hijo que no tuve la dicha de conocer.

Extrañamente, Maru no forcejea. Le gusta sentirlo así, tan pegado a ella que bastaría un minúsculo movimiento para besarlo. Es una idiota: Tantos años de aparentar dureza, enfrentar a cualquiera, quien se acercara, pelear con los hombres; para venir a enamorarse del peor de todos. Anhela sus besos a rabiar.–Igual. —se obliga a pensar en otra cosa que no sea la boca de Alejandro, tan cerca de la suya. —Apenas recibas tu dinero, lo olvidarás y el pobre sufrirá la peor decepción de su vida.

—No tiene que ser de ese modo. —dejándose llevar por la tentación, roza sus labios con los suyos. —Deseo, me permitas seguir viéndolo al menos una vez por semana. —es delicioso sentir sus labios, corresponder a sus caricias, sin violencia. Maru, arquea su cuerpo contra el suyo, disfruta el sabor marino de sus besos, haciéndolos más exigentes y profundos. Deja de apretarle el cuello, acariciando su cabeza, donde el cortísimo cabello mojado, da la sensación de estar tocando un pollito recién nacido. Alejandro, por su parte, recorre ávido con sus manos, la hermosa anatomía femenina, hasta escuchar la algarabía de los niños al acercarse. –Así, entre nosotros, no haya nada personal. —alude como único recurso para poder separarse de ella, justo cuando Samuel llega a su lado corriendo.

—¡Maru! —salta emocionado sobre ella, sin darle tiempo de reaccionar. —¿Te dijo mi pa...? –se detiene, como pillado en una falta, corrigiéndose asustado.  —Ale. ¿Cómo me enseñó a perder el miedo al agua? —simula no haberlos visto besándose desde lejos. Lo más fabuloso que le puede pasar en la vida: Que su papá y su mamá terminaran unidos.

—No. —la impresión de seguir con los labios de Alejandro sobre los suyos le impide coordinar.

—¿No?–se hace el sorprendido.

—No fue necesario. —acude Alejandro, en su ayuda. —Como te vio nadando, bajó a felicitarte.

—¿Si, Maru? —se le hace todo tan fácil, cuando Ale lo acompaña.  —¡Imagínate! ¡Le gané a Magda que nada desde chiquita!

—Fue suerte de principiantes. —asegura confiada, trepando a la espalda de su padre. —Me debes la revancha.

—Pero será en otra ocasión. —incorporándose Alejandro, se acomoda mejor a la niña sobre sus hombros. —Hoy gana, quien llegue primero a la casa.

—Entonces, bájame. —exige entusiasmada. — Tú eres muy lento. —sale corriendo, apenas tocar la arena caliente.

MarianaWhere stories live. Discover now