Parte sin título 31

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Después de asegurarse que Mariana se encuentra a salvo. Alejandro cambia de actitud. Se vuelve colaborador, dispuesto a seguir todas las instrucciones. Más relajado, cierra de nuevo los ojos. En un sueño tranquilo y sosegado, descansa sin soltar a mano de Maru.

Ya es medía tarde, cuando mejora su condición. Por ello, retiran la solución endovenosa e indican líquidos claros. Preocupada por lo que pueda estar tramando Mario y a pesar del estado de su nieto, Julia decide seguir con su plan de desenmascarar al hijo de su gran amor.

−No debes encarar JAMÁS, directo a tu padre. —recomienda la testaruda dama, mientras casi le obliga a tragar el consomé de res. —Recuerda: Eres un prófugo, te tildará de loco como lo hizo con Adolfo. —no para de ponerlo en evidencia. —El testamento es una trampa hecha con el específico objetivo de hacerlo caer. —explica lo que conoce al dedillo. —Tiene una cláusula indicando que en caso de muerte, enfermedades mentales o participación comprobada en delitos mayores, por parte de los herederos directos, la fortuna pasará integra, a manos del heredero universal natural, es decir, Mario Murray Zuloaga.

—Espera, Luna. — Alejandro, duda de estar escuchando correctamente. Aunque casi no tiene dificultad respiratoria, siente la mente embotada con tanta información.

—Debemos conseguir una prueba irrefutable de su culpabilidad. —es imperioso convencerlo para poder salvarlos a todos. —Antes al menos guardaba las apariencias, pero ahora su desfachatez ha llegado demasiado lejos. —señala el periódico donde muestran acribillados a los secuestradores de Mariana. — ¿Quién es tan idiota para pagar mercenarios con un cheque y después asesinarlos, dejándolo en un bolsillo?

—Eso es demasiado obvio. —deja de comer Alejandro.

—¡Por supuesto! —se levanta indignada, para permitirle descansar un poco. —Quiere incriminarte, llevarte al límite para que lo afrontes y después eliminarte. —sin terminar de alimentarlo, camina alrededor de la habitación. —Si te despojas de todos tus sentimientos y dejas de pensar: "pobrecito mi papi, el abuelo lo odiaba sin razón". —imita la voz de un niño, burlándose. Está dispuesta incluso a herirlo para hacerlo reaccionar. —Te darás cuenta de que todas las pruebas apuntan hacia él. —su mente funciona con lucidez a pesar de su edad. – ¿A quién firmarías un cheque sin monto ni beneficiario?

− A Jacky o a... ¡Mis padres! —acepta asombrado.

—Jackeline no es mala, pero sí, muy pálida para mi gusto. —no pierde su picardía, en ningún momento. —Menos mal que a Francisco le sobran ganas y cualidades para darle color y calor a esa relación. —sigue sorprendiéndolo con el conocimiento tan exacto de sus allegados. —Volviendo al tema: Su desesperación ha llegado al extremo de darte las pistas que te hagan sospechar de él, y por fin lo desafíes cara a cara. Si no tenemos pruebas contundentes en su contra, será la palabra de un asesino, prófugo de la justicia, contra la de un intachable ciudadano ejemplar. —alterada, se sienta otra vez. —Entonces te volverá a enviar a la cárcel o al sanatorio donde te eliminará.

—¿Por qué lo odias tanto, siendo hijo del hombre que amabas? —se arriesga a preguntar.

—Aunque no me creas, no lo odio. —cambia de estrategia, para hacerlo entender. —Al contrario, siento lástima de él. —tiene demasiadas ocupaciones para dejarse amargar por rencores. —Debe ser triste sobrevivir sin el cariño de una madre que te enseñe a querer y respetarte al punto de aprender a compartir con otros. —alude sin resentimiento. —Pamela era enferma, sabía que no duraría mucho por la debilidad de su corazón. —evoca el inicio de todo. —Incluso, sabiendo el peligro que corría, se empeñó en embarazarse. Deseaba dejarle un recuerdo imborrable a Adolfo: Un hijo. A sus espaldas dejó de cuidarse, lo amaba demasiado y él sólo sentía pena por ella, casi ni tenían relaciones. Al saberse en cinta, le pidió a su familia, trasladarse a Londres, donde murió dando a luz. — la entristece recordar. —Nunca se la han llevado bien, porque él lo acusa de la muerte de su madre, ahora ha encauzado su odio a ustedes, por usurpar la fortuna que por derecho siente suya.

—Estaba dispuesta a renunciar a todo con tal, me dejarán en paz. — refresca la memoria a Alejandro, asustada. —Incluso pensé atravesar la frontera y quedarme a vivir allá, cuando me devolvieran a Samuel. —relata el trato ofrecido por los secuestradores.

−¿Qué ocurrencias son esas, muchacha? —indaga contrariada. —Es imperativo permanecer unidos para protegernos. — muestra su preocupación. — ¿De dónde sacas semejante tontería? Si te encuentran sola, se les hará muy fácil acabar contigo.

—Prometieron entregarme a Samuel, al cruzar el puente de San Antonio.

−¿Les creíste? –preguntan asombrados, casi al unísono. —¿Cómo podían darte lo que nunca tuvieron?

—¡Estaba desesperada! No pensé en nada más que en cumplir lo que exigían. —se defiende de sus miradas reprobadoras. —Por eso volví a la casa, con la esperanza de encontrar tu laptop y entregarla mañana, junto con el dinero.

—¿Cuándo se comunicaron contigo? —tal vez los puedan emboscar para hacerlos confesar, piensa Luna.

—Ayer en la madrugada. — sin darse cuenta planeó lo mismo que Luna. —Acordé con los muchachos, llevarlos ocultos en la camioneta, bajarlos antes del puente y tratar de sorprenderlos.

—No sabemos de cuantas personas estamos hablando. —reflexiona pensativa.— Pero es una buena idea. —la secunda Luna, satisfecha con su iniciativa.

—No dejaré que te pongas en peligro. —Alejandro, como siempre, se preocupa por ella. Además, recuerda con mucha nitidez su pesadilla. —Prefiero subirla a la camioneta, sin que noten el estado de sus piernas,  para que la vean salir del barrio,  por si la están vigilando y volverla a sacar a la menor oportunidad.

−O vestir a alguien sano y mejor entrenado para que finja ser ella. —Planea de inmediato Luna. —Tengo aquí varias mujeres de la misma raza, edad y contextura. —se atreve a bromear. —De noche y corriendo, hasta yo con unos kilitos menos me aventuraba. —los contagia de su buen humor, riendo ambos. – ¡Al mal tiempo buena cara! Gracias a Dios seguimos juntos y sanos, lo demás es ganancia. —se levanta otra vez al terminar de dar hasta la última gota del alimento a Alejandro. Necesita seguir decidiendo. —Llama por radio al policía gordito, enamorado de ti. —insinúa a propósito para comprobar el efecto de sus palabras, en Alejandro. –Sí, la tienen intervenida mejor, así morderán el anzuelo. —ya no le cabe la menor duda: Aunque casi logra disimularlo, se nota que la ama.

—¿Es de fiar tu novio?— recuerda la paliza que le dieran, después de golpearlo a la entrada de la delegación.

—Eso tampoco importa. — aclara, Luna. —Pero necesitamos la camioneta para convencer a quienes la buscan. De los demás se encarga mi gente.

—Debemos traer a Samuel para acá. —acota mortificada Maru. —Me aterra que le pueda suceder algo en el hospital.

—No te atormentes por nada. Según hayan salido los exámenes, voy a buscarlo hoy mismo. —se sienta de nuevo, más tranquila. —Lo principal ahora es arreglar a quién haremos pasar por ti. —decide, terminando de limpiar la boca a su nieto, con una servilleta.

—Quiero conocerla. —le entusiasma saber cómo la ven los demás.

—Yo también. —será bueno para alejar a Maru de su mente, al menos un rato.

—Tú no debes pensar siquiera en levantarte.

—Pero abuela, ya me siento mejor. Además, mientras más rápido comience a caminar, más pronto podré ayudar.

MarianaWhere stories live. Discover now